La Madrugá

Nelson le ganó el pulso a la jornada más larga

Ni Jueves Santo ni 'Madrugá'. Sevilla se quedó huérfana de cofradías tras un rosario de suspensiones que no sorprendieron a nadie 

Armaos en el Hospital Virgen Macarena.

Armaos en el Hospital Virgen Macarena. / Hospital Virgen Macarena

Antonio Puente Mayor

Antonio Puente Mayor

"El que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed", dice el Evangelio según San Juan. Una frase que debe servirnos para cambiar la decepción por alegría al recibir la tan necesaria lluvia. Y es que pese a que la primavera nos esté dejando una Semana Santa irreconocible, conforme pasen los meses, valoraremos este don mucho más de lo que pensamos.

Dicho esto, ciñámonos al relato de los hechos. Con la suspensión de la salida de los Negritos, a las doce y veinte del mediodía, y de la Exaltación, una hora después, el Jueves Santo comenzó a volverse imposible antes de la hora nona. En una mañana de retransmisión de los legionarios en Málaga —excelente la ceremonia del Cristo de Mena— y de visitas a los templos en Sevilla —en Triana y la Macarena había colas desde temprano para visitar a las Esperanzas—, tocaba planificar una jornada que se preveía desierta. A unos les dio por hacer torrijas, a otros por desempolvar el peplum, y a quienes no tenían un plan más edificante, a criticar los errores del día anterior. Igualmente, en las redes sociales, no pocos se preguntaban si era preferible seguir el ejemplo del Cristo de Burgos y comunicar la suspensión de la estación de penitencia horas antes de la salida —de este modo evitarían a los nazarenos mojarse de camino al templo—, o continuar con la fórmula de siempre. Dado el estado del tiempo, la opinión mayoritaria era optar por lo primero, de ahí que muchos aplaudieran los comunicados de las dos primeras cofradías del Jueves Santo.

Efecto dominó

Llegadas las dos y media, y con el suelo prácticamente seco, las Cigarreras comunicó que este año no habría cortejo por Los Remedios, y que la recién adquirida Capilla de la Fábrica de Tabacos estaría abierta hasta las nueve de la noche. Poco después, la comisión de comunicación de la Hermandad de Pasión hacía público un escrito que subrayaba "las concluyentes predicciones meteorológicas para la tarde/noche de este Jueves Santo", instando a participar en la Eucaristía, "sin ser preceptivo el hábito nazareno". Ciento veinte minutos más tarde, y con los bares haciendo números en base a las desiertas terrazas, un prioste de Montesión le decía a Javier Blanco, del equipo de El Llamador, "no hay que precipitarse en tomar una decisión", ya que su Hermandad contaba con "templos donde refugiarse". Sin embargo, Alberto Balbontín, con la prudencia que le caracteriza, anunciaba la suspensión "en consideración de la seguridad y bienestar de nuestros hermanos y devotos". Con cinco cofradías en los templos, ya solo restaba conocer las decisiones de la Quinta Angustia y el Valle, pero estas se harían esperar.

Mientras, en la Capilla de los Marineros, la Junta de la Esperanza de Triana anunciaba que a las diez de la noche se reunirían en Cabildo, y en la Basílica de la Macarena, los Armaos tocaban unas cornetas que supieron a gloria por el vacío de la jornada —lo mismo que las marchas de Redención por la plaza de los Carros, o los guiños de los visitantes al cruzarse con los nazarenos—. Lo de los sones macarenos sería el prólogo de una ronda más corta de la habitual, pero no menos intensa, que incluyó visitas al Hospital Macarena, el Mercado de la Encarnación o las sedes de la Resurrección, los Gitanos y el Gran Poder. Precisamente en el templo del Señor de la Salud, el alcalde José Luis Sanz había acompañado al cardenal y rector mayor de la Congregación Salesiana Ángel Fernández Artime, quien no dudó en rezar ante los Titulares y signar el Libro de Firmas de la Hermandad.

Una Sevilla herida, pero jamás derrotada

Pasadas las siete de la tarde, los cofrades conocieron la noticia de que la Quinta Angustia no realizaría su estación de penitencia —“Los dedos de las Marías se han puesto blancos por el espasmo con que aprietan el santo sudario”, parecía repetir el bueno de Juan Carlos Heras—. Justo después, volvían a abrirse los paraguas en el casco histórico para resguardarse de la “lluvia minuciosa” de Jorge Luis Borges, al tiempo que los nazarenos del Valle asumían que no escoltarían a sus imágenes. Sin haberse puesto todavía el sol —tan agreste como imperceptible—, el Jueves Santo ya estaba visto para sentencia.

Tres horas duró la espera entre el final de la jornada vespertina y el inicio de la nocturna, siendo la Esperanza de Triana la primera en apagar el cirio de la noche más mágica. El reloj no había dado ni las doce, y de una orilla a la otra, la siguiente Hermandad en apagar la llama fue la Esperanza Macarena —sus Armaos fueron la única conexión con la calle, que no con las almas—. Con el viento huracanado golpeando los cristales y los árboles agitados como en una retreta de invierno, no esperaron mucho más las corporaciones del Silencio, el Gran Poder y los Gitanos para hacer públicas sus decisiones. Rezos y Vía Crucis internos vendrían a sustituir los tránsitos por la carrera oficial, para desilusión de muchos. La borrasca Nelson, funesta como el vicealmirante británico en la batalla de Trafalgar, le ganaba el pulso a una Sevilla herida, pero jamás derrotada.

Finalmente, la Madrugá, y por ende la jornada más larga, se rubricó con la suspensión de la salida del Calvario, volviendo imposibles los versos de Vicente Aleixandre, esos que llenos de amor parecían evocar al Dios de la escritura recta y los renglones torcidos: «Sólo la luna puede cerrar, besando, unos párpados dulces fatigados de vida». 

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