No es un bulo. No es una inocentada. No es una errata. No es una cláusula del estado de alarma. Es una torpeza muy perjudicial. En versión corregida y aumentada. Ya llevábamos siete trienios siendo una sociedad de algoritmos (Google fue fundada en 1998) cuando el Consejo de Ministros del Gobierno de España aprobó el 3 de marzo de este nefasto 2020 (dos semanas antes del confinamiento anticoronavirus) el proyecto de ley elaborado por el Ministerio de Educación y Formación Profesional para reformar la legislación educativa. En las primeras impresiones de opinión pública sobre su articulado pasó desapercibido que se elimina la obligatoriedad de cursar Matemáticas en el Bachillerato de Ciencias y Tecnología, y lo mismo sucede con Matemáticas Aplicadas en el fusionado Bachillerato de Humanidades y Ciencias Sociales. Tras los meses de mayor emergencia y tragedia, donde todo ha sido urgencia y conmoción, y antes de que comience durante los próximos días la tramitación y debate parlamentario de la nueva Ley Orgánica de Educación, el conjunto de las organizaciones matemáticas de España se ha dado cuenta de esa devaluación de los planes de estudio y exhorta a todos los grupos políticos que pacten una enmienda con el fin de garantizar que las Matemáticas sean materia obligatoria en ambos bachilleratos. Esto no es una petición endogámica o gremialista. La matemática es la materia prima que sustenta todos los sistemas y desarrollos que vertebran nuestra era del 'big data'. Es imposible en el mundo de hoy y en el de mañana que pueda ser próspero un país débilmente formado en los fundamentos matemáticos y en el pensamiento computacional.
El 17 de mayo tiene el atributo de ser el Día Mundial de Internet, de las Telecomunicaciones y de la Sociedad de la Información. Igual que en cualquier edificio de viviendas, de oficinas o de comercios sería anacrónico propugnar como optativa la conexión a internet, porque es sinónimo de brecha digital, así de obsoleta es la argumentación del secretario de Estado de Educación, Alejandro Tiana, cuando ha salido a la palestra para justificar que han optado por volver al criterio de la ley educativa de 2006, en el que el texto normativo solo incluye lo básico, y se pospone a la elaboración de reales decretos la concreción del estudio de conocimientos como las matemáticas. Qué tiempos estos en los que hay que luchar por lo evidente. En el umbral de la civilización articulada con 'inteligencia artificial' no darle en los planes educativos al lenguaje matemático la misma consideración estructural que a la Lengua española y a la Lengua extranjera es como retrotraernos a la época en la que el inglés era una 'maría'.
Desde hace décadas se sabe, y está analizado y voceado por activa y por pasiva, que la mayor parte de las nuevas especialidades profesionales y de los nuevos empleos están basados en fundamentos tecnológicos y matemáticos. Eso no es para cuatro 'frikis', es una curva de crecimiento exponencial en el mercado de trabajo. Hay pleno empleo en muchas de esas profesiones. Es penoso que en un país con tanto paro como España faltan decenas de miles de personas cualificadas para esos perfiles. Tendrían contrato seguro porque muchas empresas demandan incorporar a trabajadores con esas competencias para no quedarse más rezagadas en su competitividad. Las comparativas de la OCDE y de la Comisión Europea evaluando el nivel del alumnado español ratifican una y otra vez el desfase en capacidad matemática que padecemos en términos generales, mientras que multitud de países ricos o emergentes se pusieron las pilas para fortalecer la educación matemática de sus nuevas generaciones. Y es lamentable que se desincentive el talento femenino a edad infantil o adolescente porque en muchos ambientes familiares y sociales aún persiste el tópico de que la innovación es cosa de hombres. Todo este conjunto de rémoras conforman un lastre estructural que acentúa la precariedad del modelo socioeconómico español. Por ello, resulta profundamente rancio que la enésima reforma de la legislación básica educativa ignore tamaña asignatura pendiente para la sostenibilidad económica del país. Hay que hacer del talento matemático Marca España o seremos un mapa con más telarañas que jamones.
La iniciativa de la Real Sociedad Matemática Española para que en el Congreso de los Diputados se enmiende ese apartado del proyecto de ley con el fin de que se refuerce orgánicamente el papel de las matemáticas en los bachilleratos no solo debería haber sumado los apoyos de una veintena de entidades científicas y académicas. Ya tendrían que estar adheriéndose los gobiernos autonómicos, los alcaldes, las organizaciones empresariales, los sindicatos, las universidades, las oenegés, las federaciones de padres y madres de alumnos,... Hasta Cáritas y el Banco de Alimentos. En la 'normalidad' precedente al coronavirus ya éramos un país líder en precariedad porque tenemos un excesivo porcentaje de población adulta con formación escasa y desactualizada. Con la pandemia paralizando tantos sectores, cómo vamos a salir del abismo de la pobreza generalizada y de las colas para recoger comida si no logramos incrementar mucho y rápido el nivel medio de la formación de los jóvenes. Y, a las pruebas me remito, para sentar las bases de ese gran cambio el primer ingrediente es el criterio, no el dinero.
Animo a muchos compañeros de la comunicación, como Carlos Alsina, Pepa Fernández, Ignacio Camacho, Carles Francino, Vicente Vallés, Angel Expósito, Nacho Cardero, Jesús Maraña, David Cantero, Lucía Méndez, Víctor Lapuente, Esther Paniagua, Juan Manuel López Zafra, Estefanía Molina, etcétera, a que hablen de esta cuestión. Informes rigurosos y expertos de verdad para esto hay por doquier. Estoy convencido de que les apetece más abrir una perspectiva alternativa al pim pam pum de las estrategias pertinaces de las cúpulas de los partidos políticos para crispar a una sociedad históricamente aleccionada para la polarización y la confrontación. Las matemáticas no son ni de derechas ni de izquierdas. Y cabe preguntarse por qué amplios sectores de la ciudadanía, voten a quien voten en cada coyuntura, siguen ignorando que en la confluencia de saberes y habilidades que es consustancial en casi todas las profesiones del presente y del futuro, ya no hay compartimentos estancos entre los conocimientos científicos, humanísticos y técnicos.
Aunque no es lo sustancial de este debate, sí merece subrayarse que esta indolencia en la configuración legislativa de la educación reglada por parte del equipo encabezado por la ministra Isabel Celáa lleva el sello de un gobierno que se proclama progresista, que ha multiplicado el número de ministerios, y en el que están callados el de Ciencia, el astronauta Pedro Duque, y el de Universidades, el sociólogo Manuel Castells, cuyas respectivas famas de antaño se basan en las matemáticas. Sin ellas, ni el primero hubiera ido en una nave espacial ni el segundo hubiera tenido ante sí la galaxia Internet de la que se hizo reputado analista.
La cosa tiene bemoles. Y megas.