Cultura

El día que murieron Marco Polo y Galileo también murieron los revolucionarios de la poesía

Un 8 de enero no solo murieron estos revolucionarios del empirismo, sino los poetas Verlaine y Gil de Biedma, visionarios de la poesía de la experiencia

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
08 ene 2021 / 18:45 h - Actualizado: 08 ene 2021 / 18:47 h.
"Cultura","Literatura","Historia","Astronomía","Historia","Viajes","Homosexualidad","Poesía"
  • Verlaine y Rimbaud.
    Verlaine y Rimbaud.

Tal día como hoy, un 8 de enero, pero de 1324, moría en Venecia uno de sus más ricos mercaderes que no pasaría la Historia por las riquezas del palacio en que había convertido su hogar, sino por la rica experiencia de haber viajado a donde la imaginación de sus contemporáneos no había alcanzado aún. El mercader se llamaba Marco Polo y no solo viajó a la China, sino que se lo contó a una asombrada Europa medieval en una de las narraciones más deliciosas que se han traducido jamás a tantísimos idiomas del mundo. El muchacho Marco Polo había viajado con su padre y su tío hasta Persia y Afganistán, había recorrido toda la Ruta de la Seda y había llegado hasta China, donde llegó a ser, durante tres años, gobernador de una ciudad antes de volver a 1295, cuando fue capturado en la guerra que mantenía Venecia con la República de Génova. Después de haber contado sus aventuras al escritor Ristichello de Pisa en la cárcel para que las transformara en literatura realista, el veneciano Polo salió de prisión y formó parte hasta del Gran Consejo de la República de Venecia. El relato de sus viajes al otro lado del mundo habría de inspirar a Cristóbal Colón para su hazaña descubridora.

Más de tres siglos después, en la misma Italia (pero en Pisa), otro compatriota llamado a revolucionar más aún la humanidad moría también un 8 de enero, pero de 1642. Se llamaba Galileo Galilei y, tanto se había interesado por la astronomía que fue el primer ser humano en descubrir que la luna tenía montañas como la tierra gracias al telescopio que él mismo construyó. Galileo descubrió también cuatro lunas de Júpiter y empezó a creer que, al contrario de lo que se había predicado hasta entonces, no era el sol y los otros planetas los que orbitaban alrededor de la Tierra, sino que todos los planetas giraban alrededor del sol, lo que enfureció a la Iglesia hasta el punto de condenarlo a muerte si no se retractaba de tal atrevimiento. Antológico es ese momento en el que, acorralado por el tribunal de la Santa Inquisición y después de haber renunciado a su teoría heliocéntrica, susurró “pero se mueve...”.

Y no deja de ser curioso, tantos siglos después, que todo siga moviéndose, como la imaginación misma, incluso en disciplinas tan aparentemente distintas a las científicas como la poesía. También un 8 de enero, pero de 1896, moría de neumonía quien había sido designado dos años antes como el Príncipe de los Poetas, el principal precursor del simbolismo, el francés Paul Verlaine, modernísimo poeta que había bautizado a toda su generación como los malditos después de protagonizado el escándalo de haber abandonado esposa e hijo para vivir un tórrido romance en Londres con el jovencísimo Arthur Rimbaud, otro poeta –también maldito, por supuesto- al que le bastaron 37 años –la edad tenía Verlaine cuando se fugó con él- para poner la semilla del surrealismo con un solo poema que tituló Una temporada en el infierno, donde afirmó que había que “reinventar el amor”, a pesar del rechazo hasta de su propia madre por su homosexualidad. Lo dicho: otro revolucionario.

Y no deja de ser menos curioso que otro poeta precursor de la poesía de la experiencia, homosexual para más inri, muriera igualmente un 8 de enero, pero de 1990, y de sida, para catapultar la última revolución sustanciosa de la poesía en nuestro país. Se trata del barcelonés Jaime Gil de Biedma, que renunció al simbolismo francés que precisamente había emocionado tanto a la Generación del 27 para hacer lo mismo que Rimbaud justo un siglo antes: dejar de escribir, porque, según mantenía, “lo normal no es escribir, sino leer”. Cuando afirmó tal cosa había escrito ya lo más elemental de su obra elemental, en la que conversaba con su alter ego menos revolucionario: “Podría recordarte que ya no tienes gracia. / Que tu estilo casual y que tu desenfado / resultan truculentos / cuando se tienen más de treinta años, / y que tu encantadora / sonrisa de muchacho soñoliento / -seguro de gustar- es un resto penoso, / un intento patético. (...) / ¡Si no fueses tan puta! / Y si yo supiese, hace ya tiempo / que tú eres fuerte cuando yo soy débil / y que eres débil cuando me enfurezco...”. Era el mismo poeta que, apenas treintañero, había sido capaz de pensar por él mismo y por todo los demás, revolucionarios o no, muertos un 8 de enero o cualquier otro día del año, una sentencia escalofriante: “Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde”.