Semana Santa

Miércoles Santo de rosas y espinas

Solo dos cofradías pisaron las calles de Sevilla en el ecuador de la Semana Santa. Una jornada pasada por agua que será recordada por varias razones

El misterio de la Hdad. del Carmen Doloroso en la Cuesta del Bacalao / El Correo de Andalucía

Antonio Puente Mayor

Desde que en la Edad Media diversos grupos de fieles dieran origen a las procesiones, y muy especialmente desde que en Trento se sentaran las bases de nuestra celebración, la Semana Santa ha evolucionado merced a innumerables aciertos, pero también a errores que, en la mayoría de los casos, se cometieron sin mala voluntad. Por esa regla de tres, buscar culpables entre quienes aman la fiesta es tarea inservible, pues, como dijo Juvenal, “el primer castigo del culpable es que su conciencia lo juzga y no lo absuelve nunca”; algo que entre cristianos no procede en absoluto. Esta reflexión viene a colación de un comentario realizado por un sevillano de avanzada edad que, con la autoridad que le concede la experiencia, quiso apoyar por la radio pública a todos los hermanos mayores que, en el “ecuador” de la Pasión según Sevilla, se habían visto obligados a tomar decisiones no siempre entendidas por la colectividad. Y es que la semana más emocional de cuantas pueblan el calendario está sembrada de rosas y espinas, como la vida misma.

“Que no se enfaden por lo que voy a decir”

El relato de lo acontecido debe arrancar necesariamente en la parroquia de la Concepción, referente espiritual del barrio de Nervión donde, pasadas las doce de la mañana, la Hermandad de la Sed comunicaba a sus hermanos la suspensión de su estación de penitencia. Aún no llovía sobre la ciudad, pero los pronósticos de la AEMET, que incluían rachas de viento de 70 km/h, habían obligado al Consistorio a cerrar todos los parques. Emocionante fue la saeta de Jaime Estévez al Santísimo Cristo en el interior del templo; emocionantes las visitas de representantes de otras corporaciones —desde la Redención a Consolación de Utrera—; y emocionantes los aplausos de los hermanos tras asumir lo inevitable. Una hora y media más tarde, Luis Rizo, pintor nacido en el Arenal y miembro de la junta consultiva del Baratillo, decía a los micrófonos de la SER: “Que no se enfaden por lo que voy a decir, pero yo no sacaría la cofradía”. A esas alturas de la jornada, los meteorólogos pronosticaban un 60% de lluvia que llegaría a aumentar al 90% al dar las diez de la noche. Poco después, el periodista Curro García, al ser preguntado en el mismo medio de comunicación, informaba de que en San Bernardo no se habían repartido los cirios y las insignias continuaban en el altar. Los indicios eran tales que, a las puertas de la parroquia, un devoto sentenciaba a Juanmi Vega, periodista de Canal Sur Radio e hijo del Pregonero de la Semana Santa de 2024: “no hay necesidad de arriesgar”. Paraguas abiertos, paraguas cerrados y el ánimo gris marengo fueron la antesala del discurso del Hermano Mayor, quien, con el corazón en la mano, apeló al “patrimonio humano” antes de cancelar la estación. Eran las dos de la tarde, y a la noticia de San Bernardo le sucedió un chaparrón de los que calan hondo.

Entre nubes y claros

Con la plaza San Antonio de Padua repleta de un público que daba por hecho que no se abriría el portón de los franciscanos, la sorpresa llegó con un aplauso en el interior del convento, al filo de las tres de la tarde. Contra todo pronóstico, la Hermandad del Buen Fin, cuyo brillante estreno copaba reportes en todos los medios, decidió echarse a la calle con su nuevo misterio; una noticia acogida con entusiasmo por algunos, y con extrañeza por otros, que se hizo realidad pocos minutos después. Eran las tres y veintitrés cuando, de manera poética, el sol vino a alumbrar la salida de la cruz de guía, dándole una oportunidad al Miércoles Santo. Casi al unísono, los cofrades asistían a la salida del Carmen desde la parroquia de Omnium Sanctorum, una coincidencia que logró azuzar a los más optimistas y aumentar las dudas de los suspicaces. De un modo u otro, los nazarenos de ambas corporaciones comenzaron a recorrer metros bajo un cielo azul que, cada pocos minutos, se nublaba y se volvía a despejar. Las rosas fueron las sonrisas de decenas de niños vistiendo túnicas de cola o de capa, los sueños de los adultos que trabajan durante todo el año para rozar el cielo, y la luz de capataces y costaleros para quienes una chicotá representa un pacto con el mismísimo Dios —el rostro de Darío Fernández Parra, autor de las imágenes secundarias del Buen Fin, tras escuchar cómo le dedicaban la primera levantá en la calle San Vicente, era el de un padre que acaba de asistir al nacimiento de su primogénito—. Las espinas fueron las lágrimas que en forma de llovizna, primero, y de aguacero, después, castigaron la determinación de dos hermandades cuya moneda les salió cruz.

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Palio fotografiado por un teléfono móvil / Carlos Doncel

“Cuando más se juzga, menos se ama”

A partir de ese momento, el Miércoles Santo entró en una espiral de lo más nociva para la fiesta. Al azote que los hermanos del Carmen y del Buen Fin recibieron por parte de la borrasca Nelson, hay que sumar las reprobaciones surgidas desde todos los puntos de la ciudad, e incluso desde fuera de esta. Fotos, videos y comentarios de taberna física y virtual que laceraron las espaldas de unos cofrades cuyo “delito” fue seguir la senda de otras corporaciones que, entre el Domingo de Ramos y el Martes Santo, obtuvieron resultados desiguales. Recuerden a Honoré de Balzac: “Cuando más se juzga, menos se ama”. La consecuencia de este desastre —porque no existe otro modo de calificar el paso de ambos cortejos por una carrera oficial expuesta al temporal— tuvo su efecto inmediato en el resto de cofradías; comenzando por el Baratillo, que como preconizó el cartelista de la Semana Santa de 2010, dejó sus pasos a cubierto; y concluyendo en las Siete Palabras, que antes de las ocho y media ya había hecho pública su negativa a salir. Tampoco hubo dudas en San Pedro, San Martín y Orfila, donde los hermanos del Cristo de Burgos, la Lanzada y los Panaderos asumieron que las únicas rosas del Miércoles Santo las disfrutarían bajo techo. Casualmente (o no), al poco de recogerse el Carmen en Omnium Sanctorum —el Buen Fin concluyó su periplo en la catedral— comenzó el verdadero diluvio, ese cuya ausencia la noche anterior puso en entredicho a tres hermanos mayores. Y es que ya saben el dicho, nunca llueve a gusto de todos.

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