José Manuel Caro Cortines se sabía mejor los rincones de la parroquia mayor de Santa María la Blanca que los de su propia casa. No en vano hubo épocas de su vida en que, literalmente, pasaba más tiempo en este templo de su pueblo, el principal de Los Palacios y Villafranca, que en ninguna otra parte. Como ni el tiempo ni el sueño eran impedimentos para él, uno podía encontrárselo a cualquier hora del día y casi de la noche, cualquier día de la semana, encaramado a un andamio restaurando un altar, subido a una escalera para alcanzar aquellas pinturas ocultas de la cúpula o subiendo la zigzagueante y oscura escalera de la torre para cambiar las sogas de las campanas, cuyos nombres y sonidos conocía de memoria con el mimo de un padre. Era un fontanero parroquial que lo mismo limpiaba candelabros o enceraba tornillos para arreglar un mueble en la sacristía que se encorbataba en la primera fila para presidir algunos de los muchos cultos de su queridísima Virgen de las Nieves, la Patrona local. El resto de los días, oía misa desde lejos, con las manos ocupadas en alguna de las muchas tareas en que él mismo se disciplinó a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, casi desde los tiempos del célebre párroco Don Juan Tardío y hasta la época más cercana de otro párroco por cuya amistad profunda había perdido el don y hasta el apellido: Paco el Cura. José Manuel lo fue todo en la parroquia: monaguillo, sochantre, sacristán, secretario, escribiente, albañil, pintor, decorador, hermano mayor, confidente de los curas y, lo más difícil de todo, el alma del templo. Hoy ha muerto a los 84 años de edad y quienes lo conocieron ya han pensado que no se repetirá una figura similar en la parroquia. Es imposible. Porque tampoco la parroquia es ya la misma.
José Manuel Caro, conocido en todo el pueblo por regentar la única tienda que entonces confeccionaba capirotes de nazareno y otras artes cofradieras, era una institución en sí mismo. Él convenció a cuantas instituciones fue preciso en cada momento para actuar sobre las cubiertas del edificio, sobre el exterior y el interior de la cúpula del altar mayor, sobre las paredes del templo, para enfoscarlas y pintarlas. Impulsó la restauración del campanario y de todas las campanas, así como del remate de la torre. Electrificó su sistema –y el de todo el templo-, aunque gustaba de construir él mismo una sinfonía campanera determinados domingos y festivos, cuando tomaba sendas cuerdas de cada campana -la tin y la tan, como se decía coloquialmente en la parroquia en aquellos años-, pisaba el sobrante de las sogas y se dejaba ligeramente caer, suspendido como un director orquestal para mecerse sobre un sonido cuyos códigos concretos se habían ido perdiendo entre sus antepasados, que habían oído aquellos sones diluyéndose muchas décadas atrás por el infinito de la marisma que se divisaba.
Fue José Manuel Caro quien aconsejó el traslado de las rejas del presbiterio a su actual ubicación en el coro. Dedicó años a recuperar el dorado del retablo de una las primeras Vírgenes que conformó una hermandad en el pueblo, la del Rosario, tras descubrir que lo habían pintado de blanco después de la Guerra Civil.
Fue él también quien se ocupó de la recuperación del órgano parroquial, que databa de 1747 (obra de Francisco de Ortíguez) y que en los años ochenta del pasado siglo era un mueble gigante, cubierto de polvo y de olvido. El 19 de marzo de 1983, festividad de San José, el organista José Enrique Ayarra volvió a arrancarles sus notas dormidas en una eucaristía que quedará para la Historia.
Comprometido con la cultura
Caro formó parte de cuantas instituciones fueron importantes en Los Palacios y Villafranca para dinamizar su vida sociocultural en los años de la Transición. Formó parte de varios colectivos civiles como El Casino, el Ateneo, del que fue su primer secretario, e impulsó la Cabalgata de Reyes Magos. Como fue secretario de la Hermandad Sacramental, la de la Virgen de las Nieves, desde 1967, y hermano mayor cuando la conmemoración del Bicentenario de la llegada de la Virgen, en 1996, fue él quien medió para que el Ayuntamiento nombrara a su Virgen Alcaldesa perpetua y honoraria de la Villa. Ha muerto, dejando viuda y tres hijos, siendo el número 1 de su Hermandad.
El mundo cofrade le debe muchísimo, no solo por haber ostentado durante unos años clave (los de transición entre el pasado siglo y este) el cargo de presidente del Consejo de Hermandades y Cofradías, sino por haber representado en su persona los valores procesionales durante todos los días del año. Su dilatada trayectoria le ha sido reconocida con varios galardones, como el Varal de Plata que le concedió la tertulia El Último Varal o el Nardo de plata de su propia hermandad. Muchos años antes, el Ateneo le había concedido el Racimo de Uvas de Oro, que lucía tan orgulloso en las procesiones. Descanse en paz.