El nombramiento de Arancha González Laya como nueva ministra de Asuntos Exteriores resulta esperanzador e ilusionante. González Laya conoce bien el campo de las relaciones internacionales, su imagen en Europa y en el ámbito diplomático es impecable, y su capacidad de trabajo está fuera de toda duda. La ministra tiene mucho trabajo por delante y los retos en política exterior se tiñen de tonos esenciales en esta legislatura que arranca.
España puede pagar cara la parálisis política de los últimos años. Pero no solo en el entorno doméstico. Nuestra presencia en el extranjero se ha visto muy debilitada puesto que las políticas anteriores fueron especialmente equivocadas. La famosa fotografía de las Azores es el paradigma de una forma de entender las relaciones internacionales que destrozaban el esfuerzo de los primeros años de democracia española. España, durante la dictadura franquista, tuvo una presencia irrelevante en el marco internacional. España se comenzó a colocar dignamente en el panorama europeo con los tres primeros Gobiernos democráticos; las relaciones con los países de todo el mundo mejoraron ostensiblemente. España, ahora, se encuentra en el campo de la indefinición. No han ayudado las políticas internacionales erráticas y la imagen que se ha proyectado a causa del problema catalán.
La economía manda y en términos de relaciones internacionales también. Todo se traduce en acuerdos económicos, en localización de empresas en un país o en otro, en movimientos de profesionales por los distintos escenarios económicos en auge. La diplomacia actual no se puede comprender sin tener presente la importancia de economías emergentes. Pero esto no significa que solo eso sea importante. No se puede olvidar una política exterior compensada y eficaz.
Por todo ello, hay que celebrar, en principio, un nombramiento como el de Arancha González Laya. La dimensión exterior de los movimientos migratorios y la postura española respecto a Gibraltar tras el Brexit, serán los asuntos más duros de negociar y resolver.