Cuento de Navidad

El Señor de las Tres Caídas abrió los brazos para llevarse al músico a su pecho. Cuando lo tuvo apretado a su túnica, también blanca, David comenzó a llorar

22 dic 2017 / 17:07 h - Actualizado: 23 dic 2017 / 20:23 h.
"Un paseo por Triana"
  • Cuento de Navidad

El Señor de las Tres Caídas esbozó una sonrisa tierna cuando vio llegar, andando despacio, vestido de blanco, a ese muchacho con barba que llevaba en su brazo derecho un trombón de vara y, en la mano izquierda, un cuaderno de anillas repleto de partituras. Traía Al Cielo el Rey de Triana, La Pasión, La Fe, Caridad, Silencio Blanco, En manos de Jesús, A esta es, Mi Madrugá, El Desprecio de Herodes, Esperanza, Ahí queó y así hasta setenta páginas de un libreto con las hojas llenas de horas y pequeños apuntes a lápiz. En la portada del cuaderno, una foto del Señor, la misma que le hizo la primera vez que embarcó en la Madrugá tocando detrás del Dios de Triana.

–David, yo me alegro mucho de verte.

El Señor de las Tres Caídas abrió los brazos para llevarse al músico a su pecho. Cuando lo tuvo apretado a su túnica, también blanca, David comenzó a llorar.

–Señor, he soñado muchas veces, en esas horas de frío y de sueño, tocando detrás de tus pasos por una ciudad maravillosa, que un día vería tu rostro. Lo he deseado, te he rezado para que un día me permitieras estar delante de ti. Pero he dejado atrás a mi familia, a Marina, a mis compañeros de la banda, a mis amigos... Señor están sufriendo mucho con mi adiós. No les avisé de que venía a quedarme contigo para siempre. No lo esperaban y creo que no pueden entenderlo, que no dejan de preguntarse los motivos por los que has hecho esto de traerme a tu presencia. No quiero verlos así, Padre.

–David, ¿tú te fías de mí?

–Hasta la última gota de mi sangre, Padre. Y Tú lo sabes. Yo he ido siempre contigo con los ojos cerrados a cualquier lugar del mundo. Siempre con tu cruz como brújula.

El Señor de las Tres Caídas cogió con sus manos el rostro del músico y, con un mimo infinito, le miró a los ojos.

–Hijo, no tengas miedo. No sufras más por ellos. Yo te comprendo, pero ya he puesto el remedio a esa tristeza. Porque escuché cada nota que tocaste detrás de mi paso, cada oración, sentí cada lágrima tuya y también todas las sonrisas. Te escuché en tus oraciones y me llegaron tus lamentos. Pasé frío contigo, tuve miedo y sufrí dolor. Te he visto ensayar, vi cómo te enamorabas y he visto que has tratado siempre a tus compañeros con honradez, con amor, con hombría de bien. Y por todo eso estás aquí.

–Pero, Señor, yo..

-Lo sé, David. Te preocupan ellos, ¿verdad? Pues descuida, hijo, yo sé quién puede solucionar todo ese dolor. ¿Verdad, Madre?

Y entonces, David, con los ojos llenos de lágrimas de felicidad, vio aparecer a la Esperanza.