Will Smith le ha sacudido un puñetazo a Chris Rock durante la gala de entrega de los premios Oscar. Además, ha sido un puñetazo en toda regla, de los que duelen al que lo recibe y al que lo ve.
Rock, un cómico norteamericano de enorme fama y prestigio, ha hecho un comentario de mal gusto sobre el peinado de la esposa de Will Smith. Jada Pinkett Smith, la esposa, ya había reconocido que sufre alopecia autoinmune. Will Smith se ha levantado, ha caminado hasta el cómico, le ha salpicado el guantazo, y se ha ido de nuevo (sonriendo, todo hay que decirlo; con cara de cierto orgullo, todo hay que decirlo; con paso decidido, todo hay que decirlo). Un espectáculo lamentable, injustificable y del todo censurable. Todo su trabajo para encarnar a Muhammad Ali en la película dirigida por Michael Mann, «Ali», le ha servido de algo al actor.
Por otra parte, Will Smith le ha dicho Chris Rock que quitase el nombre de su mujer de su puta boca (“Keep my wife’s name out of your FUCKING mouth!”). Todo maravilloso, todo lleno de glamour, todo edificante.
Will Smith ha confundido el amor con defender a la mujer (un ser débil al que un hombretón debe proteger siempre para demostrar que es suya); Will Smith ha confundido protestar con ser un macarra de tercera; Will Smith parece creer estar por encima del bien y del mal en nombre del amor. Y, como de costumbre, el agresor, entre lágrimas, ha perdido perdón buscando que todos entiendan que solo había una forma de vengar la broma de cómico. El amor hace cometer locuras, según el actor. Pues nada, ahora entendemos que se pueda maltratar a una mujer (por amor) o se asesine a un amante (por amor) o lo que sea (por amor). Vaya con el señor Smith, nos ha salido rana.
Will Smith ha demostrado ser un imbécil. Y Will Smith pasará a la historia por un puñetazo y no por sus actuaciones. Una pena para un artista al que solo le podrán seguir sus pasos con alegría y devoción los jóvenes púgiles. A partir de hoy, comienza el infierno para Smith. Al tiempo.