Hoy no cotejarás los partes del tiempo; ni exornarás los últimos detalles de tu túnica o capirote.
No podrás visitar templos, en busca de las imágenes de tus padres, que una vez hiciste tuyas y que fueron sus postreras visiones del estertor de su agonía.
No podrás siquiera orar, en los fríos bancos de madera, frente al cautivo.
No evocarás otrora las torrijas o pestiños con que celebrabas la víspera del gozo.
No podrás asomarte a las imágenes de madera y al rizo de las barbas que atenúan el rigor de la muerte anticipando la resurrección.
Hoy no encontrarás a Dios en procesiones, ni en ídolos. No lo hallarás en las aceras en las que se sientan niños con bolas de cera y bolsas hospitalarias de caramelos.
No toparás con El en la imposible comunión de la Misa del Gallo o en el temblor de la primera salida de la Estación de Penitencia.
Y llegada la madrugada, no sentirás esas manos infantiles despertándote tibiamente para recorrer esa cuesta interminable, sobre la que resuenan los pasos de Ella.
No llorarás a los sones de Macarena ahora sin corona por la calle Parras, en memoria de quienes te enseñaron el oficio de no poder morir, cuando todo muere.
No podrás cruzar, en fin, el Puente hacia el faro que te separa de las rocas.
Hoy Sevilla amanece soleada. Los rayos alcanzan los rincones desvencijados de los ángulos imposibles de las puertas de las Iglesias.
Dios nos ha abandonado. Dios no existe.
No se le percibe entre ataúdes en el Palacio de Hielo o en las residencias de ancianos. No se le espera entre quienes no alcanzarán para una brizna de pan.
No se le aguarda entre los desahuciados que no hallarán un respirador o un opiáceo con el que dignificar su muerte en esos ojos temblorosos de un adiós imposible.
Dios no existe, pero asoma en las manos de esos médicos contagiados en el milagro de salvar vidas, olvidados por sus Colegios Profesionales; en los taxistas que trasladan a enfermos; transportistas, cajeros, limpiadoras, empleados de Correos, que se obstinan en el color frente al blanco y negro.
Dios no existe, pero hoy Viernes Santo, se nos ha aparecido entre quienes solidariamente confeccionan mascarillas, prueban vacunas o reparten alimentos como voluntarios de los desheredados de la tierra.
Hoy Viernes Santo, no habrá rosas en las petaladas, pero la lluvia anticipa el Sol que nos evoca que Dios no está en los santuarios, ni en las imágenes... Dios está en ti, en los héroes de Whitman, en los llantos del sufrimiento y en la voluntad de un mundo que pese a una inmensa desolación, aun permite oler ese azahar único de Sevilla, intuyendo ese incienso que, una vez y para siempre, hizo imperdurables nuestras vidas en la memoria de nuestros hijos.