‘El Médico de Castilblanco’

Cercano y directo, de conversación amplia y didáctica, el doctor Romero ha convertido su consulta castilblanqueña, gracias a su solvente trabajo en nutrición y dietética y los más que comprobables y extendidos resultados, en el referente del adelgazamiento tanto por estética como por salud

12 dic 2015 / 21:12 h - Actualizado: 13 dic 2015 / 18:12 h.
"Sanidad"
  • El Médico de Castilblanco, Julio Romero Redondo. / F.J.Domínguez
    El Médico de Castilblanco, Julio Romero Redondo. / F.J.Domínguez

Un mensaje en clave, un santo y seña que capta e interpreta sobre todo a aquella parte de población a quienes la báscula desplaza su flecha más allá de lo que quisieran. Un solucionador efectivo en una expresión cifrada de corta extensión, pero de amplio resultado a escala física y emocional de las personas que la utilizan. En el pueblo donde pasa consulta, en todo el entorno e incluso fuera de la provincia se le conoce por el Médico de Castilblanco y se sabe los efectos que tendrá en la apariencia y la salud al ponerse en sus manos.

El Médico de Castilblanco es el doctor Julio Romero Redondo, Julio Benito para más señas, pues no niega su filiación con el patronímico habitual del santo protector de estos lares. Licenciado en medicina y cirugía, tiene 60 años, mujer e hija, una consulta en su localidad natal y una merecida y extendida fama. Producto de los resultados de sus tratamientos y del boca a boca son los 6.700 pacientes con los que cuenta en su base de datos.

Pero ¿qué hace este médico? «Sobre todo intento enseñar a comer. No hay milagros ni ayudas externas, es simplemente aprender. Y cuando lo haces y te alimentas bien tienes muy buenos resultados». Su especialidad es la dietética. Por estética y por salud. «La mayoría de los que vienen lo hacen pensando como en un concurso de belleza, yo les hablo de un concurso de salud», pues esta mejora cuando peso y alimentación se controlan.

Trabajando en la Seguridad Social comenzó con el control de diabéticos e hipertensos en un centro de salud, trabajando principalmente la dieta y obteniendo buenos resultados y la posibilidad de reducir medicación. Con esos antecedentes, se decidió a crear una clínica privada, con un excelente resultado, «sobre todo porque la gente agradece la atención directa y que se le expliquen las cosas».

En eso el doctor Romero tiene buenas habilidades. Su conversación es serena y clara, muy didáctica, acompañada de ejemplos y explicaciones asequibles. Tiene tanto de médico como de psicólogo e incluso «confesor». «Los pacientes te cuentan problemas familiares, personales, laborales, relacionados o no con la alimentación». En ello cifra gran parte del éxito de su trabajo, en «escuchar a las personas y explicarles todo de forma tan detallada, adaptándose al nivel de comprensión. Poco a poco se va aprendiendo a comer, a tropezar y saber arreglarlo».

En su método no hay «ayudas externas», ni pastillas, hierbas, hipnosis ni ningún método milagroso. Solo la lógica y un poco de conocimiento a la hora de alimentarse. Hacerlo «de forma equilibrada, que no falte ningún nutriente básico, haya aporte adecuado de vitaminas, aminoácidos, minerales... comidas bien repartidas a lo largo del día».

Su naturaleza comprensiva y sus conocimientos como médico saben de los «pecados veniales» de «meter la pata y pasarse» y comer lo que no se debe. Enseña por ello los conocimientos para arreglar el error, que «la hipoteca del fin de semana, de comidas, bares y amigos» no pese durante la semana y el proceso de pérdida de peso continúe.

Su trabajo consiste igualmente en mentalizar. Hacer ver que «no podemos comer como si estuviéramos cavando zanjas todo el día». Si en la posguerra era típico decir «qué sano y qué gordito está», ahora parece que a más delgadez más salud. Ambos tópicos erróneos, pues el peso es el reflejo de la salud, y la alimentación debe ser el del estilo de vida y el trabajo físico. Alimentación adecuada, ejercicio moderado y constante –«que nos veamos con 80 años y haciéndolo sin problema, ese es el que da resultado»– y la importancia de los hábitos –«reducir la cantidad de comida y repartirla en cinco o seis comidas al día»– y sobre todo la mano del profesional –«comer lo que te viene bien en el orden que te viene bien»– llevarán al éxito en un proceso en el que «la dieta es temporal, el mantenimiento de por vida». Lejos de mostrar vanidad, siente orgullo de ver cómo sus pacientes además de perder los kilos han sabido mantenerse y elegir la alimentación que más les beneficia. Y llena de un afectuoso toque paternal sus consultas, porque cuando algún paciente viene con más kilos que en la anterior revisión «riño, pero lo hago como los padres, por su bien, aunque les de coraje». Pero sobre todo siente orgullo de ver que, sin «ofertas ni milagros» la gente acude a él «por el boca a boca de los resultados». ~