El acto de hoy en el lateral de la capilla de San Sebastián, sede canónica de la Hermandad de la Vera Cruz, María Santísima de los Remedios y Nuestro Padre Jesús Cautivo, ha sido pura memoria histórica, justicia poética o poner los puntos sobre las íes. Elijan ustedes la frase hecha. El caso es que, tras la ofrenda floral de todos los Jueves Santos en Los Palacios y Villafranca, este raro Día del Amor Fraterno sin procesiones se ha compensado en el barrio del Furraque con un emotivo acto de acción de gracias a una de esas señoras que nunca ha ido de señorona.
Se llama Dolores Domínguez Pérez, viuda, sin hijos, y tiene mucho más de ochenta años, pero en el pueblo todo el mundo la conoce como Dolores la de Los Remedios y la edad no importa, porque al fin y al cabo lleva casi toda la vida no ya vinculada a la Hermandad del Furraque, como se puede decir de mucha gente, sino formando parte de sus tripas, de su aparato logístico, de la esencia misma de lo que significa ser de aquí, dialogar de tú a tú con la Señora, estando quien estuviera de hermano mayor. En cualquier parte del pueblo, uno ha podido toparse con Dolores y ese himno más breve y más intenso que el que compuso Don Juan Tardío cuando ella era ya una jovencita: “¡Viva la Virgen de Los Remedios!”. Dolores ha gritado ese verso en cualquier parte: en la carnicería, por la plaza, en su calle, o al finalizar los cultos en la capilla, y siempre ha cosechado un aplauso que ha puesto en comunión las verdades teológicas con las verdades del barquero, es decir, con ese sentimiento a flor de piel para el que al pueblo le ha bastado siempre con una frase en su sitio, como un “¡ole!” bien colocado.
En el primer mandato del actual hermano mayor, Juan Gavira, llegó a ser ella teniente hermana mayor. Pero a ella le han dado igual los cargos y los títulos porque siempre ha hecho lo mismo: entregarse de lleno por su hermandad, ser cristiana a su manera, a través de su “Reme”, como ella ha llamado siempre cariñosamente a una Virgen que, sabiendo que era María, ha tenido desparpajo para repetir que “todas las Vírgenes son bonitas, pero como su Reme, ninguna”.
Dolores lo dice y no cae mal, porque Dolores es pueblo, es barrio, es gracia de Reme transmutada en fe popular por unos titulares que, a mediados de los años 70 del pasado siglo, no tenían precisamente el esplendor de ahora. En aquella época, ella sola fue capaz de calzarse con unas alpargatas y recorrer todo el pueblo, pidiendo y vendiendo papeletas, para sufragarle un manto a su Virgen que, precisamente hoy, la Hermandad ha expuesto para subrayar con hechos el homenaje de las palabras, al que no han faltado la junta de gobierno y los párrocos de Santa María Blanca, Diego Pérez Ojeda, y del Sagrado Corazón, Luis Merello Govantes. Además, tras la aprobación en cabildo de hermanos el año pasado, se ha colocado una placa cerámica que la homenajea para siempre, “y en vida, porque no queríamos hacerle un homenaje después, como pasa otras veces”, ha dicho Juan Gavira, admirado de una mujer “que ha tenido siempre el emblema de no ser de la persona, sino de la Hermandad y de su querida Virgen de los Remedios”.
Por la edad y los achaques, seguramente Dolores no ha sido consciente al cien por cien del cariño no solo de la Hermandad, sino del pueblo, pero ha merecido la pena verla coger los ramos de flores, sonreír como una niña, agradecer las atenciones, que nunca alcanzarán a las que ella ha tenido con la Hermandad, donde todos la consideran como una mamá grande. “Nos ha criado a todos”, decían hoy en el acto, grandes y pequeños. “Yo recuerdo, siendo un niño, venir aquí y ver siempre a Dolores entregada, hace años con su marido, Juan; vivían para la Virgen”, ha sentenciado Gavira.
Su silla de ruedas se antojaba hoy un trono de la Humildad y Paciencia, una lección de vida para seguir aprendiendo incluso en tiempos de pandemia, sin pasos en la calle pero con la capilla de par en par.