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La Lotería y el Gordo que llegaron a Carmona gracias a Carlos III

El Correo de Andalucía habla con Valentín Pinaglia, dueño de la administración de loterías nº1 de España. Gracias a su negocio existe el Teatro Cerezo de Carmona. Os lo contamos.

Ezequiel García ezegarcia85 /
13 dic 2022 / 14:21 h - Actualizado: 13 dic 2022 / 19:23 h.
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Hablar con Valentín Pinaglia es sentarte en mesa de camilla y dejarte llevar. Si es con un café, un trozo de torta inglesa y una copita de anís Los Hermanos semidulce hecho en Carmona, mejor. Un liberal de los que ya no quedan, como su difunto padre, querido en la ciudad; orgulloso de ser antiguo alumno salesiano, de tener un libro dedicado al equipo del pueblo, la AD Carmona y de ostentar la administración de loterías más antigua de España, que no la primera: “Ahora sí somos la más antigua, porque las primeras desaparecieron”.

Y es que, una mañana fría llegó Carlos III con aire insigne, se quitó el sombrero muy lentamente y concedió licencia a Carmona. Trece generaciones después ahí sigue repartiendo ilusión y palpando el termómetro de la realidad de Carmona. Este reportaje no es lo que han leído hasta ahora. Aquí verán que, además de dar premios, GAD3 podría sacar los mejores sondeos electorales. La arandela que permite el encaje perfecto de esa tuerca llamada Carmona.

-¿Cómo fueron los orígenes de la administración? ¿Dónde estaba?

Nuestra administración se abre en Carmona en 1764, justo dos meses después de celebrarse el primer sorteo de la Lotería Real Primitiva en Madrid. Ya sabes que la lotería llega gracias a Carlos III en 1763. En principio se localizó en la calle Vendederas, lugar emblemático, dada la cantidad de tiendas que en ella se abrieron, ya fuese de madera, carbón, telas, cerámica, sombrerería, panadería y qué se yo.

-¿Quién le da la licencia? ¿Cómo se consigue?

La licencia nos llega a Carmona gracias al Asistente del Reino de Sevilla, a través de una carta al consistorio carmonense el día 23 de febrero. En ella se da cuenta de la orden del Marqués de Esquilache para implantar la lotería real en esta ciudad. Todo gracias a la petición del primer administrador conocido, Pedro de Benavente y Aranda.

-¿Cómo surge la idea de tus predecesores de dedicarse al negocio de la Lotería?

La familia consigue la lotería gracias a un tío tatarabuelo mío, Cristóbal de Medina y Cansinos, que con 18 años comienza su periplo como vendedor. Él compra la licencia en 1831 gracias al pago de una fianza de 10.000 reales de vellón. Su lugar de trabajo se ubicaba en el emblemático paseo del Estatuto, antiguo del Arrabal.

-¿Qué significa la administración de Valentín para el pueblo de Carmona?

Ni que decir tiene que, para Carmona, supongo, es un negocio del que se presume con orgullo. Eso se nota en sus gentes. En este negocio, en sus tertulias, en sus charlas, siempre se destacan esos casi 259 años de antigüedad, cosa que impresiona a muchos. Y más, cuando digo que soy la décimo tercera generación de este negocio y la sexta -cualquier cosa- de la misma familia de loteros.

-¿Cuál ha sido el premio más gordo otorgado?

Premios importantes son conocidos desde 1865, gracias a la prensa local del momento. Después casi todos mis antepasados han dado el gordo, tres en Navidad, por ejemplo. Los dos últimos fueron el 40213 y el año pasado el 12131. Pero en la memoria colectiva siempre quedará el de 1928, en concreto el del día 17 de Mayo. El número 08076 repartía 2.000.000 millones de pesetas, nada más y nada menos. Gracias a ese gordo, Bernardo Enrique Cerezo regalaba nuestro majestuoso Teatro a Carmona.

-¿Cuál ha sido la anécdota más inverosímil en estos años?

Anécdotas podría contar miles. Pero hay una que hace años nos impactó. Todo ocurrió cuando unas brujas, tras un aquelarre en Córdoba, se acercaron a Carmona y compraron lotería. No te imaginas la de cosas que nos contaron, de nosotros, de nuestra historia y de lo que podría pasar en el futuro. O, cómo olvidar, a un señor mayor, con no muy buena pinta, que, sin más, me dijo meses antes del hecho, que el 40213 sería el gordo antes de terminar 1988. Acertó de pleno.

-¿Cómo está afectando el mundo online al negocio tradicional de la lotería?

Para mí descubrir el mundo de Internet ha sido un cambio radical. Gracias a todo lo que conlleva, a su difusión nacional e internacional, mi negocio ha vivido un cambio a mejor sin lugar a dudas. Las ventas desde hace años han subido bastante.

-¿Habrá sucesión en tu negocio a nivel familiar?

El relevo en este negocio significa dedicación total. Aquí vacaciones hay pocas y el trabajo es desde el primer día hasta el último del año es al cien por cien. Me gustaría que alguno de mis hijos siguiese la tradición, pero comprendo que es muy sufrido.

-Como termómetro político, ¿cómo ves a Carmona actualmente?

Esta administración de loterías es fiel reflejo de la sociedad carmonense. Se habla de todo, se opina y cuando llegan las elecciones noto en la gente si la cosa va bien o mal. En más de una ocasión le he dicho a algún candidato a la alcaldía mis pronósticos, y, la verdad, pocas veces me he equivocado.

-¿Qué se cuece en la administración sobre el futuro más próximo?

El futuro puede, si las cosas se hacen bien, ser una ventana de desarrollo enorme para Carmona. El turismo nos está brindando la oportunidad de que se conozca nuestro enorme patrimonio y, si además, sumamos nuestra candidatura para ser Patrimonio Mundial, imagina lo que podemos ser. Solo falta el convencimiento de que esta ciudad es milenaria en muchas cosas, pero que lo es también en la grandeza de su gente. De esto último puedo dar fe.

-¿Le han pedido alguna vez consejo los políticos locales por ser el termómetro de la sociedad carmonense?

Consejos muchos. Y puedo decir que todos lo colores. Creo que con todos los candidatos he tenido alguna charla y he mostrado mi parecer, gustara o no. Y puedo decir, sin faltar a la verdad, que con todos los alcaldes mantengo una buena amistad.

- Para terminar, Valentín, ¿puede contarnos alguno de esos consejos?

Consejos siempre se los he dado a los que Carmona les ha otorgado la mayoría absoluta.
Ahora bien, sin resultado alguno. El poder, ya se sabe, hace perder el sentido de la realidad muy a menudo.


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