Donde todavía queda invierno

Aunque la estación fría parece estar en vías de extinción en muchas partes del planeta, aún existen lugares en los que las bajas temperaturas marcan el día a día

01 dic 2016 / 14:32 h - Actualizado: 02 dic 2016 / 07:00 h.
"La Sevilla más serrana"
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  • Una de las últimas nevadas importantes que vivió la localidad de Alanís en enero de 2010. / Paco Fuentes
    Una de las últimas nevadas importantes que vivió la localidad de Alanís en enero de 2010. / Paco Fuentes

Las señales de tráfico que rotulan el trayecto hacia la Sierra Norte de Sevilla cumplen con la función de hito de carretera y también de cartel turístico. Las advertencias triangulares de peligro P 23 y P 24, las que avisan de la posibilidad de cruzarse en la carretera con animales domésticos y en libertad, retratan algunas de las características que más se identifican con esta comarca de la provincia. En un planeta en el que el invierno parece estar en vías de extinción, hay lugares en los que todavía el frío sirve como identificador, código de barras y hasta motor económico. Si en Tarifa el aire mueve olas y cometas, en esta parte de la provincia el aire fresco seca y cura espléndidamente todo lo bueno de esos animales que merodean por la zona. Hasta el sur del sur tiene su norte. Y en Sevilla hay dieciocho pueblos que llevan la marca norteña en su ADN. El agosto de la Sierra Norte empieza justo esta semana. Los días de chimenea, de matanza, de temperaturas bajas y de gastronomía típica convierten a esta zona en un reclamo sobresaliente.

La Feria de Muestras que se inicia en unos días tiene a El Pedroso con más ajetreo de lo habitual. Durante el puente de diciembre, el pueblo se convierte en un enorme escaparate para mostrar todo lo que la comarca produce y presume. En esta semana se acondicionan aparcamientos, se repasa la pintura de los pasos de cebra y comienzan a montarse los primeros tenderetes. «Aquí se vive muy tranquilo durante todo el año, pero la Feria de Muestras para nosotros es como la Semana Santa, las mismas bullas. No se puede andar por el pueblo, no hay aparcamientos. Hay gente del pueblo hasta prefiere aprovechar esos días y hacer una escapadita», cuenta Mercedes, una profesora pedroseña, muy implicada en la vida cultural de la localidad.

Un camión cargado de venados llega a un negocio de chacinas a la entrada del pueblo. Las señales de peligro P 23 y P 24 ya advertían de que la presencia de estos cérvidos y del porcino era cosa habitual por la zona. A muy pocos metros de la fábrica de embutidos, una almazara; «productos de la tierra y productos de los que se aprovecha todo la aceituna y el cerdo», apunta José Ignacio con agudeza justo en el lugar en el que los grifos no echan agua, sino aceite. Además de ocuparse de los asuntos del oro líquido, José Ignacio es uno de los que todavía cumple con una de las costumbres más arraigadas de la zona, la matanza del cerdo. Y para hablar de esa tradición, lo primero que hay que hacer es adaptarse a los registros de vocabulario del lugar. No resulta muy habitual toparse con alguien que todavía pesa en arrobas y no en kilos. «Enero y febrero suelen ser los meses más habituales para hacer la matanza, hay que aprovechar el frío para que las chacinas se curen de la forma adecuada. Cuando el cerdo pesa unas 13 o 14 arrobas (unos 150 kilos) tiene el peso más adecuado», explica. A pesar de que los controles sanitarios se han hecho mucho más severos y que la juventud tiende a marcharse a la gran ciudad, la matanza familiar no corre peligro de quedarse en el recuerdo. «Aquí comemos de eso, comemos cochino todo el año. Va a ser muy complicado que esa tradición se pierda. Es una parte tan habitual de nuestra dieta que hasta nos hemos hecho inmunes al colesterol», asegura José Ignacio, «yo no paso de 150 y la gente me dice cómo es posible. Pues el secreto está en comer cochino, pero del ibérico, del bueno», concluye. La matanza es el reflejo de una sociedad de raíz campesina que aprovecha los recursos de la zona y que veía en la cría del cerdo una salida en tiempos de escasez, que fueron en esta tierra casi usuales.

El frío no sólo cura jamones también rostros. El aire fresco y seco de la sierra muestra en la cara de Antonio, de 71 años, que la naturaleza ya cuenta con su propia coenzima q10 para combatir el paso del tiempo y las arrugas. Nació en Cazalla de la Sierra y ahora vive en El Pedroso, después de haber regresado de unos años en Barcelona. Su hijo regenta uno de los establecimientos de turismo rural con mejor fama de la zona, pero él ha convertido la propiedad en un pequeño museo de artes, costumbres y oficios de la zona. Aperos, arados, herramientas, utensilios para el ganado o trampas para conejos se agolpan en las paredes y estanterías de su improvisado lugar de exposición. Asegura tener herramientas que podrían estar datadas en el año mil que encontró en el campo, y entre explicación y explicación cuenta como en 1982 fue abatido el último lobo de la Sierra Norte. «A los siete años ya salía al campo con mi padre. No voy a decir que ahora no haya cosas que te hagan la vida más fácil, pero sí que se ha perdido el sentido del esfuerzo», cuenta Antonio al tiempo que asegura no entender que en la recogida de la aceituna haya un turno de 8 a 3 para trabajar.

Aceite, cerdo, venado, naturaleza. Todo eso es la Sierra Norte, pero en El Pedroso también se han empeñado en que esta comarca sevillana sea también un referente cultural. El municipio aspira a conseguir ser Villa del Libro, una distinción que otorga la International Organisation of Book Town del Reino Unido, y en el que el único municipio español es Urueña (Valladolid). La Asociación Cultural la Fundición se ha propuesto convertir a la localidad serrana en un referente del libro. «La gente lee poco, ya lo sabemos, pero para que eso cambie lo primero que tenemos que hacer es que la gente del pueblo tenga facilidad para acceder a los libros», cuenta Mercedes, una de las integrantes de la Fundición. Enseña con orgullo el espacio museístico que se ha abierto sobre el Libro, la Escritura y la Edición. Con la colaboración de distintas administraciones y la Fundación Lara, un edificio de Aníbal González ha sido rehabilitado para dar cobijo a la muestra. «Queremos inundar El Pedroso de libros, organizar un tren a la Villa del Libro desde Santa Justa», Mercedes cuenta y no para de enumerar todas las actividades que La Fundición ha propuesto, mientras muestra una vitrina con un ejemplar de todas las novelas premiadas con el Premio Planeta y la firma de su autor o la iniciativa de reescribir a mano El Quijote. Uno de los objetivos finales es que cada establecimiento de El Pedroso tenga su pequeño muestrario de libros en el que uno pueda tomar uno prestado y luego devolverlo en otro lugar distinto. Algo así como coger Cien Años de Soledad en un bar y devolverlo en la peluquería una vez que cualquier pedroseño lo haya leído.