Viajar en solitario es casi una experiencia religiosa

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12 jul 2018 / 16:49 h - Actualizado: 11 jul 2018 / 23:23 h.
"Turismo","Viajes","El paraíso en mi mochila"
  • Viajar en solitario es casi una experiencia religiosa

La primera etapa de mi experiencia como mochilera tuvo lugar en Indonesia, comenzando en la isla de Java. Este maravilloso país de mayoría musulmana está ubicado entre el Sudeste asiático y Oceanía, que es, por cierto, el archipiélago más grande del mundo compuesto por más de 15.000 islas.

Largas playas son bañadas por los océanos Índico y Pacífico. Con el 20 por ciento de los arrecifes de coral del mundo, más de 3.000 especies de peces, fosas de gran profundidad y montañas volcánicas marinas, el submarinismo en Indonesia se convierte en una de las actividades más apasionantes para el viajero.

Sus bosques tropicales, su rica herencia cultural y su variedad de etnias y religiones hacen de estas tierras un país sumamente exótico para los europeos. Pero no todo es misticismo y espiritualidad en este país y si no que se lo pregunten a los habitantes de su capital, Yakarta. Precisamente allí empezó mi aventura un buen día de mayo donde aterricé con el miedo propio de quien se lanza en solitario a un mundo desconocido.

Hacia las dos de la tarde llego al aeropuerto, que era enorme. Tomo un taxi no sin antes asegurarme de que fuera Blue Bird, que son los taxis oficiales, los que tienen licencia. Las calles de Yakarta son paupérrimas. Muchas de ellas no están asfaltadas. El tendido eléctrico va por fuera de los edificios, lo que le da un aspecto aún más caótico. Es un lugar muy distinto a lo que yo he conocido hasta ahora. A través de la ventana busco con la mirada algún rostro occidental sin suerte. Solo veo tiendas de mala muerte. Después de cuarenta minutos de camino llego a ese oasis de seguridad que supone para todos los viajeros, el hostel de turno. Por fin me siento a salvo. Para los que nos resistimos a que el miedo nos impida disfrutar de manera independiente de lo que más nos gusta, conocer mundo, el hostel es nuestro refugio universal. El lugar perfecto para encontrar viajeros y viajeras con los que intercambiar impresiones sobre las rutas y compartir vivencias. Fue allí donde conocí a la vietnamita Page, la primera persona con la que crucé unas palabras al llegar a aquel lugar, sin saber que se convertiría en una importante amiga y confidente. Con ella tuve tal conexión que sólo sus ojos achinados podían delatar que no nos conocíamos de toda la vida. Recorrimos juntas la ciudad en un vehículo de dos ruedas. La ausencia de semáforos, la falta de orden urbanístico y el elevado número de motocicletas convertían a algunas de esas avenidas en un marea de humos y ruidos insoportable. Después de haber sobrevivido a los primeros tres días, ya me sentía un poco más preparada para afrontar mi aventura asiática.

Para descansar de la multitud ambas coincidimos en evitar los lugares turísticos y las grandes urbes. Así que nos fuimos juntas en tren hacia Bogor, una pequeña ciudad desconocida y genuina donde Page y yo vivimos una de las experiencias que recordamos con más cariño de todo el viaje. Visitamos el Jardín Botánico donde unas alumnas de un colegio, guiadas por la curiosidad de quien apenas ha visto un extranjero en su vida, nos pedían tomarse una foto con nosotras. Asimismo nos preguntaron si nos podían hacer una entrevista con algunas preguntas que habían aprendido en sus clases de inglés, como si de estrellas de cine nos tratáramos. Se podía palpar el asombro y la admiración en sus rostros, y esa pureza que solo pueden tener los escasos niños que aún permanecen ajenos a los impactos de la globalización. Y así transcurrió mi cuarto día en Asia. Tras haber encontrado a la compañera de aventuras perfecta, a esas colegialas que me robaron el corazón y sentirme tan libre, me dije: ¡me siento bien! ¡que la aventura continúe!

El siguiente destino fue Yogyakarta, una ciudad en medio de la isla de Java, famosa por sus templos sagrados, Borodur y Prambayan, budista e hinduista, respectivamente.

A unas diez horas en coche de allí, en dirección a Bali se encuentra el volcán Bromo, un must para los amantes del trekking y de los amaneceres mágicos. Y otra opción también interesante para visitar en la misma ruta es el Kawah ljen, un volcán que desprende lava azul en la oscuridad.

Y por fin llegamos al destino soñado, la isla de Bali. Este paraíso hinduista para amantes de la meditación, bohemios y surferos, bien merece el siguiente artículo completo porque esta bella tierra es diferente. Bali te toca el alma y hace que siempre quieras volver.