Se ha hecho viral la carcajada de una niña siria cuyo padre le ha hecho creer que las bombas que podrían producirle un trauma irreversible son de mentira, de broma, de juguete. El vídeo que demuestra que la vida puede ser bella en las peores circunstancias -como apuntó hace más de veinte años Roberto Benigni, cuando el futuro no era aún lo que es y pensábamos que el horror bélico se concebía solo en el blanco y negro de nuestros abuelos- nos retuerce el alma en la imposibilidad de conjugar la alegre ingenuidad infantil con la tristísima realidad de un país incapaz de sobrevivir a su propia carambola de tragedia, que ha asesinado a más de 20.000 niños como la del vídeo.
Pero esa carcajada de la niña es una metáfora hiriente de nuestra ignorancia para sobrevivir, aunque ya no seamos niños. Necesitamos engañarnos, precisamos que nos engañen, que nos tapen los ojos y los oídos, desinformarnos, dejar de saber, ignorar, carecer de toda la información, desconocer toda la realidad, vivir ajenos al sinvivir de quienes no viven. La tierna carcajada de la chica de cuatro años, amparada en la seguridad de la interpretación de su padre, es el sonido profundo de la caracola de nuestras infancias, el verde mar que creíamos oír rumoroso y salado al acercarnos la concha al oído antes de saber que el mismo sonido se producía con un simple vaso.
Cada vez que escucha una bomba, esta niña siria de 4 años se ríe porque piensa que es un juego. Familias atrapadas en conflictos que tienen que hacer magia para crear refugios para sus hijos/as. pic.twitter.com/l7mdTgVF2B
— CEAR (@CEARefugio) February 17, 2020
Cada vez que escucha una bomba, esta niña siria de 4 años se ríe porque piensa que es un juego. Familias atrapadas en conflictos que tienen que hacer magia para crear refugios para sus hijos/as. pic.twitter.com/l7mdTgVF2B
— CEAR (@CEARefugio) February 17, 2020Nuestra vergüenza como adultos occidentales es nuestro afán de mentiras piadosas, de medias tintas, de relatos inacabados, inexactos, matizados, mediatizados, edulcorados, infantilizados, nuestro apego al juego fantasioso de no querer enterarnos de la crudísima realidad del mundo para seguir viviendo en él como si nada, como si fuera posible seguir dejando que la vida nos pase por encima mientras a medio mundo le pasa por debajo, traicionera, virtual, ficticia, eufemística, reveladora, tan alegre como falsa e impunemente, de que niñas como esta del vídeo llegan a las costas occidentales para invadirnos, aprovecharse o no sé qué otros disparates que todos les hemos oído argumentar a personas que se dicen dignas, tan falsamente. Vivir engañados es para algunos el hierro ardiendo de la salvación. Para otros, la salvación sin hierros y sin ardor.