Ocio durante el coronavirus

(VI) El arte en tiempos de la postpandemia: la sociedad de la obediencia

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20 abr 2020 / 10:38 h - Actualizado: 20 abr 2020 / 10:40 h.
"Ocio durante el coronavirus"
  • Fotografía cedida por el Consulado de España en Nueva York donde aparece el pintor Diego Quejido mientras trabaja en su estudio, en Nueva York en la cuarentena.
    Fotografía cedida por el Consulado de España en Nueva York donde aparece el pintor Diego Quejido mientras trabaja en su estudio, en Nueva York en la cuarentena.

Me sigo cuestionando sobre el papel del arte y más en estos días en que casi todo el planeta está afectado por el COVID-19 y el que por ello mismo somos sus rehenes. También, sobre todas las medidas que se están aplicando al margen de los contagios -que se subsanarían realizando controles en zonas de riesgo o al mayor número de población posible- y obligándoles entonces sí, a estar confinadas para su sanación y evitar nuevos contagios, porque no se nos olvide: no sólo es la enfermedad, sino todas sus muchísimas y graves consecuencias.

Por eso me pregunto, si realmente el arte debe cumplir algún protagonismo social como tantas veces hizo en el pasado –teniendo como referencia las manifestaciones plásticas que hicieron los artistas ante, durante y después de las dos Guerras Mundiales, o la propaganda franquista o antifranquista en nuestro caso- y sobre cómo será este después de que esta pesadilla acabe.

Sin que pueda llegar a muchas conclusiones, al menos me hago preguntas, leo, oigo, reflexiono, escribo, borro, vuelvo a escribir y a borrar, porque pertenezco al mundo de las artes y no al de la filosofía u otras ciencias o técnicas y por lo tanto soy consciente de que lo que expreso en vivo y en directo, sólo son respuestas parciales con el intento, eso sí, de que cada quien haga lo mismo o lo intente, para que entre todos aprendamos la lección que nos está dando el virus que no es otra cosa que un espejo de hasta dónde ha llegado la situación en todo el mundo.

No invento nada si digo que también por aquí, por el camino del arte, hemos pasado de la sociedad del despilfarro y la (aparente) opulencia y de un tipo de sociedad basada en la división estamental entre ricos y pobres, o de amos y vasallos para entendernos -en cualquier caso una sociedad desequilibrada e injusta- hasta llegar a la sumisa, obediente, miedosa e inmovilista en la que estamos y en la que a cada momento se nos restan libertades por parte de los poderes fácticos con luz o en la sombra.

Si se han hinchado los precios de las obras, si hemos consentido que las hechas por cualquiera que confunda una pintada con spray en un solar con un mural al fresco, con las dificultades técnicas que estos tienen, y si hemos dejado entrar en los museos toda clase de inmundicias soportando que la “no obra de arte” se aceptara como tal, ¿a qué quejarnos ahora? Porque esto cada vez se va pareciendo más al célebre cuento de que el rey está desnudo.

A título de ejemplo citaré tan sólo uno de los puntos álgidos de esta situación, que se produjo hace ya bastantes años (en el 89 ó 90), cuando mi marido que es biólogo y que la idea que tiene del arte es poco más que la de un chimpancé, a favor de este siempre- llevó a una galería de arte un cartel donde había rotulado con Titanlux las palabras “SE VENDE” y debajo el teléfono de mis padres, que creo recordar era 954 38 59 90. Cartel que estuvo expuesto previamente en el balcón de la casa en venta, sin que por entonces nadie lo considerara Arte Urbano, aunque ahora que lo pienso ¿por qué no?

No sólo esta “obra magistral” fue exhibida en un centro dedicado a tal fin, sino que además fue objeto de comentarios elogiosos por parte de la prensa y de la crítica, destacándose con fotos en algún rotativo significativo de nuestra ciudad como uno de los máximos exponentes del arte de esa “época” ya a la larga y como se ha visto tan inflacionista, que si supuso una apertura ciertamente, va quedando como una de las burbujas de bonanza, para después, ya en los 90, recorrer un camino en picado hacia dónde estamos, con honradísimas, notabilísimas y también magistrales excepciones, porque evidentemente ¡¡¡por supuestísimo que las hubo y hay!!! No todo vale como dije en el anterior artículo, pero tampoco nada vale. Lo que hace falta es conocer para opinar, para que no nos sigan metiendo goles en nuestra portería aunque ahora los estadios y centros de arte estén cerrados. Un paréntesis también para el replanteamiento de la situación, de modo que salgamos con fuerza del atolladero.

Ha habido muchos ejemplos como ese del cartel (anuncio) a lo largo y ancho de la geografía española e internacional y aquí cada uno tendrá sus referentes de la impunidad que se ha cometido también en las artes plásticas, diría que obscenamente a la vista de todos. Pero la cuestión hoy ya no es sólo esa, sino qué vamos a hacer los artistas en solitario o colectivamente a partir de ya.

Se ha sugerido un “Pacto por la Cultura” propuesto fundamentalmente por actores de cine, teatro y artes escénicas en general, puede que porque ellos sí están acostumbrados a hacer arte colectivo mientras que los pintores, escultores, grabadores, fotógrafos, collagistas, ... suelen trabajar en soledad y exponer individualmente o si lo hacen en equipo, rara vez con obras conjuntas, aunque también aquí existan notabilísimas excepciones.

En un mundo –un país, una ciudad- que está viendo y verá aún con mayor fiereza cómo cae el presupuesto para adquirir lo más básico: alimentación, techo, medicamentos, energía, transportes,...- es evidente que el arte, como el mercado gourmet, los hoteles de 7 estrellas, los viajes transnacionales y cualquier objeto o situación lujosa que podamos imaginar, verán reducido su cuota, o si lo hacen, será porque al igual que el número de pobres ha aumentado, el de riquísimos y aunque en proporción menor, también lo han hecho, pudiéndose dar por otra parte la curiosa circunstancia de que incluso suba el caché de algunos autores, porque puede que en ese entonces, se les considere sinónimos de ostentación en la postpandemia.

Por una parte tenemos pues, la inflación de este mercado a lo grande, un circo mediático movido o promovido por banqueros, magnates, potentes inversores, multinacionales, holdings,... por políticos y gestores que se han prestado para epatar y cuyas fortunas y patrimonio han sabido hacerlas con inversiones, tecnologías, petroleras, construcción, químicas, farmaceúticas, alimentarias, energéticas, o incluso las comunicaciones,... en fin, todos los que para nada van a aceptar que han adquirido un churro envuelto en una sofisticada caja de zapatos.

Por otra está, estamos, muchos de los que tendremos que rebajar nuestra cotización si queremos vender algo, aunque ninguna de estas dos situaciones es nueva.

Desde hace ya bastantes años, los precios de las obras de artistas consagrados o a medio consagrar, no las de por ejemplo Jeef Koons o Ai Wei Wei, han ido bajando progresivamente los precios, por lo que así decirlo su obra se ha ido devaluando. Esto no ha sido un fenómeno brusco, que se apreciara sólo desde el ámbito de los profesionales, sino lento, en la medida que el poder adquisitivo disminuía, o que se iba optando por otra serie de cuestiones que en nuestra sociedad, son símbolo de status como puede ser el exhibirse en locales de moda, tener una caseta en la Feria, abono en la Maestranza, (no en el Maestranza o no a niveles tan masivos), inscribirse en clubs deportivos o residenciales de élite.

Esta ha sido una de las trampas en que muchos lamentablemente hemos caído si queríamos exponer y por supuesto vender nuestras obras –como es la del silencio- sin manifestar abierta y públicamente nuestro desagrado, en lugar de reivindicar además de hacerlo en la intimidad, que el arte tiene su sitio al igual que la Coca-Cola, el Fino La Ina o la Heineken.

Lo anterior, se une a la idea equivocada por parte de bastantes más personas de las que creemos, que piensan que el artista ni poco menos que es un vago, alguien que no quiere someterse a un horario, jefe, disciplina,...y que por tanto es una especie a extinguir y porque el arte tampoco es necesario.

Y ¿a qué negarlo?, el arte siempre ha sido un placer minoritario. Para los que nos hemos podido permitir hacerlo -si bien a costa de familiares como en mi caso por mi marido- convendría que entrásemos en desmontar falsedades, como aquellas de que no nos sometemos a disciplinas, metodologías, sistemas de trabajo, porque entonces ¡ay, del autor! que no lo haga, que no se tome su trabajo en serio, que improvise y que pretenda firmar genialidades. En absoluto. Ni siquiera los enormes genios de la historia no han sido otra cosa que unos grandes currantes, que después han tenido el olfato eso también, de acercarse a la marmita donde se cocía el bacalao, puede, más no por ello han dejado de trabajar, que no es otra cosa que pensar con las manos.

Nunca he tenido claro eso de la división pendular de la historia, ni las leyes del eterno retorno, esas consideraciones que dicen que todo lo que sube baja, o a la inversa, y tampoco las tengo ahora, porque en las etapas bisagra como es esta, son muchisisisisisisisisisimas las propuestas y respuestas que se están dando en los miles de estudios y talleres, en cualquier lugar donde ahora mismo trabaje con el pensamiento o con las manos cualquier persona que intenta que lo que hace sea reconocido como arte, diría q ni siquiera como artista, porque esa palabra me resulta demasiado compleja y porque arte sería entonces además de saber expresarse en cualquiera de sus manifestaciones, el de saberse vender, que ese sí que es otro arte.

En los tiempos de obediencia obligatoria, en que se recomienda la reclusión doméstica, que permitimos se nos controle a través de los móviles, cámaras de vigilancia, drones o fuerzas policiales, lo que propongo es la rebeldía mediante la creación. Quedarse en casa tiene muchos inconvenientes con respecto a la libertad individual, pero también sus ventajas, la mejor de ellas el tiempo. Para tomar ideas, para hacerlas cuando salgamos de esta. Con voluntad, con esfuerzo, dejando que las aguas regresen a su cauce sin el miedo, que para algunos es la verdadera pandemia al margen de los reajustes sociales y económicos. La sociedad de la obediencia, es una de las consecuencias que nacen precisamente de una cultura basada en el miedo y el arte no entiende de pandemias. ¡Salud, herman@s!