Quizá lo que más echamos de menos los flamencos es una buena reunión de arte jondo en casa o en alguna peña flamenca. Lo de los recitales virtuales está bien y demuestran la generosidad de los artistas, pero nada comparable a recibir en casa a algunos amigos, preparar una buena barbacoa o una parrillada de sardinas asadas y cantar, bailar y tocar la guitarra hasta por la mañana en buena armonía y con buen sentido del humor.
Imaginemos que entran por la puerta de casa artistas como los guitarristas Antonio Moya y Dieguito de Morón, cantaores y cantaoras como Pansequito, Luis el Zambo, Antonio Reyes, Manuel Castulo, María Vargas y La Macanita, y bailaores y bailaoras como Dieguito el de la Margara, Antonio el Anticuario, Carmen Ledesma y Pepe Torres. Y que vienen con ganas de fiesta, de pasárselo bien y de que todos olvidemos las penas, con caras descansadas y buen rollo flamenco.
Las primeras noticias del flamenco son precisamente de fiestas privadas, como la que relató el escritor costumbrista, Un baile en Triana, en 1842. Y no fue la primera fiesta que apareció en la prensa española. Estaban organizadas por gente de la alta sociedad sevillana y solían asistir las más valoradas boleras de la ciudad como la célebre Amparo Álvarez La Campanera, la hija del campanero de la Giralda, don Juan Álvarez Espejo, nacida en la misma torre en 1828.
A estas reuniones solían asistir también de invitadas algunas gitanas de la Cava de Triana para que “animaran la fiesta”, según constaba siempre en las gacetillas de la prensa sevillana. O sea, eran contratadas para que pusieran la nota flamenca o gitana sin la necesidad de tener que cruzar el puente de barcas, aunque a veces esas fiestas eran en Triana, como la de Estébanez, que tuvo lugar en la calle Castilla cuando ya vivía el Fillo en el arrabal y había muerto el célebre contrabandista Pedro Lacambra, cuyo óbito tuvo lugar en la que hoy es calle San Jacinto, en 1833.
A lo que íbamos. Han llegado los flamencos a casa y lo que suena primero son las guitarras. Son las que no solo abren el camino, sino las que callan al personal. Todo apunta a que se van a romper algunas camisas, costumbre de los gitanos cuando están a gusto en alguna reunión. Pansequito y Luis el Zambo hablan de sus cosas, seguramente de lo mal que está la cosa y de lo buenos que fueron aquellos años de los tablaos de Madrid. María Vargas comienza a probar la voz en unas romeras marca de la casa y La Macanita mira a Antonio Moya, como diciéndole que la vaya poniendo para cantar unas soleares de Fernanda.
La fiesta acaba de empezar. No molesten, por favor. Y que solo hagan compás los que sepan y lo sientan.