Constantina ‘pinta’ el Paleolítico

El centro de visitantes de El Robledo acoge un taller de pinturas rupestres en la que los niños participan como verdaderos hombres de la prehistoria

03 jun 2018 / 21:04 h - Actualizado: 03 jun 2018 / 21:05 h.
  • La pintura se elaboró en cáscaras de huevo y, seguidamente, usaron palos, plumas y hasta sus propias manos para convertirse en hombres y mujeres del Paleolítico en Constantina. / J.A.F.
    La pintura se elaboró en cáscaras de huevo y, seguidamente, usaron palos, plumas y hasta sus propias manos para convertirse en hombres y mujeres del Paleolítico en Constantina. / J.A.F.
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La naturaleza regaló a la Sierra Morena sevillana un tesoro en forma de paraíso verde. El ser humano le estará siempre en deuda y, por eso, a menudo hace pequeñas ofrendas como la de ayer, cuando hizo vivir a los presentes un viaje en el tiempo. Un viaje de millones de años dirigido a un público infantil que nunca antes había estado tan cerca del hombre prehistórico. Los pequeños participaron en un taller de pinturas rupestres organizado por el centro de visitantes de El Robledo, en Constantina, e impartido por la arqueóloga Vicky Martínez, de Mosaiqueando. Esta se ganó la confianza de los participantes desde muy pronto gracias a la interacción que consiguió con ellos al poner en sus manos objetos como algunas conchas fosilizadas.

Martínez les habló de lo antiguas que eran en el tiempo, por lo que debían sentir que tenían «la historia en sus manos». La arqueóloga explicó a los pequeños, de entre tres y trece años aspectos tan importantes y desconocidos como la manera de aromatizar las cuevas. Para ello hizo uso de almizcle, o también denominado palosanto. Aunque lo prendió con un mechero, hizo hincapié en el gran avance que fue para la época la invención del fuego, gracias al cual sobrevivieron. En el aspecto alimenticio, aunque el objeto de deseo era los grandes animales como bisontes, los insectos y los pequeños reptiles también fueron importantes, y para ellos la arqueóloga dio a probar a los niños una peculiar lagartija, con la que pudieron ponerse en la piel del hombre prehistórico.

Sin que nadie la esperara, apareció una peculiar visitante, una pequeñísima rana que en un jardín botánico no encontró mejor lugar para darse a conocer. Es de los animales que el hombre de la prehistoria hubiera devorado al instante, indicó la ponente. Lo mismo ocurrió cuando se les presentó el sílex como cuchillo o las conchas como objeto de valor, tanto que equivaldría al oro en la actualidad.

Al taller no le faltó un solo detalle, incluso el arte mortuorio fue plasmado en él, y los pequeños experimentaron la posición en la que eran enterrados en la antigüedad. El plato fuerte de la actividad, el que llevaba su nombre, no fue otro que el de las pinturas rupestres. Martínez explicó que aunque solo son ideas y nadie lo sabe a ciencia cierta, con ellas, el hombre prehistórico pretendía dar a conocer sus vivencias, asegurarse la caza del día siguiente, como si de una petición a los dioses se tratara o dejar una huella vital, de ahí que sea esta, la de las huellas de las manos, una de las principales pinturas encontradas en las cuevas. A fin de hacerlo todo más realista posible, la arqueóloga dispuso de pigmentos con los que los niños pudieron hacer sus mezclas. Antes de ello, se les explicó que ese pigmento se conseguía gracias a la sangre de animales que cazaban y también de la arcilla que encontraban en las orillas de los ríos. En cuencos, con algo de agua se elaboraba la pasta que servía de pintura para dibujar en las cuevas.

Los participantes del taller de El Robledo no dispusieron de cuencos pero elaboraron las pinturas en cáscaras de huevos. Acto seguido utilizaron palos, plumas o sus propias manos para convertirse en auténticos hombres y mujeres del Paleolítico y dibujar animales, huellas de manos o esa especie de diana que también aparecen con asiduidad en las cuevas estudiadas y cuyo origen se desconoce aún. Aunque no se pudo realizar en una cueva real, los pequeños hicieron sus pinturas en un mural, donde mostraron su arte.

Una vez finalizado, tal y como se hacía en la época, se perfiló con carbón cada una de las pinturas dejando como resultado final una auténtica obra de arte. Tras la elaboración del mural, los participantes dieron un nuevo salto en el tiempo, esta vez hacia adelante, para aterrizar en el Neolítico. Gracias a la arcilla, aprendieron a elaborar útiles como cuencos en las que poder beber, comer o guardar sus pertenencias. Decoraron los mismos acorde a como se hacía en la época y terminaron por darle color gracias a los pigmentos sobrantes de las pinturas rupestres, para después dejarlos secar y llevarse un grato recuerdo de un taller realizado en plena naturaleza.