La Tostá

Vivir solo con la luz del sol

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
15 ene 2021 / 07:54 h - Actualizado: 15 ene 2021 / 07:56 h.
"La Tostá"
  • Vivir solo con la luz del sol

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Podríamos intentar vivir sin luz eléctrica, solo con la del sol. Lo digo por darle en los morros a quienes nos la ponen a precio de oro cuando más la necesitamos, que no son más cabrones porque no se entrenan. Viví sin luz eléctrica en casa hasta los 8 años, y recuerdo cuando en 1966 aparecieron los trabajadores de Sevillana de Electricidad con sus monos azules para poner los palos de la luz desde Palomares a Cuatro Vientos. Los niños teníamos tantas ganas de tener una tele que les ayudamos incluso a hacer los agujeros y a levantar los postes. Al no tener luz en casa, tampoco había electrodomésticos, solo una radio que funcionaba con pilas grandes, a la que mi madre le hizo una ropita con la tela que le sobró de unas cortinas. Nos alumbrábamos con un perico o carburo, y el frigorífico era el pozo. En una canasta metíamos la sandía y se mantenía fresquita, o debajo de alguna cama. Si alguna vez había necesidad de mantener algo muy fresco, al pueblo iba el de la nieve, con unas barras liadas en sacos que parecían bigas de Castilla. La vitrocerámica era un anafe de carbón y la ceniza la utilizábamos para pintar el zócalo de la casa o para las picaduras de las avispas. El ventilador era un soplillo de palma que hacía mi abuelo, y la estufa, una buena copa de cisco o picón. El pelo nos lo secábamos asomando la cabeza por una ventana cuando hacía viento y para hablar con la familia de Arahal lo hacíamos con señales de humo, como los apaches. Los ojos de mi madre a la luz de una vela eran dos perlas negras y para leer novelas de vaqueros, Popá Manué, el abuelo, buscaba los rayos de sol que entraban por las grietas de la puerta de la calle. Una mañana los de Sevillana fueron llamando a las casas para decirnos que ya había luz eléctrica, que solo teníamos que encender una perilla. Mi madre hizo los honores y cuando se encendieron las bombillas nos entró una risa temblona bastante contagiosa. Al poco tiempo vino el televisor, un Inter de doble pantalla, y empezamos pronto a comprobar lo pobre que éramos, al ver que había una cosa que llamaban lujo, pero en otro planeta, uno llamado Sevilla. Por fin vinieron a vernos los ricos. Hasta Franco vino a vernos un día, aunque nos habló desde la televisión, seguramente por su timidez. “Usted haga como yo y no se meta en política”, le dijo a mi abuelo, que le espetó, con cara de despistado: “Aquí lo que hacía falta era esta tontería”, y de ahí vino lo de caja tonta. La luz nos cambió la vida y medio siglo después nos la jode cada dos meses. Total, para lo que hay que ver, que se la lleven.