La pandemia que estamos sufriendo ha llegado de forma imprevista a cada país y eso ha provocado que todos los Gobiernos del mundo hayan cometido errores de bulto, se hayan visto sobrepasados por las circunstancias y, por ello, hayan obtenido unos resultados catastróficos en el plano económico y, sobre todo, en el humano. El coste de esos errores y la falta de previsión se puede traducir a fallecidos y el resultado es abrumador.
Pues bien, estando así las cosas, un Gobierno del mundo; sí, uno solo; ha dicho por activa y por pasiva, durante los últimos meses, que sería capaz de hacer las cosas bien. Ese Gobierno es el que preside Quim Torra en Cataluña.
Pedro Sánchez se vio obligado a dejar en manos de las Comunidades Autónomas la gestión de la pandemia una vez que no se prorrogó el estado de alarma. Y Torra tuvo, por fin, la oportunidad de demostrar cómo se debe gestionar una urgencia sanitaria de las dimensiones que ha provocado la Covid-19. El resultado ha sido, sencillamente, desolador.
Torra está dejando claro que lo que le interesa es obtener beneficios políticos de todo lo que sucede. La salud de las personas no tanto. Torra tiene suficiente con señalar con dedo acusador a los españoles porque somos los causantes de todos los males posibles y con eso parece sentirse satisfecho.
Lo cierto es que el número de contagios en Cataluña se ha descontrolado, que el confinamiento ya es un hecho por la vía del decretazo (ya veremos si es legal o no lo es), que los brotes se van extendiendo por toda Cataluña.
La consejera de Salud, Alba Vergés, ha llegado a decir que todo está controlado. Ni ella, ni Torra, tienen intención de dimitir.