La 'Madrugá'
La "profunda amistad" nacida en plena lucha por la igualdad de las mujeres en las cofradías
Joaquín Delgado-Roig, hermano mayor del Silencio desde el 98 al 2004, y Ana María Ruiz, una de las primeras nazarenas de la hermandad, relatan los cimientos de su insólito vínculo: fue él quien tuvo que explicarle por qué no podía enfundarse la túnica de ruan en pleno siglo XXI
Joaquín Delgado-Roig y Ana María Ruiz Copete en el patio de la Iglesia de San Antonio Abad en Sevilla. / Jorge Jiménez
La memoria es selectiva y habrá muchas nazarenas que, solo algo más de diez años después, al escuchar la historia de Ana María Ruiz Copete, crean que ha pasado más tiempo desde que algunas hermandades sevillanas no permitían que las mujeres formaran parte de sus comitivas. Sin embargo, todo ocurrió ya en pleno siglo XXI.
Cuenta Joaquín Delgado-Roig, hermano mayor del Silencio entre el 98 y 2004, que en su juventud había sido "un negacionista" y no estaba de acuerdo con que las mujeres fueran nazarenas. No obstante "este señor ejemplar", como lo describe Ana María, admite: "He ido evolucionando. No había ya razones a principios de los 2000 para prohibirlo. Solo era una costumbre".
No había ya razones a principios de los 2000 para prohibir que las mujeres salieran de nazarenas. Solo era una costumbre
La historia de Ana María es ampliamente conocida, llegó incluso a publicarse en 2011 en el New York Times. Funcionaria del Parlamento de Andalucía, de 63 años, miembro de la Junta de Gobierno de la Hermandad de San Esteban durante años, "su hermandad por tradición familiar".
Ana María Ruiz Copete en la puerta de la Iglesia de San Antonio Abad de Sevilla. / Jorge Jiménez
Por tanto, Ruiz no solo rompió el techo de cristal cofrade en su momento, sino que también fue una de las pioneras en lograr la plena inclusión de las mujeres en las cofradías sevillanas, al lograr formar parte del cortejo del Silencio en 2011.
Menos conocida, no obstante, es la intrahistoria de la "profunda amistad" que han cultivado durante años, Ruiz y el por aquel entonces hermano mayor de la Hermandad del Silencio, una de las más emblemáticas de La Madrugá sevillana.
Nuestro Padre Jesús Nazareno de la Hermandad del Silencio / Jorge Jiménez
Un gran afecto "desde el primer día"
Joaquín Delgado-Roig fue quien tuvo que sentarla en su despacho en 2001 y explicarle por qué no podía enfundarse la túnica de ruan. "Se informó a una hermana ejemplar de forma inexacta de la normativa del año 72, en la que no se explicitaba que las mujeres no pudieran salir de nazarenas. Yo estaba de viaje y, al volver, la atendí en el despacho y hablamos por lo menos dos o tres horas", afirma Delgado-Roig.
El error fue que la normativa vigente era la del año 86, y no la del 72, a la que se acogió Ana María para pedir su papeleta de sitio. Paradójicamente, la norma más antigua no era la más restrictiva, un detalle que da buena cuenta de los vaivenes regresivos de la conquista de los derechos de la mujer en todos los ámbitos.
Ana María cuenta que "en esa conversación en el despacho fue donde se formó el vínculo. Después, el hermano mayor posterior, se portó conmigo de forma grosera, alguna vez llegaron a echarme". Para esta mujer con amplia raigambre en la cultura cofrade sevillana, "algunas personas fueron muy reacias a perder sus privilegios".
Algunas personas fueron muy reacias a perder sus privilegios
Muchos momentos cofrades compartidos
Cuando en 2011, gracias al decreto del arzobispo Juan José Asenjo, se estableció por la autoridad eclesiástica "la plena igualdad de derechos sin que sea posible discriminación alguna en razón del sexo" en las cofradías hispalenses, Ana María se vistió muchos años de nazarena en casa de Joaquín, con la carga tan personal y emocional que eso conlleva para los cofrades.
"Seguimos tratándonos mucho. Ana María siempre ha ido a los cultos. Yo, en el seno de la hermandad, siempre defendí que tenía sus razones", subraya Delgado-Roig. "Toda la familia le tenemos un gran afecto. Es una mujer noble y directa", describe. Asimismo, también matiza: "Ana María nunca se movió en contra de la hermandad. Iba a los cabildos y defendía sus derechos".
Una prueba de cómo defendió esos derechos es que fue ella la que acudió a la autoridad eclesiástica hasta en dos ocasiones, desde el 2000 a 2011, cuando pudo formar parte del cortejo por el decreto de Asenjo.
La admiración, por tanto, es mutua, y casi 25 años después de esa larga e intensa conversación en el despacho de la casa hermandad del Silencio, un Jueves Santo, Ana María y Joaquín se reencuentran en la Iglesia de San Antonio Abad, la popularmente llamada "catedral del Silencio". Un día de lluvia inestable y ventisca en el que los hermanos comentan que no recuerdan una Semana Santa igual.
Joaquín y Ana María conversan en la puerta de la Iglesia de San Antonio Abad de Sevilla durante la mañana del Jueves Santo. / Jorge Jiménez
Una amistad precursora de la igualdad en la hermandad
No es algo nuevo que, pese a que las hermandades sevillanas cada vez son más paritarias en cuanto al número de hermanos y hermanas, el techo de cristal es más en este caso el de una catedral que el de una pequeña capilla. Ana María es claramente uno de los exponentes feministas en un mundo cofrade cada vez más igualitario e inclusivo.
Su estrecha relación con Joaquín, una de esas historias de cómo el diálogo, la empatía y la convivencia es el mejor camino para el entendimiento, el afecto y lograr un cambio en la mentalidad de muchos cofrades. Era una cuestión de reclamar su merecido sitio en un mundo que se resistía todavía en 2011 a dar el lugar que les correspondía a las mujeres que querían ser partícipes de una tradición milenaria.
Más allá de ocuparse de la conservación o los arreglos las túnicas de ruan, ese difícil tejido de algodón negro de "las cofradías serias", querían enfundárselas. Se acabó eso de solo estar cosiendo en el ropero, o planchando con cuidado extremo a unas telas tan delicadas, esa labor que a día de hoy siguen haciendo con esmero y habilidad pasmosa muchas madres, abuelas y tías desde la invisibilidad de sus casas.
Es emocionante comprobar la profundidad de los vínculos que genera la Semana Santa, y la convivencia de los hermanos de las cofradías sevillanas, pese a sus posibles diferencias. Historias que merece la pena reivindicar en la madrugada de un Viernes Santo sin procesiones por las calles por las lluvias.
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