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Valores innegociables ante el poder insaciable

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19 dic 2023 / 15:47 h - Actualizado: 19 dic 2023 / 15:47 h.
  • Valores innegociables ante el poder insaciable

Hoy la pregunta que me hago y que os hago es si tiene todavía sentido hablar de valores no negociables. Y para hacerlo parto de una premisa: nunca entendí la expresión valores negociables, creo que los valores son valores y ya está, no entiendo por tanto en qué sentido puede haber valores negociables. Hay valores permanentes que como valores básicos van más allá de cualquier consenso, los reconocemos como valores que trascienden nuestros contextos. Algo a lo que hacen oídos sordos algunos políticos en el poder.

Planteo la cuestión con una premisa, no habría que confundir valores y principios, Los valores evocarían universos “ideales” mientras que los principios se ubicarían sobre todo en la base del Estado de Derecho. Muchos intentan recomponer los dos términos en una síntesis, afirmando que el principio no es otra cosa que el intento de traducir el valor en formas jurídicas. Sin embargo, los principios son el resultado de un reconocimiento analítico; es decir, herramientas al servicio de cada necesidad de la sociedad que, reconociendo la relatividad de cada necesidad, garantiza el pluralismo.

A este propósito introduzco también una diferencia de carácter cultural, la propuesta entre valores y principios, que se remonta a la distinción teorizada por Max Weber entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad, es decir, «entre lo que se debe hacer y lo que se puede hacer». Un hecho entre el dogmatismo y el realismo.

Inmersos como estamos en una sociedad liquida, me pregunto: ¿existe todavía un espacio que, salvaguardando las cuestiones fundamentales, pueda garantizar un lugar de diálogo, abierto a un posible encuentro, donde hablemos de valores? Por lo pronto no es fácil crear una lista de valores e igualmente difícil es crear una lista fija de valores no negociables. Sin embargo, si es posible resumir la lista en un concepto: salvaguardar la dignidad de la persona en su totalidad. Ahí encuentro la esencia misma del ser humano, algo que de alguna manera se fue reflejando en pilares normativos en los últimos estadios de nuestra historia: en las declaraciones de las Constituciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial y en las Cartas de Derechos a nivel internacional. La dignidad humana, por tanto, no puede regresar a ser objeto disponible de contrato a dimensión pública o privada.

Por otra parte, hay que tener claro que diálogo y negociación no son la misma cosa. Negociar es tratar de conseguir la propia «porción» del pastel común. Dialogar para buscar el bien común es otra cosa. No se pueden negociar valores. Se debe dialogar, eso sí, permaneciendo firmes en las creencias mas profundas sobre nuestros valores, abiertos a comprender las ideas de los demás, pero manteniendo una identidad clara. El diálogo es esencial y hay que practicarlo, pero reconociendo siempre lo que hay que respetar, las líneas rojas que no hay que atravesar y la importancia de salvaguardar el bien común y la dignidad de las personas. Algo que va más allá de los consensos ocasionales.

La dignidad humana no es objeto de invención o suposición, sino que existe como un valor superior, es inalienable y se presenta como «verdad”, debiendo también asumir su valor legislativo por ser objeto de protección y garantía por los ordenamientos jurídicos. Cada gesto político tendría que priorizarla.

En España, habiéndose desbocado la avidez en la carrera por alcanzar el poder partidista que está al origen de un hambre insaciable de dominio absolutista, se están viviendo momentos delicados donde se arriesga atropellar la dignidad de las personas. La sociedad española, envuelta en un vendaval sin precedentes generado por desquiciados insaciables, está perdiendo su alma, al enfrentar a los españoles en dos bandos que han de considerarse enemigos. Al diluirse la convivencia se diluye el reconocimiento de la alteridad y, de consecuencia, se allana el terreno para aplastar valores.

El poder en España ahora recae en una persona convencida de que el fin (su fin) justifica los medios, y en partidos radicales como Bildu, Junts, Sumar, BNG, ERC... que se ven fuertes en el discurso público, en los medios y en las instituciones. Este poder les da patente para saltarse a la torera toda regla, para mentir impunemente y constantemente, para incumplir promesas, para pisotear a toda persona que no piense lo mismo, para no someterse a las leyes y, por supuesto, para imponer a la sociedad ideologías privas de valores en nombre del supuesto “progresismo” que se atribuyen ellos mismos y que les otorga dispensa de toda culpa.

Hay que seguir defendiendo valores, aunque siga mostrándose triste el panorama de nuestro futuro, ya que sabemos que el social-comunismo cuando ocupa el poder, jamás lo abandona voluntariamente.