La electricidad es un servicio básico y cualquier discurso acerca de este tipo de energía ha de comenzar a construirse desde ese punto exacto.
Hemos asistido durante los últimos días a subidas que fijaban records históricos del precio de la luz en España. Cuando pasa algo así, son las familias con rentas más bajas y las pequeñas y medianas empresas, las que se ven más afectadas.
Según Eurostat, el primer semestre de 2020, España fue el país que ocupó la quinta posición en la lista de los más caros de Europa para los hogares. Sin embargo, en otro tipo de clientes se sitúa por debajo de la media europea. Los hogares también se llevan la peor parte si fijamos la atención en la carga impositiva de los recibos mensuales. El Gobierno insiste en defender que se han reducido los importes hasta un 40 por ciento, pero los datos de Eurostat no colocan a España en buen lugar se hayan reducido o no esos recibos.
Sin duda es necesario reformar el sector eléctrico. La modificación de aspectos regulatorios, una vigilancia de la competencia entre suministradores privados o repartir el apoyo a las renovables entre todos los componentes del mercado energético, pueden ser algunas sendas a explorar.
En cualquier caso, durante estos días atrás ha ocurrido lo que de forma natural sucede en cualquier mercado. La demanda eléctrica ha sido especialmente alta por una bajada atroz de las temperaturas y eso eleva los precios. Si las renovables no producen (siendo más baratas y sostenibles) se termina usando gas que, también, se está vendiendo a un precio muy elevado por la misma razón y porque los problemas de suministro en Argelia son notables. Si a todo esto le sumamos que las eléctricas tienen un sobrecoste al tener que pagar por la emisión de CO2, tenemos la tormenta perfecta.
De este modo, conviene analizar el mercado con minuciosidad al margen de intereses políticos y de presiones por parte de las empresas del sector. Solo así se puede llegar a una solución de un problema que amenaza con ser crónico.