Los cielos grises barruntaban la despedida. La estancia se había cumplido y, dando cuenta de la tradición, la Virgen de Setefilla debía volver a su santuario. Desde abril de 2015 ha recibido culto y veneración en la parroquia loreña, y pasados dos 8 de septiembre tocaba devolverla a su casa. Culminados los preparativos, ha sido inevitable, según refieren, «una honda sensación de tristeza», intensificada por la incertidumbre meteorológica y de no saber si, finalmente, la Virgen podría marchar.
En la víspera del domingo, la parroquia permaneció abierta toda la noche para velar a la Virgen. Ya bajo su templete de plata y engalanada con el terno rojo. A pesar del frío y la lluvia, los loreños no han faltado en esta íntima despedida. Rezos y rosarios se fueron engarzando con plegarias, agradecimientos y peticiones de los devotos, confiando a la Serranita Hermosa su intercesión. Las miradas eran un ir y venir continuo de la Virgen al cielo, esperando la tregua que permitiera depositarla en su altar serrano. Mientras, en las calles, se comentaban los horarios, el recorrido y las predicciones, concluyendo las conversaciones con la misma coletilla: «Que sea lo que la Virgen quiera».
Un gentío de hombres con atuendos impermeables y pañuelos blancos en la cabeza, como marca la costumbre, se arremolinaban en torno a las andas mientras se celebraba la misa. Como un exorno floral de inmaculada pureza, templaban los nervios y las ansias de levantar por fin al Lucero de la Sierra.
Como declaración de amor a la Virgen, el coro entonó en el momento de la comunión sevillanas que repetían «siempre yo estaré enamorado de ti, se desbordan las pasiones que de niño yo viví». Mención patente de ese amor visible trasmitido a través de generaciones.
Faltando cinco minutos para las 8 de la mañana, el hermano mayor, Juan Quirós, anunció solemnemente «a la Virgen nos la llevamos», decisión de la junta de gobierno aplaudida y vitoreada. Acto seguido, mandando a arrodillarse haciendo sonar una campana, entró el clero, que empezó a cantar las letanías del rosario en latín. Al rezo del Santa María el pueblo estalló de júbilo y se alzó la Virgen para comenzar el camino, en una prolongada chicotá que no finalizaría hasta llegar a la ermita. Para prevenir posibles incidencias, el templete iba protegido con una funda impermeable. Eran las 8 de la mañana y en Lora del Río no llovía y florecía una primavera de pañuelos blancos en honor de la Virgen.
Así, entre vivas al Orgullo de Lora, abandonó el templo, a ritmo rápido y arropada en todo momento. Al mismo compás que la Virgen despedía las calles fue amaneciendo, y el cielo se abría de nubes. Los alumbrados navideños engalanaban el discurrir de la comitiva, que sin descanso entonaba salves, cantos y rezos. Y con la tregua de la lluvia pintando del celeste mariano de Setefilla el cielo.
Tras ser portada por mujeres, una plegaria flamenca en la casa de la Virgen volvió a arrancar vivas a María Santísima. Recibida por el repique de las campanas del convento de la Concepción, la Virgen entró en el templo, de donde salió entre aplausos y despojada del plástico protector. Exultante de belleza, discurría la imagen sobre un impoluto jardín de pañuelos blancos. Completando la despedida por el casco histórico de la localidad, alcanzó la antigua ermita de Santa Ana. Devotas de avanzada edad despedían a la Virgen con lágrimas y una clara petición: «¡Virgencita de Setefilla, que te vea cuando vuelvas!».
Un sol tímido hizo brillar el templete, que con el alegre tintineo de la campana que lo corona iba marchando con celeridad buscando la Cruz de San José. Allí, los descendientes de Diego Martínez subieron a las andas para cerrar las cortinas y colocar la funda impermeable, para comenzar el verdadero camino. Dos leguas de dificultad intensificada por los efectos de la lluvia, que impidieron el paso por lugares tradicionales y obligaron a cubrir determinadas partes del trayecto por carretera.
Entre tímidos rayos de sol y chaparrones intermitentes, fue completándose el recorrido. La Virgen vino lloviendo y ha vuelto a irse bajo la lluvia, como si el tiempo no hubiera pasado y la estancia en el pueblo hubiera sido un sueño de devoción y fervor.
Descubierta solo en la parroquia del poblado de Setefilla, a las 16.30 horas María Santísima quedó entronizada en su santuario. Un camino distinto que quedará grabado en los corazones setefillanos. Esos mismos que ya descuentan días hasta diciembre de 2021, cuando se hayan cumplido cinco años de la estancia de la Virgen en su santuario, para reunirse y hacer sonar la antigua campana de Santa Ana. Sueñan con convocar al pueblo para sacar de nuevo en procesión al Viejo, y que él, como Patriarca de esta secular devoción, pida a la hermandad y a la parroquia de nuevo traer a la Virgen. Pero eso ya constituirá el relato de una nueva Venida. Mientras, continuará viviéndose la devoción, en su ermita y en lo más íntimo de cada loreño, porque como se canta en su himno, «¡Viva la Virgen de Setefilla, que en nuestro pecho tiene su altar!».