En plena pandemia y viviendo una crisis económica tras otra, un buen político debería entender que el miedo y el cansancio de todas las personas se termina imponiendo sobre cualquier otra cosa y que eso provoca que la lectura que se hace de la realidad por parte de cientos de miles de hombres y mujeres vaya del surrealismo a la superficialidad más sangrante. Porque a la pandemia y a la ruina económica hay que sumar una falta de cultura tan desquiciante como peligrosa. Con la excusa de evadirnos del territorio de los problemas hemos dejado de pensar y de interesarnos por lo esencial, por eso que requiere un esfuerzo intelectual y que nos permite generar criterios sólidos, formas de entender las cosas que nos permitan abordar los problemas con eficacia. Si ese buen político ni está ni se le espera, es muy posible que otro de ese tipo que llamamos populista sea el que diga a las personas lo que necesitan escuchar, haga promesas imposibles de cumplir aunque amables con el oído, aporten soluciones disparatadas que cuadren con ese miedo, con esa incertidumbre, que asola a la sociedad.
El miedo bloquea y el miedo hace posible que un mediocre se convierta en mensajero de la verdad, de un futuro mejor; en el faro de un pueblo que necesita salir adelante. Las crisis se ‘resuelven’ muy bien desde el territorio del miedo (resuelven está entrecomillado); señalando culpables que no lo son y marcando territorios en los que solo caben los que tienen derechos por ser del trocito de tierra que ocupan. Una paletada que si se adorna con palabras grandes y hermosas queda de lo más aparente. Como mediocres hay debajo de cada piedra, el mundo que hemos creado se ha convertido en un lugar maravilloso para que aparezcan y se instalen con facilidad.
Sí, esto que describo es parte del fascismo puro y duro, es populismo que solo arrastra miserias de un lado a otro sin acabar con ella. No hay que dejarse engañar por los uniformes o por la violencia en las calles, no hay que engañarse y pensar que, actualmente, ese fascismo de manual es imposible. El fondo es el mismo y solo cambia la magnitud de la ruina o de la enfermedad.
El problema de enfrentarse a esta baratija política que funciona tan bien durante los malos tiempos es que, casi siempre, se valora menos de lo que se debería. Los partidos de ‘siempre’ suelen creer que eso es una cosa de cuatro locos, que su importancia es menor, que se pasará pronto la euforia. Incluso hay quien coquetea con el populismo para parecer guay. La modernidad siempre luce bonita (en este caso lo que se ve como modernidad siendo cosa que ya estaba inventada en la época de las cavernas). Y, así, se crean monstruos que crecen hasta descontrolarse y hasta que se revuelven contra todo.
Con Podemos (populismo de izquierdas y radical) se jugó a ‘mira que monos estos chicos tan jovencitos, cómo montan campamentos en las placitas de nuestras ciudades; en un ratito se van a casa’. Pablo Iglesias e Irene Montero forman parte del Gobierno de España y representan lo peor de ese movimiento social que zarandeó la política para que hubiera una reacción y se ha ido convirtiendo en justo lo contrario.
Con Vox (populismo de derechas y radical) se ha jugado a ‘vamos a Colón a hacernos una foto y así esto queda en nada; y vamos a blanquearles para que podamos gobernar con sus votos porque ya habrá tiempo de deshacernos de ellos’. Sus mensajes hablan de orden, de seguridad, de trabajo para todos, de feministas locas que quieren convertir nuestra sociedad en un campo de exterminio de hombres, de inmigrantes malos que violan y nos dejan sin trabajo, de España como una, grande y libre... Comparen con otros países y con otras épocas de la historia y ya verán lo que encuentran. Y, ahora, se revuelven y arrasan todo lo que encuentran en la derecha política. El ejemplo de Cataluña es paradigmático. Y no pasará mucho tiempo hasta que empiecen a pedir lo suyo en cada Comunidad Autónoma en las que se gobierna gracias a sus votos.
Hay que mirar hacia atrás para tratar de entender por qué razón el presente es tal y como lo entendemos. No somos nada originales y todo lo que nos pasa ya ha ocurrido alguna vez. Populismo y pandemia, incluidos. El día que un político actual agarre un libro de historia, o de lo que sea, y se ponga al día vamos a tener que hacer una fiesta. El día que todos volvamos a sentir la necesidad de un conocimiento que nos permita ser libres habrá que hacer otra.