Aznalcóllar es un hervidero de emociones desde el pasado 22 de abril. El cabildo de hermanos de Arriba se reunió de forma extraordinaria, y antes de su finalización la noticia corrió por el pueblo con la misma alegría que desde ese día mantiene: «¡En 2018 va a haber Cruz!». Con ese escueto mensaje los aznalcolleros supieron y difundieron que el próximo año volverán a celebrarse las fiestas mayores de la Cruz de Arriba.

El júbilo proviene de que estas fiestas no se celebraban desde 2014. Y es que dentro de sus peculiaridades, cuando finalizan unas fiestas nunca se sabe cuándo serán las siguientes. «Hasta 1919 fueron anuales. Ese año los hermanos decidieron hacer un parón, ahorrar para invertir en patrimonio y otras cuestiones y en 1926 celebrar unas grandes fiestas. En vista del éxito se instaura el modelo de ahorrar un tiempo para celebrar con todo lujo las fiestas», explica Pedro Macías, prioste de la corporación.

Las reglas recogen un período máximo de cinco años entre una fiesta y la siguiente, aunque la junta de gobierno puede acortar o prorrogar ese periodo «si se considera que los ánimos aconsejan la celebración o si la economía no permite celebrarlas», por enumerar motivaciones. La intención, en definitiva, es que «las fiestas que se hagan superen a las anteriores». Para ello, «la junta presenta la propuesta de fiesta, junto con presupuestos y estimación de gastos, y el cabildo de hermanos decide si se celebran», como ha ocurrido favorablemente en esta ocasión. El motivo principal ha sido el 75 aniversario de la incorporación de la Virgen del Rosario a la hermandad.

Así, a final de julio de 2018 volverán a celebrarse las fiestas principales de la Cruz de Arriba. Se abrirán el penúltimo fin de semana del mes con el pregón, la imposición de bandas a los mayordomos de la Cruz y de la Virgen –que rememoran a los tradicionales benefactores de las fiestas– y la coronación de las reinas mayor e infantil y sus respectivas cortes de hasta 12 damas. Todas estas figuras representan a la hermandad y «tienen sus casas abiertas al pueblo durante todas las fiestas e invitan a comer y beber».

Los cuatro días hasta el último domingo de julio acogerán las fiestas en sí. El jueves será el encendido del alumbrado, que destaca en la calle Sevilla. Es «una extensión de la capilla», que se decora «como una catedral para la Cruz». De ahí la monumental portada en la esquina de la iglesia, los pequeños arcos a modo de bóveda y la cúpula en la plaza de la capilla, con arcos y luces. El viernes se celebra una suerte de gira campera, el «Romerito», un día de campo para recoger romero y ofrendárselo a la Cruz en un paseíllo de gala de caballistas, continuado con una velada nocturna. Continuará la romería a la ermita en la dehesa de los Llanos, que tiene lugar el sábado –aunque a partir del 90 aniversario, celebrado en 2016, ya sea anual–.

Es el domingo el día grande, «que da sentido a todo lo demás». En la mañana se trasladan los pasos a la parroquia. Primero sale el de la Cruz, que espera en el porche de la capilla la salida del de la Virgen, para procesionar juntos en una comitiva de mujeres ataviadas con mantilla, autoridades y bandas de música. Ya en el templo mayor se celebra la función principal, para proceder, en la tarde, a la gloriosa procesión por todo el pueblo. La noche se alargará con veladas en distintos puntos y fuegos artificiales.

A pesar de que la nueva junta de gobierno ha fijado –con la preceptiva aprobación del cabildo de hermanos– la celebración en la parroquia de la función de la Cruz en septiembre y la de la Virgen en octubre –lo que conlleva un discreto traslado de los venerados simulacros– las fiestas mayores son vividas intensamente. Con argumentos, muchas personas preguntan a la Cruz «¿cuándo te volveré a ver otra vez?». Por ello, se vuelcan en las fiestas mayores. No se escatima en dianas, bandas de música, veladas o fuegos artificiales. Todo sufragado por los hermanos y con iniciativas curiosas como «apadrinar una alcancía. Hay 333 huchas repartidas por las casas, que las tendrán un año con el compromiso de ir echando dinero. Al final del ciclo se realiza un sorteo con premio económico».

Una escisión de jóvenes de la hermandad de la Vera Cruz promovió la veneración a la Santa Cruz gloriosa de la Resurrección, fundando la Cruz de Arriba en 1783. Con la llegada de la minería inglesa y el ferrocarril, el pueblo entró en contacto con la capital, lo que supuso para la hermandad un periodo de «sevillanización, adoptando la estética cofrade de Sevilla pero manteniendo la esencia». En este proceso, Hipólito Rossi talló la actual cruz a finales del siglo XIX. La transición culmina con la incorporación de una imagen mariana, «una milagrosa talla de la Virgen, especialmente solicitada ante las dificultades de los embarazos, obra anónima propiedad de una familia procedente de Lebrija». Castillo Lastrucci fue el encargado de su restauración y en 1943 se incluye en la hermandad, advocándola al Rosario.

Este aniversario ha adelantado la propuesta de celebración de las fiestas mayores a 2018, aprovechándose además para ofrecerle una nueva corona de plata, costeada por todos los hermanos y devotos de la localidad.