Dos meses y 26.000 muertos después de iniciarse en España el zafarrancho de alarma, ya no se desmiente que el número real de fallecidos por coronavirus durante marzo y abril fue muy probablemente de unas 15.000 personas más de las incluidas en la estadística oficial. Y se percibe la peligrosa tendencia hacia el desconfinamiento de los círculos viciosos de nuestro defectuoso sistema social. El civismo tiene que redoblar esfuerzos para contener ahora la curva de la insensatez y el contagio de las peores inercias.
Prosiguen a las ocho de la tarde los aplausos al personal sanitario pero el país con la cuarta economía mayor de la Unión Europea todavía no es capaz de organizar que se le haga el test de diagnóstico a todos los médicos y enfermeros. España encabeza en el mundo desarrollado el fatídico escalafón de más porcentaje de sanitarios que han padecido o padecen el covid-19. Estamos en el momento crucial de reestructurar y reactivar cuanto antes los centros de atención primaria para todas las necesidades médicas de la población, afrontando el reto de convertirlos en diques del virus y no en multiplicadores de la pandemia como sucedió con los hospitales por falta de material de protección. Pero lo único confirmado es la indignación de los profesionales de la salud porque ven cómo pasan las semanas y decenas de miles de ellos siguen sin el test, mientras a la vez ya está resuelto que los jugadores y técnicos de los 20 equipos de fútbol masculino de Primera División y los 22 de Segunda División disponen de esas pruebas para reiniciar sus entrenamientos y reanudar la Liga.
La culpa de este escarnio no la tienen ni los clubes ni sus directivos ni sus futbolistas. Es lógico que intenten reanudar sus competiciones. Más evidente se aprecia la falta de habilidades organizativas en el puente de mando de la emergencia sanitaria y social, tanto en los gobiernos y parlamentos nacional y autonómicos, para sacarle partido rápido y bien a todos los recursos humanos y materiales que existen en España. Un ejemplo de la lentitud: hasta el día 28 de abril no fue acreditado para hacer pruebas diagnósticas del covid-19 el Instituto de Biomedicina de Sevilla, y hasta el día 4 de mayo no le dieron luz verde para lo mismo al Centro Andaluz de Biología del Desarrollo (CABD) y al Centro Andaluz de Biología Molecular y Medicina Regenerativa (Cabimer). Son centros científicos de titularidad pública mixta, estatal y autonómica, consorciados entre el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Ministerio de Ciencia), la Junta de Andalucía y las Universidades de Sevilla y Pablo de Olavide. Si no se aprovecha con celeridad el potencial de los focos de excelencia del sistema público, con laboratorios e investigadores acostumbrados a implementar protocolos y métodos de homologación internacional, imaginen la exasperante demora en la articulación de acciones de colaboración público-privada con empresas españolas para producir test, o mascarillas, o trajes, etc.
Celebro que algunos profesionales del fútbol hayan manifestado públicamente su disconformidad con tan escandaloso agravio. Como Denis Suárez, jugador del Celta: “¿Por qué a nosotros sí nos dan los test y no a la gente que lo necesita más en los hospitales?”. Como Paco Jémez, entrenador del Rayo Vallecano: “Es una insensatez que el fútbol pueda hacer test a discreción y no la gente que se juega la vida”. Esa gente a la que aluden son personal sanitario que, para más inri, en un elevado porcentaje, trabaja en condiciones laborales y salariales de precariedad. Seguro que la mayoría siente querencia por el fútbol y se identifica con un equipo. Pero no entiende el atontamiento generalizado de un mundo que ha forjado como principio inalterable aplaudir el especulativo negocio de fichar a futbolistas por muchos millones de euros y entretenerse con sus andanzas, mientras que siempre hay un pretexto para escamotear recursos a la medicina, a la ciencia y a quienes las trabajan. El gran cambio climático del fútbol ha de provenir de los millones de ciudadanos que desde casa, por televisión, radio y redes sociales, seguirán los partidos jugados a puerta cerrada. Corear que se proteja primero a los profesionales de la salud y después a sus ídolos. Aplaudir que se pague más a los sanitarios y menos a los jugadores y sus intermediarios.