- La diputada Ione Belarra conversa con el presidente del Gobierno, Pedro Sanchez. EFE/ Kiko Huesca
Todas las personas tienen su propia forma de entender la realidad, su ideología y, lo más sagrado, su libertad. Pero algunas personas ni pueden decir lo que piensan sin tener en cuenta antes las consecuencias de hacerlo o sin tener presente la pertinencia de decir públicamente algo que puede generar problemas; ni pueden ejercer su libertad si es que eso va a estar enfrentado al bien común. Puede parecer esto algo terrible aunque siempre ha sido así. Un ministro nunca pudo hablar con libertad de un secreto de Estado; los presidentes de Gobierno han hablado siempre como tal y han dejado sus opiniones personales íntimas para lugares privados, siempre fue así y seguirá siéndolo por siempre jamás.
Ione Belarra, además de ser una ministra poco eficaz, que no pasará a la historia por sus logros, no para de vociferar su apoyo al pueblo palestino y su odio al Estado de Israel. Eso es algo que estaría muy bien en el caso de que lo hiciera en calidad de activista propalestino o algo similar, pero es ministra del Gobierno de España. Y esto provoca roces diplomáticos y opiniones que se preguntan cómo es esto posible. Existen editoriales en medio de comunicación estadounidenses, por ejemplo, que se refieren a la inconveniencia de tanto extremismo dentro del Gobierno de España.
Si añadimos a tanta palabrería , las muestras de falta de educación de Belarra, Montero y Garzón, nos encontramos con una especie de lacra con la que España ha tenido que cargar durante toda esta última que ha concluido.
Sin embargo, aunque esto cause sonrojo a cualquier ciudadano de bien, podría ser algo de relativa importancia durante los próximos cuatro años de Gobierno socialista en comunión con sus socios. Lo que se dibuja en el horizonte podría dejar todo esto a la altura de un sencillo juego infantil. Parece que Sánchez ha logrado un acuerdo total con sus socios y la suerte está echada. Veremos cómo es eso de depender de Waterloo.