¿Ya no soy Manolito el de Pepa?

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
20 ene 2020 / 08:01 h - Actualizado: 20 ene 2020 / 08:03 h.
"La Tostá"
  • Cementerio de Sevilla. / Jesús Barrera
    Cementerio de Sevilla. / Jesús Barrera

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Estos días voy a ir al Cementerio de San Fernando de Sevilla a decirle a mi madre que nunca le pertenecí como hijo. Que fui siempre y sigo siendo del Estado. Que ya no soy Manolito de Pepa, como me decían en Cuatro Vientos, sino un ciudadano propiedad de un país que cuando le hizo falta no la ayudó y la dejó tirada. Sí, mi madre no solo me parió en una miserable habitación de alquiler de Arahal, hace ahora 62 años, sino que tuvo que ir a limpiar suelos y a pedir comida a los comedores sociales franquistas del pueblo para que no me muriera de desnutrición. Mi padre era jornalero y este país al que pertenezco, España, no pudo evitar que se fuera por causa de leucemia a la edad de 33 años. No hubo manera de salvarlo, pero sí de haber dado a mi madre más medios para que no se hubiera visto obligada de meternos en un cajón de madera mientras iba a un comedor social a por un poco de sopa y leche para sus tres niños, que aunque no le pertenecíaamos, según la ministra Celaá, los había parido con muchos dolores. Nos crió a los tres hermanos y no en el odio, sino en el cariño y el respeto a los demás: mujeres, gitanos, pobres, ricos, homosexuales, ateos y creyentes. Don Miguel Aguilar Carvajal, el maestro de Palomares del Río, nos enseñó Lenguaje, Matemáticas, Historia de España y Religión. Sí, por eso soy ateo, a pesar del adoctrinamiento franquista. Pero a ser personas de buenos sentimientos y respetuosas con lo diferente, esto nos lo enseñaron mi madre y su padre, mi abuelo Manuel. Ya ven, mi abuelo. Si no era propiedad de mi madre, menos lo sería de Popá Manué. Ninguno de los dos me obligaron a nada y jamás me forzaron a ir a misa ni a odiar a la Guardia Civil o al cura, don Amadeo, que era un pan bendito. Solo a dar los buenos días o las buenas tardes a los vecinos, hablarles de usted, amar a los animales o ser generosos con los necesitados. Mi madre nunca me dijo que era de su propiedad, solo que era su hijo y que me amaba, aunque a su manera, porque no era mimosa. Jamás me hizo ver que algún niño era despreciable por ser rico, pobre, gitano o maricón. Tuve siempre toda la libertad que quise, hasta el punto de volar pronto del nido, de adolescente, para trabajar en lo que quisiera dentro o fuera de Sevilla. Aprendí de ella todo lo necesario para andar por la vida y ser, como soy, un hombre de bien. Ella era creyente y yo no, ya desde niño. No era política y a mí se me metió pronto en las entrañas y coqueteé con los partidos radicales antifranquistas. Era hormiguita y lo mío era quemar las propinas que me daban como panadero en Coria. Mi madre me educó, pero no me adoctrinó. Ni Franco tampoco, aunque lo intentó. Así que a ver cómo voy ahora al cementerio y le explico a doña Pepa que nunca fui suyo, su hijo del alma. Que nada de mí le perteneció, ni siquiera mi corazón. Que ya no soy su Manolito, el de Pepa. Que fui de Franco y ahora de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Que soy un pedazo de carne bautizada.