«Este último año, las cárceles han sufrido un doble aislamiento»
Amparo Morillo es psicóloga y trabaja en la Asociación Zaqueo, una organización sevillana dedicada a la reinserción social de los exconvictos.
Amparo Morillo, en la Asociación Zaqueo / Julio Mármol
Julio Mármol
Más de 55.000 personas viven en las cárceles españolas. Algunos, como los condenados a permanente revisable, quizá para siempre. En Sevilla, asociaciones como Zaqueo trabajan con los internos y los exconvictos para favorecer su reinserción social. Cuando se le pregunta a la psicóloga Amparo Morillo, de esta asociación, si colabora con todo tipo de internos, responde que a ellos sólo les pide “voluntad de cambio”. “Lo que hicieron en el pasado”, añade, “para mí, se queda en el pasado”.
¿Cómo ha sido este año para la población reclusa de Sevilla?
Ha sido muy complejo, ya que pasaron por un doble aislamiento. Debido a la crisis sanitaria, muchas entidades nos hemos visto en la obligación de modificar los proyectos porque, durante el estado de alarma, los internos no han podido salir ni han podido recibir visitas, con que evidentemente estaban mucho más aislados. Cuando pudieron empezar a salir, tenían que cumplir una cuarentena de diez días en régimen de aislamiento o en módulos aislados, por lo que el salir de permiso se les hacía un mundo. Les resulta muy complejo. En las prisiones, hay muchos internos con un estado de salud bastante malo. Hay muchos que han tenido hábitos propios de la drogodependencia que les ha dejado secuelas y eso hace que sean más vulnerables a la infección por COVID.
¿Ha habido muchos contagios?
Creo que mucho menos entre la población general. Los centros penitenciarios han sido muy cautelosos y lo han conseguido contener.
¿Se sabe cómo está marchando la vacunación entre los presos?
El personal hace ya tiempo que se está vacunando. El otro día, me dijeron que en un par de semanas empezaban a vacunar a los internos de Morón.
¿Ha sido este un año diferente para la Asociación Zaqueo?
Ha sido complicado, porque al cerrar las puertas de los centros penitenciarios no podíamos ni entrar nosotros ni salir ellos. Nosotros tenemos una casa de acogida que destinamos a los internos que no tienen familia o red de apoyo para que se hospeden en ella durante sus permisos penitenciarios, y debido a que ellos no han salido, la casa ha estado cerrada. Ha sido un año muy triste. Tampoco se han hecho grupos de terapia. Además, hemos sufrido un ERTE, durante abril y mayo, que acabó a principios de junio, a la vez que se reanudaban los permisos penitenciarios. Al final, hemos ido sorteando los problemas. En la casa no se ha producido ningún contagio.
¿Cómo es la vida de una persona que, al salir de la cárcel, no tiene una familia con la que reunirse?
Muy dura. Son o bien extranjeros con familia fuera o personas que han estado institucionalizadas desde el principio, pasando del reformatorio al centro penitenciario. Se hace muy duro, ya que ellos están muy solos y adolecen de cierto deterioro, aunque al llegar a según que edades no pueden llevar el ritmo autodestructivo que han llevado durante toda su vida. Están muy solos. A veces, tienen familia, pero su trayectoria delictiva ha sido tan dura, debido a las drogas, que la familia ha “petado”. Ya no podían más. Pero es cierto que la familia, aunque pueden ser muy escépticos al principio, al ver algo de evolución, se agarran a ella como a un clavo ardiendo.
¿Es difícil la entrada en el mercado laboral de estas personas?
Sí que es difícil, aunque existen ayudas. Hay muchas personas que tienen minusvalías reconocidas, para las que se reservan plazas. Son gente con ganas de trabajar y que lo dan todo. Se desenvuelven muy bien, por ejemplo, en tareas de mantenimiento, en trabajos al aire libre o en el campo. El problema normalmente son las adicciones. Si sufren una recaída, todo se tambalea.
¿No se transforma la cárcel, a la larga, en una especie de hogar muy complicado de abandonar?
Sí. Sobre todo, cuando hay una falta de creencia en uno mismo. Los hay que no son capaces de verse fuera de la cárcel. Y yo, que trabajo con ellos, lo veo en la casa de acogida. Son perfiles muy complejos y manejarte allí a mí me parecía duro, y ellos están acostumbrados, mientras que otros aspectos, que a mí pueden parecerme muy básicos, a ellos les conlleva mucho sufrimiento .
¿Cómo por ejemplo?
Retomar las clases en el instituto, por ejemplo, aquellos que quieren sacarse la ESA [Educación Secundaria para Adultos] o el mantener una rutina diaria por sí mismos, que es muy distinto a seguir la establecida en la cárcel. Cuando salen a la calle y se ven en esta tesitura, les cuesta mucho. Creo que es un tema de la falta de autoestima. No están empoderados ni se valoran lo suficiente. Cuando tienes una visión tan negativa de ti misma, no tomas las riendas de tu vida y te dejas llevar.
¿Nuestra sociedad favorece la reinserción de los exconvictos?
No lo sé. Entiendo que sí. Al nivel al que me muevo, no es tanto las expectativas del resto como las de ellos mismos. Habrá ámbitos en los que sean mucho más duros, pero al nivel al que yo me muevo, creemos más nosotros en ellos que ellos mismos.
Según los datos, un tercio de la población reclusa tiende a reincidir en una media de doce años. ¿Hay un por qué?
Hay muchos. Pero suelen coincidir en que son personas institucionalizadas, que no alcanzan a verse fuera de la cárcel ni se valoran y, especialmente, el factor del consumo de drogas.
¿Qué piensa de las personas que hablan de las cárceles como hoteles con todas las comodidades, y de los presos como privilegiados?
Que lo hacen por pura desinformación. Esta falta de empatía se debe a una falta de datos. No creo que se deba a una falta de sensibilidad. No es el hecho de tener cosas materiales o estar alimentado, es mucho más complicado. El verte aislado y sin poder relacionarte con otros es muy duro. Este tipo de opiniones se deben al desconocimiento.
¿También las esgrimidas contra los menores extranjeros no acompañados?
Exactamente. Creo que la falta de sensibilidad se produce debido a un absoluto desconocimiento de la realidad.
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