Menú

90 años de la gran inundación en el Bajo Guadalquivir

Los días 5, 6 y 7 de junio de 1930 llovió tanto y tan sin descanso, que el río Salado de Morón, hoy un arroyo, se desbordó y causó estragos en Los Palacios, Las Cabezas y Lebrija

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
05 jun 2020 / 16:56 h - Actualizado: 05 jun 2020 / 16:57 h.
"Historia","Infraestructuras","Construcción","Historia","Diputación de Sevilla","Inundaciones"
  • Muchos jóvenes de la época sorprendidos en los corrales del Pozo del Pradillo ante el espectáculo de las aguas, en Los Palacios. / El Correo
    Muchos jóvenes de la época sorprendidos en los corrales del Pozo del Pradillo ante el espectáculo de las aguas, en Los Palacios. / El Correo

El paisaje ha cambiado tan radicalmente, que las fotos en blanco y negro de la época no parecen de hace 90 años, sino de mucho más, no solo por la apariencia de la gente, sino por la fisonomía de los paisajes. El río Salado de Morón, por ejemplo, hoy apenas un arroyo sin demasiada envergadura que atraviesa las tierras de la campiña utrerana y el comienzo de las marismas del Guadalquivir, era entonces un río mucho más soberbio que, al inundarse, era temible. Lo había hecho años atrás, pero durante los días 5, 6 y 7 de junio de 1930 provocó tanto daño que los periódicos de la época se hicieron eco de los estragos comarcales. El historiador palaciego Fernando Bejines lo recordaba precisamente hoy, no solo porque se cumplan 90 años de aquellos sucesos, sino porque justo así comenzaba su libro de 2014 La Alcantarilla de Alocaz, editado por la Diputación de Sevilla, y, sobre todo, porque aquellas riadas bíblicas empujaron a la administración de la II República a construir el pantano del Palmar de Troya.

Aquellos días de junio de la llamada “Dictablanda” en nuestro país se produjo un temporal de lluvias muy violento que generó un auténtico drama en pueblos como Los Palacios, Las Cabezas o Lebrija, pero también en Dos Hermanas o Utrera y las fincas de la zona: El Trobal, Juan Gómez, San Cayetano, San Rafael, Jaime Pérez, Toruño o El Torbiscal, en esa llanura creciente que hoy se extiende desde el sur de la capital hispalense hasta la marisma que se antoja infinita, entonces sin explotar aún. De hecho, según recoge Bejines en el citado libro, “la opinión generalizada de las administraciones locales y los particulares afectados fue que la magnitud de la inundación estuvo provocada por la construcción de los diques de saneamiento y muros de defensa que se realizaban en las secciones Primera y Segunda de las marismas por parte de la Compañía de las Marismas del Guadalquivir”, pues por culpa de aquellas nuevas infraestructuras el río Salado no podía terminar de desaguar como acostumbraba.

Las inundaciones provocaron la destrucción de muchas chozas y casas en Los Palacios y Las Cabezas, se perdieron demasiadas cosechas y hasta se ahogó parte del ganado en varias finchas de la zona, que quedaron literalmente anegadas. Pero también hizo que durante el Gobierno de la II República se procediera con urgencia a la construcción del pantano Torre del Águila, en Utrera, que, por cierto, terminaron de hacer los presos de Franco tras la Guerra Civil, como les ocurrió a otros compañeros desgraciados con el llamado Canal del Bajo Guadalquivir, también bautizado popularmente como Canal de los Presos, para redimir penas con horas de trabajo, se decía en la época. Pero esa es ya otra historia. Al río Salado, a partir de entonces, se le modificó su cauce y se le construyó una nueva canalización para que desaguara directamente al Guadalquivir.