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Valorar lo que no se tiene

¿Qué haría si le impidieran hablar?

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22 jun 2016 / 18:38 h - Actualizado: 22 jun 2016 / 18:46 h.
"Afasia"

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Por Miguel Durán Campos

A lo largo de mi vida, mucha gente me ha preguntado si echo en falta la vista. La respuesta es invariable: como nací ciego, no sé por mí mismo lo que significa ver; pero, aun así, ¡claro que lamento no poder ver! Sin embargo, hay una letrilla de un fandango (el “Cante jondo” siempre tan sabio) que resume mejor lo que quiero decir: “qué pena más grande tiene aquel que ha visto y no ve, que más le hubiera valido quedarse ciego al nacer” Y es que, es verdad; conozco mucha gente que ha perdido la vista ya de adulto, y sufren mucho hasta adaptarse a la nueva situación. Acaban consiguiéndolo; pero sí, sufren mucho.

Ustedes, los videntes, me producen mucha envidia, envidia sana, porque hay que ver lo bonito que debe ser mirar los ojos de los seres que uno ama y comunicarse con ellos mediante el lenguaje de la mirada; o lo hermoso que tiene que resultar ver un bosque, una puesta de sol, el mar en sus distintos estados, los árboles, las obras de arte, el cielo azul.... ¡qué sé yo! Mirar cualquier cosa y verla debe ser una maravilla.

Pero no se preocupen; no pretendo acontecerme aquí en lamentador de mi ceguera, porque, a pesar de no ver, me considero una persona feliz y afortunada.

Viene esto a cuento porque el pasado día 7 me hice miembro de la Asociación ARPAFA-ASIA (Asociación para la Rehabilitación y Prevención de la Afasia) La afasia es eso tan terrible que le ocurre, principalmente pero no sólo, a las personas que tienen un ictus, un accidente vasculocerebral, y que, como secuela de ello, pierden la capacidad de hablar. Yo ya sabía que esta desgracia le sucede a muchas personas; pero, cuando los responsables de la Asociación de la que me he hecho miembro me hicieron caer en la cuenta de lo que sería mi vida si no pudiera hablar, pensé que, además de ayudar a mis compañeros ciegos –como he tratado de hacer siempre-, valía mucho la pena echar una manita aquí también, o sea, en esto de ayudar a las personas que se quedan sin voz. Y pensé: “si mucha gente han sido y son mis ojos, yo puedo ser la voz de estas personas que pierden la suya”. ¡Y me he decidido a serlo con toda el alma!

Ya sé que hay tantas y tantas situaciones que nos permiten ser solidarios, que resulta difícil escoger. Y, en realidad, también es cierto que nuestra capacidad de ser solidarios es mucho más grande de lo que pensamos. No llegaremos nunca a todo lo que querríamos, pero nunca ha de ser eso excusa para no hacer.

En el caso de ARPAFASIA, me enseñaron el pasado día 7 que, con unos métodos muy innovadores, con entrega personal, con un derroche de cariño (que siempre está a nuestro alcance dar), se produce el milagro de devolver a mucha gente su capacidad de hablar, de volver a comunicarse, de reanudar su vínculo de unión con el mundo que les rodea. Muchos ciegos lo somos ya de forma irreversible, y lo mejor que podemos y debemos hacer es autoaceptar nuestra condición, asumir esa situación y vivirla con espíritu positivo. Pero pensar que hay personas que, por falta de conocimiento de que existen estos métodos, queden aisladas ya para siempre, me parece muy injusto, muy lamentable.

Piénsenlo: imagínense que, de golpe, dejan de poder hablar, pero que alguien les dice que pueden curarse. ¿No es fantástico?

A mí me han convencido; ¿puedo aspirar yo a convencerles a ustedes? Hoy lo hacemos por otros, pero mañana puede ser que nosotros mismos lo necesitemos. Vale mucho la pena empezar a ayudar, porque los profesionales de ARPA-AFASIA saben muy bien lo que se traen entre manos. ¡Aquí nos tienen; háganse de los nuestros para que muchos puedan volver a tener el maravilloso don de la palabra! (www.arpaafasia.com)