Dadas las circunstancias, con el ritmo de contagios disparado y sin control, con los hospitales preparándose para un colapso que puede llegar en pocas semanas y las UCI’s con la capacidad comprometida; con un plan de vacunación lleno de errores de planificación y caótico por sus 17 variantes que corresponden a las distintas Comunidades Autónomas; el Gobierno debería ir planteando legislar para permitir confinamientos mucho más rotundos que las actuales medidas contra la libre circulación de las personas aunque sin llegar al extremo.
No es necesario encerrar a las personas en sus domicilios como se hizo el pasado mes de marzo. Los niños podrían seguir acudiendo a sus colegios puesto que se ha demostrado que ni los niños son vectores peligrosos de contagio ni las escuelas focos descontrolados de propagación del virus. Los centros de trabajo tampoco parecen ser los lugares en los que el SARS-CoV-2 se mueve a sus anchas. Sea como sea, es necesario impedir que los lugares en los que menos casos de contagios se están produciendo se conviertan en focos de infección.
Si se deben acortar los horarios de salida caminar o hacer ejercicio, si es necesario que se modifiquen los horarios de apertura y cierre de establecimientos y si la potenciación del teletrabajo debe convertirse en una constante, tendrá que ocurrir.
Las medidas actuales parecen demasiado cortas, el respeto que muestran los ciudadanos parece tan escasa como la eficacia de esas normas tan confusas que se imponen sin que parezca que todo obedece a un plan serio e independiente de la improvisación y del parcheado. Es imprescindible enfrentar el problema con inteligencia y mucha creatividad, olvidando medidas anteriores que pudieron ser muy útiles aunque ya se encuentran superadas. No es necesario acabar con la economía del país, no es necesario acabar con la salud mental de los españoles, pero sí es necesario romper las cadenas de contagios de forma urgente.