Volar el Valle de los Caídos

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21 jul 2018 / 21:28 h - Actualizado: 21 jul 2018 / 21:37 h.

Todos los dictadores felices se parecen, los infelices lo son cada uno a su manera. Si los primeros suelen morir en la cama, a los segundos se les cuelga de algún modo, bocabajo o bocarriba, que esto lo decide la masa enfurecida a falta de una ordenada justicia. Los hay que alcanzan la suma perfección, pues logran morir en la paz y ser enterrados con honores en algún lugar llamado Cuelgamuros, una ubicación donde siempre habitará la ignominia por los siglos de los siglos. Fue así como se dispuso en excelso testamento para que nunca nos habite el olvido. Y si a pesar de lo atado y bien atado que se deja todo, algún enemigo de la patria quisiese quebrar la quietud de los muertos, se ordena a los fieles que salgan en defensa de la corpórea memoria del déspota salvador. Se conocen casos de monjes que, haciendo una lectura torcida de los Evangelios, reparten su fe equitativamente entre dios y el diablo. Heréticamente se erigen en soldados custodios de los restos del caudillo, en guardianes de su santa cruzada y en devotos de sus negros mandamientos. O puede que, más sencillamente, los siete herederos del lobo autócrata declaren ante notario que no se harán cargo de los restos del abuelo para dejarnos generosamente el muerto a todos los demás, la momia de un tirano como regalo para las generaciones futuras. Los dictadores que alcanzan un lugar privilegiado en la vida y un nicho preferente tras su muerte –pasearon bajo palio, yacen bajo una inmensa cruz– son aún hoy inspiración para poetas ripiosos que, sin saberlo, van escribiendo con renglones torcidos la historia mundial de la infamia.

La banalidad del mal de la que hablaba Hanna Arendt es la tela de araña que con mimo tejen los caciques para sobrevivirse a ellos mismos. Tonny Judt en su Postguerra demuestra que en 1950 una gran mayoría de alemanes seguía siendo nacionalsocialista. Porque en una dictadura triunfadora, de muchos años de paz, tan solo los comunistas, los socialistas, los homosexuales, los librepensadores e intelectuales, los poetas, los travestis, los sindicalistas y demás ralea han de temer por sus vidas. Todos los demás, la mayoría silente, son acogidos por el pastor de mano de hierro como parte de su más querido rebaño. De modo que si nadie se descarría y se deja llevar por su conciencia recibirá a cambio los tiernos cuidados que solo los hijos predilectos han de recibir. El dictador es un padre para sus hijos y un abuelo para sus nietos, a la vista está dolorosamente.

Volar el Valle de los Caídos tras sacar de allí a los más de treinta mil cuerpos y darles digna sepultura, sería la traducción artística de eso que se llamó la voladura controlada del régimen. Que entierren a Franco con sus muertos, pero que nunca se nos olvide quién fue ni lo qué hizo. Bienaventurados los que aman la libertad sin condiciones.