Junto a la foto de “La Magdalena penitente” de George de La Tour (publicada en El País del 9 de mayo de 2009) escribí: “el lienzo es de una modernidad pasmosa. Apabulla la capacidad de síntesis que logra, la parquedad y rotundidad del realismo”...
La mirada actual, la mirada del arte actual, ya tiene experiencia suficiente sobre el claroscurismo interpretado desde el Barroco y el Rococó, y desde bastantes de los naturalismos y realismos incluidos el mágico, el social, el hiper, el sub, etc., por lo que nuestra lectura actual, siempre estará condicionada a la hora de acercarnos a este que parece tan antiguo y tan primitivista a la vez, tan contemporáneo como una foto que captase a una mujer de mediana edad en un interior en penumbras.
El texto que la acompaña es de Antonio Muñoz Molina, quien se ocupa aquí de hacer una síntesis biográfica del autor y una somera descripción del cuadro como la que voy a hacer ahora sin tener en cuenta la de él, porque me resisto a leer tan extraordinaria prosa como la del maestro y no dejarme influenciar en consecuencia por ella. Me limito a ver la foto, a mirarla una y otra vez cómo si quisiera arrancarle hasta su último secreto: ¿quién es en realidad esta mujer?, ¿qué hace ahí encerrada en ese cuadro?, ¿por qué está representando a una Magdalena? cuando casi todas las interpretaciones de la santa la pintan o esculpen con pelo rizado y rubio que le alcanza exuberante hasta la cadera y la escenifican en un paisaje desértico según el relato ¿apócrifo?, o bien dentro de una cueva, o incluso aquellas otras Magdalenas magistrales, de encarnaduras rosáceas y rubicundas, que las colocan a los pies de Cristo, besándoselos, limpiándoselos con sus lágrimas y perfumándolos con el tarro de esencias que suele llevar en una mano
Si guardé esta hoja y la he conservado durante tanto tiempo, es porque debieron llamarme la atención en su día ambas cosas (texto y foto) e igual que me siguen llamando todavía quién fuese su modelo, la composición, ¡¡¡la iluminación!!! ¿cómo no?, y cada uno de los símbolos parlantes que ahora porta y tanto la definen.
Si no supiéramos de quien se trata, ni la iconografía con que la reviste La Tour -porque no tiene ningún aspecto o estela de santa- creeríamos que nos encontramos ante la imagen de una mujer que ha dejado su juventud hace poco y se encuentra en plena madurez ya algo metida en años, que está captada a tres cuartos de perfil, que dirige la mirada hacia atrás y hacia abajo, ligeramente inclinada hacia los objetos que tiene encima de la mesa: lo que parece un vaso de cristal con una vela dentro haciendo las veces de candelero y lo que supuestamente son unos libros cerrados sobre una mesa. Hay otra serie de elementos que no distingo bien pero que sé por otras tantas representaciones afines -sin el efecto hipnótico que produce esta- que se trata de un látigo y una cruz. La sobriedad y la soledad más absolutas. El recogimiento y la reflexión en un estudio o en una celda, que por otra parte tampoco tiene mucho de monástica, ni ella precisamente el de una monja.
Porta sobre su regazo una calavera humana como aquella que estuviera abrazando o masajeando con su mano derecha la cabeza de un niño, no quiero decir de un hijo muerto porque lo que trasmite esta obra no es dolor, sino dulzura por todos lados. En cualquier caso rebosa melancolía, ternura, cercanía, como si estuviésemos presentes en la escena. Lo del hijo muerto es por la hinchazón que presenta su vientre, como si de recién parida hubiese tenido que enterrarlo, ¿o es que está de nuevo embarazada y reflexiona sobre la vida, la muerte, su destino, el de la nueva vida que viene o que se ha ido, sobre el destino que unifica a la humanidad?
La penitencia –título con que se completa el del cuadro: La Magdalena Penitente- significa un apartarse del mundo y su ruido, aislarse, crear una atmósfera de silencio alrededor y para lo que tanto ella como La Tour no necesitaron una cueva ni una mazmorra, sino una habitación suficientemente despoblada de elementos disuasorios. Tampoco esta representación del maestro galo, necesita de paisajes a cielo abierto que la dispondría en un exterior y no en la oscuridad que quiere.
El escote acentuado de en forma de barco, caído hasta la mitad del antebrazo derecho, los senos abultados y la falda corta mostrando ambas rodillas, insinúan la posibilidad de que se trate de una prostituta en medio de esa atmósfera que aunque penitencial, insisto que tampoco para nada se me antoja lúgubre.
La melena larga, lisa y de un negro intenso, establece un virtuosismo con el fondo también negruzco o pardo, en cualquier caso neutro y oscuro. Pero hay otros detalles además del pelo sin recoger, como pueden ser los pies descalzos, la mano izquierda apoyada en la mejilla, los brazos y los semidesnudos que insinúa y en general la cantidad de carne representada en contraposición con la de ropa que porta, insistirían en esta hipótesis, concordante por otro lado con la leyenda q se le atribuye a la Magdalena, descrita como hetaira y como amante o incluso como esposa de Cristo.
Los pocos colores utilizado y la escasa gama entre los mismos, la parquedad de la pasta pictórica y de la apenas perceptibles pinceladas –claro que no estoy viendo el lienzo original- sino una foto de un periódico que ya tiene once años y que la calidad del papel y de la tinta impresa, no permiten captar muchos detalles, si acaso los grandes rasgos de las diagonales que lo atraviesan, estableciendo invisibles líneas que van desde la cabeza por un lado y desde los brazos y piernas que lo hacen al contrario, las horizontales y las verticales, todo aquello que a grandes rasgos, convierten a esta obra en maestra y rotunda.
Muñoz Molina da la interpretación de cada uno de estos parcos símbolos relacionándolos con la brevedad de la vida, la vanidad del conocimiento humano y la cercanía de la muerte, la muerte tan cercana a lo hispano y más en estos días que vivimos de pandemia, aunque contemplando la serenidad de esta mujer no tan joven (aquí discrepo algo de Antonio), ni tampoco tan guapa como las otras, se diría que lo que hace no es un canto a la belleza y si acaso a la perdida.
Por los rasgos, bien pudiera tratarse de un auténtico retrato, no una visión idílica extraída de formularios y estampas, porque aquí –en ella- La Tour vuelve a dar una nueva muestra de su genialidad –si esta calificación no se la he dado antes- al poder comprenderla desde el punto de vista idealista y también desde el real, el de una mujer sola y pensante en un mundo donde las que se retrataban eran las nobles enjoyadas y de peluquería, y no una mujer cualquiera –una doméstica- como pudo ser sencillamente esta.
Como Vermeer, tal vez La Tour quiso recoger mujeres cercanas, captadas en la intimidad de sus hogares, metidas en sus cosas y faenas. Magdalena –santa Mª Magdalena para los cristianos- acaba de terminar de rezar y se deja llevar por pensamientos que van más allá de las cosas materiales que tiene por delante y parece estar a la espera que la llama se consuma y que el tiempo pase.
La Magdalena no obstante es símbolo de muchas cosas relacionadas con lo femenino, un tema inabarcable e interpretable desde muchos puntos de vista sagrados y profanos, sobre su santidad o su hipotético oficio, sin que caigamos ahora en su relación con el santo Grial, las leyendas provenzales que tantas iglesias le han dedicado en el sur de Francia y si de verdad fue la apóstol número trece, etc. lo que nos interesa ahora es la mujer que vive dentro de este extraño cuadro y el por qué La Tour escogió esta modelo
La Tour es un pintor del XVII que sin saberlo anticipa con toda su producción en general y con esta obra en particular que ahora tengo por delante, bastante de lo que pueden estar haciendo incluso hoy mismo muchos artistas en sus estudios. No sólo lo hace con respecto a los siglos siguientes, al XX sobre todo, sino al XXI en el que estamos. Sorprende que un autor aparentemente tan discreto, haya sobrevivido a ese juez implacable de la crítica y de la historia como es el tiempo, porque se escapa a todas las clasificaciones y porque de vez en cuando, en momentos como este, su valor emerge también del fondo de sus cuadros.
El punto central del cuadro no obstante no es ella, la Magdalena, sino la calavera, la imagen que mejor define la finitud (además de que represente la de Adán o el triunfo de la propia muerte), pero es su mirada esquiva la que hace que enfoquemos la nuestra hacia ella y que la dirijamos hacia detrás de donde ella mira curiosamente ensimismada. La Tour nos habla desde un interior de una habitación oscura al interior de nosotros mismos. La actitud de la protagonista exige q detengamos nuestro pensamiento en ella, que pensemos lo mismo acaso que ella está pensando en un momento de abandono de sí misma. Los libros cerrados, la llama encendida, la muerte y la vida. Como lo que puede leerse en la filacteria de uno de los lienzos más impresionantes de Valdés Leal: In Ictu Oculi o Ni más ni menos. Pues eso: ¡¡¡Carpe Diem, hermanos!!!