Cinco siglos de trigo y vid sacramentados en Carmona

La fiesta del Corpus atrae a cientos de personas que disfrutaron de un cortejo con aires románticos

Ezequiel García ezegarcia85 /
03 jun 2018 / 20:29 h - Actualizado: 03 jun 2018 / 20:43 h.
"La provincia en fiestas","Corpus Christi"
  • Tras los niños de comunión, el paso de San Juan Grande abrió el cortejo del Corpus. / E. G.
    Tras los niños de comunión, el paso de San Juan Grande abrió el cortejo del Corpus. / E. G.

Era la fiesta más importante –y aún la más antigua– de Carmona cuando la Semana Santa no gozaba del prestigio y la pomposidad actual. El Corpus es un imán al que acuden cada vez más vecinos de extramuros y turistas para adentrarse por la Puerta de Sevilla en un entorno romántico con olores a juncia, romero y menta silvestre que te atrapa.

Es el olor de un domingo único, elevado a una de las fiestas más importantes, con un gusto estético sin parangón. Gran parte de culpa la tienen Paqui Ferrusola y Fernando de la Maza, que cuidan hasta el último detalle para que todo esté a punto.

Esta fiesta tiene una idiosincrasia propia en la capital alcoreña. Además de la decena de altares particulares, entre los que destaca el montado por Manolo Perea en la calle Vendederas con la Virgen del Amor bajo palio pintado a mano, las hermandades y congregaciones religiosas también ponen su granito de arena.

Así, al igual que ocurre con la Hiniesta Gloriosa en Sevilla, el sábado, la Virgen del Rosario de la Hermandad de la Expiración; el Señor Cautivo de la Quinta Angustia, titular de la corporación y obra de Pedro Roldán El mozo o la Divina Pastora de Nuestro Padre, también imagen titular y segunda imagen más antigua de esta iconografía en el mundo, se trasladan hacia el itinerario oficial desde sus templos esperando a la salida de la Custodia de Alfaro el domingo en pasos procesionales.

Ya ayer a primera hora de la mañana, completaban la nómina de pasos-altares San Juan Evangelista de la hermandad de la Humildad –que hizo su traslado una hora antes de la manifestación pública de Fe–, y Santa Clara, obra barroca de vestir titular del convento de las Franciscanas y portado por costaleras de la Columna.

A todos ellos se suman el Señor de la Victoria de los Salesianos; el impresionante altar con la estatua de bronce de Santa Ángela o el Sagrado Corazón de Jesús de la hermandad de la Amargura. En la iglesia del Salvador, el de la Orden Seglar de los Siervos, Nuestra Señora de las Mercedes, colocada con motivo del Año Jubilar Mercedario, siendo una obra decimonónica titular de la Esclavitud de la Merced de la hermandad fundada a inicios del siglo XVIII establecida en la parroquia de San Pedro; así como la imagen titular de San Juan Evangelista de la hermandad de la Coronación de Espinas que presidía su impresionante altar. También es digno de mención el montado por la hermandad del Santo Entierro en la puerta lateral de San Bartolomé y presidido por Santa Ana o el montado por la hermandad del Rocío con motivos peregrinos y una imagen del Niño Jesús.

Con algo de retraso, en torno a las 10.30 horas, salían los primeros niños de primera comunión abriendo el cortejo antes del paso de San Juan Grande. En esta ocasión ha sido la primera vez que la imagen del santo carmonense ha efectuado procesión y no el templete con la reliquia, decisión que se ha tomado al coincidir el Corpus con la fiesta del santo. Sobre peana de carey y plata, proseguía San Teodomiro Mártir, patrón de la ciudad. A continuación, la Virgen de la Encarnación, que lució en el paso los blandones que en 1584 realizó Francisco de Alfaro y las imágenes de los cuatro arcángeles atribuidos a Astorga. Fue una de las imágenes que más curiosidad despertó entre el numerosísimo público que a ratos provocaba bulla en calles como Prim o la entrada a las 12.30 horas en la Lonja de Santa María.

El cortejo lo cerró, antes de la Custodia, el paso del Niño Jesús, obra barroca bajo templete de Solís y Palomino de 1871, con un pequeño ostensorio de pedrería y amatistas y rosario de oro.

La mencionada Custodia, realizada por Francisco de Alfaro entre 1579 y 1584, en plata, mide 180 centímetros de altura, procesionando en la actualidad sobre una peana con lo que alcanza los 270 centrímetros. Lo curioso de esta magna obra de orfebrería, portada a hombros, es que el alto coste de la pieza tuvo que ser abonado por las parroquias de la ciudad según sus ingresos.

Brilló el sol, como mandan los cánones. No hizo ni frío ni calor. Y el gentío dejó un domingo para enmarcar en cuerpo y alma. Tal y como comentaba el artista Manolo Perea, y que demuestra lo especial de esta fiesta, «solo me motiva seguir montando altar el amor a Dios, pues no todos los días sale el Señor a la calle. A cada uno nos ha dado unos dones y hay que ponerlos al servicio de Él, que nos da tanto, algo que llevo haciendo yo durante más de veinte años». Testimonio de fe y devoción. Por otros cinco siglos más.