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Fotografía: EFE
Que la democracia no es algo que pueda maltratarse ha quedado muy claro tras el asalto al Capitolio de Estados Unidos por parte de los seguidores del que es, todavía, presidente de ese país. Trump ha demostrado ser el peor presidente de la historia del país que ha representado durante décadas lo mejor de la democracia y de la libertad.
Ahora, los líderes demócratas mueven ficha para activar de inmediato un impeachment que acabe con la presidencia de Trump. Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, ya ha dicho con claridad que después del «intento del golpe de Estado», Trump «no puede estar en la Casa Blanca ni un minuto más». El demócrata Chuck Schumer, líder del partido demócrata en el Senado de Estados Unidos, se ha sumado a la petición.
No es extraño que esté ocurriendo algo así. Trump ha logrado fracturar la sociedad norteamericana y ha convertido la política doméstica e internacional en un disparate con tintes xenófobos, racistas, insolidarios, supremacistas y absurdos. Trump ha estado jugando con fuego en una mano y el bidón de gasolina en la otra.
La soledad de Donald Trump es casi total. Son pocos los políticos que siguen a su lado después del asalto al Capitolio. Pero no hay que olvidar que el número de votantes que apoyan a Trump es inmenso. El populismo siempre arrastra grandes masas y las convierte en mareas humanas peligrosas dispuestas a cualquier cosa que pida el líder.
Hay que confiar en que el sistema norteamericano aguante este pequeño cataclismo y que las aguas vuelvan a su cauce, que la tranquilidad que promete Biden llegue con velocidad. Todo el mundo se puede ver afectado por lo que ocurra en Estados Unidos.