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Fotografía: EFE
La realidad está globalizada y nada queda al margen de algo que, desde ya hace décadas, convirtió el planeta en un lugar pequeño en el que nada pasa sin que se modifique el resto.
La crisis sanitaria generada por el coronavirus de Wuhan ha dejado bien claro que cualquier asunto puede influir decisivamente en la economía de decenas de países, en la vida de millones de personas o en las estructuras sociales que se soporten sobre cimientos poco consistentes.
Ayer, las Bolsas de todo el mundo sufrieron un revés importante. En España el Ibex cedía algo más del 4 por ciento; en Italia el MIB se dejaba casi el 5,5 por ciento y en el resto de Europa las caídas se situaban entre el 3 y el 4 por ciento.
La economía mundial puede crecer un 3,2 por ciento este año. Se pierde una décima respecto a las previsiones anteriores a la aparición del coronavirus de Wuhan.
La alarma sigue creciendo en muchos países del mundo. El caso de Italia es muy representativo y allí el miedo se va apoderando de lo cotidiano. España, por otra parte, se encuentra instalada en la alerta y se siguen haciendo las cosas con cordura, con calma y criterio. La gestión desde el ministerio de Sanidad está siendo impecable. Hay que confiar en que seguirá siendo así pase lo que pase.
Un problema de salud pública en China ha provocado un auténtico terremoto en el resto del mundo y en todos los ámbitos posibles. El precio del petróleo cae con rapidez, el valor del oro (un bien refugio clásico en este tipo de crisis) se dispara. Y la alarma hace que la vida en los países de todo el mundo se altere sin remedio.