Pintor, cantante, actor. Homosexual, revolucionario y siempre excesivo. Revulsivo y activista. Cariñoso, desprendido, alegre. Como estas, un sinfín de pinceladas podrían dibujar el perfil de José Pérez Ocaña. Hasta 70 –o más– se podrían usar para definirlo. A la persona, al artista y al mito. Como 70 serían los años que hubiera cumplido el pasado 24 de marzo. Y como 70 son las propuestas que, desde el colegio La Esperanza y desde ese día, conmemorarán durante un año el nacimiento y el legado del artista.
Ocaña70 es un programa vivo y abierto, en constante revisión, donde las actividades se van sumando en un continuo homenaje al artista. La restauración del colorido mural que posee en su vestíbulo el colegio, y su presentación –con asistencia de familiares y amigos del pintor– dio el pistoletazo de salida a las acciones.
Como actividad destacada, el 28 de junio se inaugurará en Sevilla la exposición Ocaña, la pintura travestida, centrada «en la última etapa del pintor, con una colección de acrílicos que nunca había sido expuesta en conjunto», explica José Naranjo, uno de los comisarios. La sala Atín Aya, en el Espacio Turina, colgará obras, en su mayor parte propiedad de la familia, cuya exposición irá completada con un catálogo con imágenes y textos de Naranjo. Un primer apartado recogerá la colección de retratos de personajes de la cultura popular andaluza, sus autorretratos y las representaciones religiosas –sin olvidar a las devociones locales de la Pastora y la Asunción–.
La segunda sala se dedicará a la selección de acrílicos, con sus obras más representativas. Cerrará la muestra una sala dedicada a la muerte, su representación y todos los ritos en torno a ella, presentes en la obra del pintor –como en el cuadro La premonición–, así como su propio fallecimiento, de una forma tan inesperada y casi propia de su personalidad. La muestra será visitable hasta el próximo 3 de septiembre, lo que supone una oportunidad única de conocer tanto la obra, en un conjunto inédito, como al artista.
Porque «a Ocaña no se le conoce», comenta su hermano gemelo Jesús. Refiere cómo en su última exposición en Santander, el director del museo comentó «yo pensaba que venía un folclórico, y ha venido un gran pintor».
Le cantó Carlos Cano. Lo hizo protagonista de su propia película Ventura Pons. Lo admiraron y apoyaron políticos, representantes de la cultura y de los movimientos sociales. Pero sobre todo, lo mantuvieron vivo, en su obra y en su recuerdo, la familia - hermanos y sobrinos - y el conservado mural del colegio. Grato recuerdo para Encarni, sobrina del pintor, y alumna del colegio en las fechas en las que Ocaña pintó el reprentativo mural. Con cualquier excusa –«me tiraba todo el día yendo el baño»– se salía de clase para sentarse ante aquel lienzo de ladrillo y gotelé y contemplar cómo su tío creaba la colorida escena.
Lo importante de este aniversario para ella es conocer cómo detrás del artista, obviamente, había una persona. Una gran persona, a tenor de lo que de él se cuenta. «María de la Rambla era una prostituta de Barcelona, que quedó sin oficio por la edad. Mi tío la acogió y la mantuvo. Cuando se enteró de su fallecimiento, se vino haciendo autostop para su último adiós. Para ella era el hijo que nunca había tenido», explica emocionada. Una muestra del carácter desprendido del artista, pues tal era su generosidad que «se gastaba todo el dinero que traía en ayudar a los necesitados del pueblo, a los que la sociedad daba la espalda, aunque luego para volver tuviera que pedir dinero a la madre».
«Ocaña nació para Cantillana el día en que se murió», asegura José Barrios, uno de sus mejores amigos, que aún lo recuerda con emoción. «Cuando se empezaron a recibir telegramas de pésame de Alberti, del ayuntamiento de Barcelona... fue cuando el pueblo empezó a ser consciente de la repercusión que José tenía». Asegura que «nunca tenía una mala palabra para nadie, volcándose en cualquier lugar donde recibiera cariño». Tanto es así que «muchísima gente ha tenido cuadros de Ocaña, él regalaba su obra donde encontraba calor humano. Había quien ni las valoraban, pero lo guardaban por el detalle tan entrañable de ese chico especial».
Un artista «desde que estaba en la barriga de su madre», que «copió los gestos de su hermana a fin de imitarla para demostrarle lo que la quería», y que aseguraba que «aunque me guste estar con hombre, cuando realmente disfruto es pintando y creando», explica Barrios haciendo memoria de las conversaciones con su amigo.