La Historia de Utrera, en cómic y a todo color
El Ayuntamiento edita y presenta mañana en la Feria del Libro el tercer y último volumen de una obra iniciada en 1992 y que culminan ahora Fernando Alcaide y Arturo Neyra
Álvaro Romero
La historia de la obra Historia de Utrera es doblemente larga, no solo porque los tres volúmenes de los que consta abarquen un período de muchos siglos (el primero hasta el significativo año de 1492; el segundo hasta bien entrado el siglo XIX; y este tercero hasta casi la actualidad), sino porque para haber visto los tres libros en la calle se han necesitado 30 años y la colaboración no solo del Ayuntamiento, que los ha ido editando, sino evidentemente de sus autores. Y si el primero, allá por 1992, estuvo al cuidado de la profesora Rosario Barrera y el pintor y maestro Diego Neyra, de este último se han encargado el escritor Fernando Alcaide, a la sazón secretario de Organización del PSOE utrerano, y el propio hijo de Neyra -fallecido en 2018-, el profesor y también pintor Arturo Neyra, que ha recuperado muchos de los dibujos que su padre dejó abocetados y ha añadido el resto para que este proyecto, o este reto de contar la historia local a base de instantáneas de cómic, se haya convertido en una realidad.
Tiene mucho mérito no solo condensar tanta historia sobre un mismo suelo, sino hacerlo con esas constantes y coloridas instantáneas que suponen las viñetas de un cómic siempre realista y siempre motivador, ajustado además a la circunstancia, el estilo y el humor de cada momento histórico retratado. Así lo pensó Diego Neyra, quien fuera nombrado Hijo Adoptivo de Utrera en 2012, y así ha conseguido continuar, amalgamando un mismo tono hasta la última página, su hijo, Arturo, que se muestra “muy satisfecho” de haber culminado esta obra de su progenitor y de poderla presentar mañana sábado, a partir de las 11.00 horas, en la Feria del Libro que se celebra en el paseo de Consolación desde ayer y hasta el domingo. Los dibujos, siempre terminados en acuarela o témpera, aparecen remarcados con tinta china y tienen una expresividad que atrapa al lector que se asoma a este volumen de 130 páginas que entregará gratis el Ayuntamiento a partir de la presentación de mañana.
Edad contemporánea
Seguramente sea el período histórico más difícil de condensar, no solo por la cantidad de acontecimientos conocidos, refrendados por tantas fuentes –Alcaide echa mano de diversos manuales de Historia nacional y andaluza pero también de historiadores locales como Salvador de Quinta, Manuel Morales o Francisco Javier Mena, entre otros-, sino por la falta de perspectiva. En este sentido, Alcaide insiste en el prólogo en que “hemos intentado definir un relato que ni está cerrado ni sus derivaciones están tratadas exhaustivamente”, si bien “el planteamiento intencionadamente abierto permite ser revisado o complementado con aportaciones que lo enriquezcan o que simplemente puedan ser manejados para una actividad escolar puntual o una sencilla consulta”. En efecto, el libro –por color y por formato- parece estar pensando para los alumnos, pero también para el ciudadano interesado en el devenir histórico de una ciudad que recibe tal título en 1877 por parte del rey Alfonso XII, tal y como se cuenta precisamente en este libro ilustrado que comienza centrándose en una de las sagas familiares que más ha descollado en la localidad desde la llegada de su precursor, don Clemente de la Cuadra, casado con su prima María Teresa de Gibaxa y López Doriga y con la que tuvo dos hijos, el famoso Enrique y el tal vez menos conocido Federico, de quien heredó el nombre su sobrino, alcalde de Utrera durante muchos años y hermano de Fernando, cuya olvidada labor escultórica también se revela en el libro.
La obra aborda sin tapujos las dificultades propias de una población que rondaba al comienzo de la Edad Contemporánea los 12.000 habitantes y cuyos problemas laborales, urbanísticos, sanitarios, educativos y hasta de orden público eran más que patentes, incluso cuando ya en 1860 se inaugura la línea ferroviaria Sevilla-Jerez que pasa por Utrera, donde se van conformando grupos anarquistas esperanzados muy pronto en la I República.
El “cacique” Enrique de la Cuadra
Un acierto del libro es que va combinando la realidad nacional con la local. Otro, la sencillez de su lenguaje en un afán divulgativo. “Enrique de la Cuadra utilizó, igualmente, todos los recursos en uso para conseguir su escaño, comprometió a sus electores en base a favores y relaciones personales, y su capacidad económica también le permitió comprar numerosos votos. La expresión que definía todo este entramado era caciquismo”, puede leerse en las primeras páginas, las referidas al último tercio del siglo XIX, cuya práctica política del turnismo estará a punto de coincidir con la llegada a Utrera de los primeros sacerdotes salesianos en 1881. De hecho, el de Utrera es –se recuerda en el libro- el primer colegio de esta congregación que se funda en toda España, en una época especialmente convulsa, con movimientos radicales que conviven, por otro lado, con la inauguración en 1895 de la primera central de electricidad en la calle de las Barandillas. Al año siguiente, le era entregado el Santuario de Consolación a una reducida comunidad de la Orden de los Mínimos, restaurada por entonces en nuestro país...
Los Álvarez Quintero
Es en esa difícil época cuando dos insignes hijos de Utrera ven la luz: Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, cuyos centenares de obras teatrales los convertirán en unos de los dramaturgos más importantes del país durante la primera mitad del siglo XX, aunque sus obras, recuerda Alcaide en su texto, “han sido profundamente discutidas y controvertidas”, además de impactar sobre el público “y devolviendo al pueblo llano el gusto por el teatro de raíz popular”. A los Álvarez Quintero se les dedica en el libro varias páginas, incluso para recordar que el mismísimo Benito Pérez Galdós llega en tren a Utrera para asistir a la adaptación que los dramaturgos utreranos habían hecho de su obra Marianela y que iba a interpretar la compañía de Margarita Xirgu.
Capítulo aparte, aunque sin solución de continuidad, merecen los personajes flamencos de la historia utrerana, desde Mercedes Fernández Vargas, apodada La Serneta, que había llegado a Utrera desde su Jerez natal solo porque su hermana se había casado aquí, y aquí crea la soleá de Utrera, un palo que tanto influye, por otro lado, en figuras esenciales del cante utrerano como Fernando Soto Peña Pinini o Rosario la del Colorao. El texto –y los dibujos, acertadísimos- se ocupa más tarde de El Cuchara, Perrate, Bambino, Pepa de Utrera, Fernanda y Bernarda, etc.
De personajes inolvidables a la gallina utrerana
El libro, tan sintético y con unos dibujos que también sugieren y hacen soñar con un pasado irrecuperable, está nutrido de personajes que no deberían olvidarse como el pionero de la aviación Fernando Flores Solís; o el ciclista Rafael Vélez; o aquel futbolista utrerano del Atlético de Madrid, Fernando Vigueras, cuya vida termina a manos de cuatro policías franceses que le dan una paliza tras un malentendido durante su gira deportiva por el norte de África; o el cantaor Juan Mendoza, más conocido como el Niño de Utrera, cuyos éxitos más notables le llegarían de la mano de Estrellita Castro tanto en la ópera flamenca de la época como en el cine.
Por supuesto, en el libro no podía faltar una referencia –en texto y en dibujos- a la famosa gallina utrerana y quien puede considerarse “el padre moderno de las razas autóctonas que han llegado hasta nuestros días”: Joaquín del Castillo.
Lugar especial ocupa en este último volumen todo lo referente a la Guerra Civil, a los asesinatos, a las cartillas de racionamiento e incluso a la posterior construcción de la barriada Coca de la Piñera y el pantano de la Torre del Águila. Ya en el tardofranquismo, el relato destaca, entre otros muchos episodios históricos siempre convenientemente ilustrados, el desastre del arroyo Calzas Anchas, el 27 de diciembre de 1962.
Es la época en la que el libro focaliza la emigración, la resurrección de tantas hermandades y cofradías utreranas, el protagonismo de su mostachón y hasta la construcción de esa gigantesca catedral de El Palmar de Troya...bastante antes aún de que, como se critica abiertamente en el libro, “el interés privado” se erija “en defensor de las viejas ordenanzas urbanísticas, provocando numerosos estragos en nuestra ciudad”, pues “siempre comenzaban con el derribo y expolio de numerosos edificios históricos y terminaban con la aparición de un edificio nuevo caracterizado por la vulgaridad de sus arquitectos”. Alcaide se atreve a ejemplificar en este sentido: “la casa-palacio de los Álvarez Bohórquez, la de los Ponce de León, la capilla del Pastorcito, al casa natal de los hermanos Álvarez Quintero, torres de molino, la antigua casa consistorial en la plaza del Altozano, torreones y lienzos de la vieja muralla...”. En fin, todo lo que es hoy historia. Historia que a las nuevas generaciones les llega en cómic y a todo color.
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