El reportaje literario

Gloria en vida al poeta de los cantaores: José Luis Rodríguez Ojeda

La peña flamenca Amigos de la Guitarra, de su Carmona natal, le rinde homenaje al autor de ‘Casi todas mis letras para el cante’, que sigue alternando su oficio de letrista con la producción de una poética de la Experiencia en aumento

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
28 nov 2021 / 10:55 h - Actualizado: 28 nov 2021 / 10:56 h.
"El reportaje literario"
  • Gloria en vida al poeta de los cantaores: José Luis Rodríguez Ojeda

Con el poeta sevillano José Luis Rodríguez Ojeda nada de lo que se pueda referir es tan habitual. Lo primero, que se haya convertido -en las últimas tres décadas y media- en el escritor preferido de casi todos los cantaores jondos de nuestra tierra, desde el mairenero Calixto Sánchez, que fue el primero que lo eligió para acompasar lo que José Luis había pensado, hasta la sanluqueña Laura Vital, pasando por una treintena de nombres que incluyen a Miguel Vargas, El Chozas, José Parrondo, Curro Malena, Miguel Ortega, Manuel Cástulo o José Valencia, por citar solo a unos pocos y de distintas generaciones.

Lo segundo, que ese oficio de hacedor de letras flamencas que incluso lo ha llevado a impartir clases magistrales en el centro de artes escénicas de Eduardo Rebollar, no le hayan impedido ni seguir impartiendo clases de Lengua en institutos hasta su jubilación ni mucho menos avanzar en su propia carrera poética en esa Generación de la Experiencia a la que se incorpora tardíamente (en los años 90) pero con derecho y verso propios. Gustarme me gusta poco / este camino que llevo / pero ya no tengo otro, dirá en jonda soleá en uno de sus primeros libros, empático con todo aquel sentir de la marginación y el desamparo que sustenta al yo poético que conforma lo flamenco pero también lo no flamenco, lo meramente vital, la conciencia a veces marchita del camino sobre el que a veces se pronuncia la canción. Heredero legítimo de Bécquer y de los dos Machado, no es casual que algunos de sus primeros poemarios se titulasen Consecuencia de andar (Equipo 28, 1994) y Canción del camino (Ángaro, 2003). Luego fueron llegando más poemarios intensos, siempre al margen de su labor de letrista: Por una mirada, primer accésit del premio Luis Cernuda en 2005; De los primeros años (Editorial AE, 2010); Sin pensar en el final; Carmona en mi canción del camino, No se engañe nadie... La próxima primavera sacará, con la editorial Anantes, Por alumbrar lo imposible...

Lo tercero y más sorprendente es que sea profeta en su tierra, y no dicho de una manera metafórica, sino literal y contundente, en su Carmona natal, que “está siempre detrás de mis versos, lo sepan o no los cantaores que los cantan”, como dijo anoche, emocionado, en el homenaje que le rindió la Asociación Cultural Flamenca Amigos de la Guitarra, con un lleno absoluto y la presencia del alcalde, Juan Ávila (PP), y del concejal de Cultura, Patrimonio Histórico y Turismo, Ramón Gavira. El regidor carmonense insistió en que “no podían haber escogido mejor homenaje que a nuestro querido poeta José Luis Rodríguez Ojeda, Willy”.

Después de la entrega de la medalla, los diplomas y los cuadros de recuerdo –incluso de la peña de Paradas con una foto con Miguel Vargas que le emocionó hasta el llanto-, el cante del jovencísimo cantaor de Arahal Antonio López deslumbró la noche por el metal de su voz y su saber hacer por alegrías, soleares y fandangos. Lo acompañó a la guitarra su propio maestro, Eduardo Rebollar. No era de extrañar que el presidente de la peña, Emilio Fernández, estuviera pletórico.

Hijo de Demófilo

Me lo enseñó Demófilo / con sus letras anónimas; / que en pocos versos cabe / una vida, una obra”, dejó escrito Rodríguez Ojeda en aquel poemario que se editó cuando la Bienal de Sevilla del año 2000, A Gazel. Poemas del cante. Desde entonces, ha seguido siendo fiel a esa convicción de que el secreto está siempre en decir lo justo, con sencillez y hondura. “Si alguna vez tuve reparos al presentarme como poeta que hacía letras flamencas”, dice él, “estos han desaparecido hoy, porque ahora mis reparos están en relación con el miedo a no saber dar salida a mi pulso poético, sea en el molde o no de la copla. De hecho, en mis libros aparece más de un poema en forma de copla; y no por mi afición al flamenco, sino porque, para determinada idea, situación o experiencia, no hallo vehículo más idóneo para llegar a la emoción que creo que allí se encierra”. La declaración, evidentemente, define toda su poética, que se entiende al leer cualquiera de sus solares –literarias y cantables al mismo tiempo-: “Hay quien a un árbol se arrima / buscando la buena sombra / y el árbol le cae encima”, o esta otra: “Temiéndole a la candela / puse mis manos al frío/ y ahora la nieve me quema”.

Gloria en vida al poeta de los cantaores: José Luis Rodríguez Ojeda

En esa síntesis de lo culto y lo popular que tan bien maneja, en orgullosa tradición andaluza que va desde Góngora hasta Lorca, por supuesto, Rodríguez Ojeda nos ha dejado dos obras –grabadas y publicadas en disco- que resumen bien esta cualidad suya: Retablo flamenco de la vida y pasión de Jesús y Cantes flamencos al toro y al toreo.

El manejo del verso

José Luis es un gran poeta y un gran lector de poesía, virtudes que no siempre van de la mano. Capaz de hablar en octosílabos, maneja perfectamente la cadencia del endecasílabo y se gusta a menudo en el alejandrino, que le ha permitido profundizar en sus viejos fantasmas, en su memoria, en sus amores, en la soledad y en la reflexión de la paternidad: la de su propio padre, la suya, la de su hijo. “Ya es adolescente mi hijo: trece años. / Bien lo noto en los pulsos que me echa a diario. (...) / Cuesta mucho de golpe dejar de ser un niño, / aceptar la costumbre, iniciarse en la lucha / con el tiempo (a eso nadie del todo se acostumbra). / Cuántas veces me dice que yo no lo comprendo / y sus impulsos logran herir mis sentimientos, / que me inunde unos días un mar de confusiones, / el desvelo en las horas de alguna de sus noches. / Porque otros padres –dice- a sus hijos comprenden / y que yo no lo dejo nunca hacer lo que quiere. / Me quedo sin respuesta y se me vienen frases, / ecos en la memoria de la voz de mi padre, / resumidas en una: “cuando tú tengas hijos / verás cómo te duelen las cosas que me has dicho”.

Un tema delicado

Incluso para un asunto tan trillado en poesía como el amor es José Luis original. “Un tema delicado, el del amor”, dirá en una demostración del dominio que tiene del metro culto, en tercetos asonantados: “Ya todo está inventado, todo dicho / en otro verso, en otro corazón. / Nada es nuevo. Con todo quien lo vive / se piensa que su verso es diferente / y que otro corazón igual no existe. / Un tema delicado. Si termina, / no hay verso renovado. Tristemente / descubre el corazón que fue mentira. / Pero este amor no acaba pues no empieza, / condenado a la nada en estos versos / que ni escape serán de la tristeza”.

El tiempo

Como todos los grandes poetas, también Rodríguez Ojeda está convencido de que no existe, en rigor, otro tema poético por antonomasia. Y lo demuestra con encabalgamientos abruptos o suaves en función de las edades del hombre... “El tiempo... ¿qué es el tiempo? Para un niño, / nada. No existe porque nunca llega. / El tiempo es la pregunta: ¿queda mucho? / “Eso es mucho”, respuesta a la respuesta. / Después ya tiene nombre. Ya es el tiempo / alegre y triste de la adolescencia; / el tiempo que parece que no pasa. / No avisa, pero él lleva sus cuentas. / El tiempo de la edad madura, dicen; / el tiempo en contra ya de la existencia, / el tiempo del lamento por el tiempo / que se va, que se fue. Tiempo que era”.

Y la patria, chica y grande

Para cualquier gran poeta, la verdadera patria es su idioma, su lengua, las palabras en que gesta los versos que él anima a leer, pues “son mi vida. / Y mi vida es mi obra”. Y en este sentido, hay un poema de José Luis en que demuestra, con lucidez y hondura, el amor por su patria sin caer en patriotismos baratos de los que siguen tan en uso. “La adicción a una bandera, / el presumir de terruño / abriendo o cerrando el puño / más que símbolo es quimera. / No entiendo yo esa manera / de demostrar el apego... / Y al decirlo, no reniego / de mi tierra, que por suerte / -o desgracia- hasta la muerte / de ella seré, desde luego”.

Su tierra que es España, por supuesto, pero también Andalucía, y Sevilla, y Carmona, y que, si en vez de hurgar en el espacio, nos pusiéramos a dilucidar sobre las influencias en José Luis a través del tiempo, podríamos seguir ascendiendo, culturalmente hablando, por Al-Ándalus, Roma, fenicios y tartesios, pues todo cuanto ha escrito él –y cuanto le queda por escribir- tiene una reminiscencia senequista de quien se sabe hijo de un tiempo infinito y de un lugar acostumbrado a esa heterodoxia que aquí llamamos riqueza.

Voy poco últimamente por mi pueblo...”, decía en un poema titulado “Cercanía”, en el libro de hace una década De los primeros años. “Voy poco desde que murió mi madre, / por dejadez, quizás; por la rutina / de los días, rutina de los años; / también por el dolor: volver al sitio / de mi infancia, la casa en que nací / la calle de mis juegos...; o a los sitios / de mi inquieta y confusa juventud, / de la amistad y del amor primeros...”. Anoche volvió, aunque no le hiciera falta. Volvió para confirmar lo que ya sabía. Pero esa vuelta sirvió para que lo supieran todos, al volver a sus versos: “Voy poco últimamente por mi pueblo, / porque lo tengo cerca. Siempre en mí. / Está Carmona cerca. Está muy cerca”.