«Nuestra civilización ha infravalorado lo que aporta el fondo del océano al equilibrio del planeta»

Elena Ceballos Romero. Investigadora de la Universidad de Sevilla y del Woods Hole Oceanographic Institution. Está en primera línea del proyecto de investigación más importante a nivel mundial, impulsada con la NASA, para descubrir en las profundidades abisales cómo contribuyen los océanos al equilibrio del planeta mediante la captación de dióxido de carbono y qué capacidad tienen para afrontar los efectos del cambio climático.

Elena Ceballos, con una de las muestras de partículas que extrae de las profundidades del océano durante sus campañas científicas en alta mar. / Juan Luis Pavón

Juan Luis Pavón

Por méritos propios, es una investigadora en la cresta de la ola. Implicada de modo relevante en un proyecto de impacto mundial que afronta dos retos: conocer el área geográfica más inaccesible, el fondo de los océanos, y analizar si ante el cambio climático está cambiando o no su aportación al equilibrio del planeta. El viernes 30 de septiembre es un buen día para conocer de cerca a Elena Ceballos Romero. Y está muy ilusionada con su doble comparecencia pública. Por la mañana, en el cine-teatro Guadalcanal, su pueblo natal, en la Sierra Norte de Sevilla, participa en la jornada de divulgación científica 'Tu cara me suena: el mundo universitario contado por jóvenes de tu pueblo', organizada con la Universidad de Sevilla. Junto a ella, intervienen Julio Nogales Bueno, Vanesa Guerrero Lozano, María Luisa Domínguez Barragán y Cristina García Arroyo. Por la tarde, en la Plaza Nueva de Sevilla capital, forma parte del amplio elenco de participantes en la Noche Europea de los Investigadores para relacionarse directamente con la ciudadanía y divulgar de modo ameno y breve lo que hacen y para qué sirve. “Me encantan estas actividades, las considero fundamentales. Ya no estamos en la época de los científicos que solo hablaban públicamente en congresos de expertos”.

¿Cuáles son sus coordenadas biográficas?

Nací hace 33 años en Guadalcanal. Mi padre es guardia civil y mi madre se ha dedicado principalmente a la floristería. Tengo un hermano, Daniel, de 31 años de edad, que trabaja como profesor de Educación Infantil en el Liceo Francés de Sevilla. Pasé toda mi infancia en pueblos de Navarra a los que fue destinado mi padre. Primero en Allo y después en Castejón del Ebro. Cuando yo tenía 17 años nos mudamos a Bormujos, junto a Sevilla, donde siguen residiendo mis padres, y entré en la Universidad de Sevilla para hacer la carrera de Física.

¿Cómo se decantó por su especialidad como investigadora?

Desde niña he sido una persona muy curiosa, y la Física intenta explicar todos los fenómenos a nuestro alrededor. En Bachillerato tuve una profesora que me dejaba con la boca abierta cuando explicaba esa asignatura. Durante la carrrera me gustaron mucho las asignaturas de laboratorio y sentí predilección por la física nuclear. Mi primer contacto con la investigación fue durante el tercer curso, hice las prácticas en el Citius de la Universidad de Sevilla, me asignaron en el servicio de radioisótopos, donde se dedicaban sobre todo a medio la radioactividad en el medio ambiente. Ahí conocí a la profesora María Villa Alfageme, es una entusiasta de los océanos y me transmitió esa pasión. Cursé la doble titulación de la Universidad de Sevilla con la de Münster (Alemania), allí hice un máster en detectores nucleares, y, cuando regresé a España, María me propuso hacer la tesis doctoral sobre la radioactividad en los océanos como medio de entender el cambio climático, que es la temática crucial hoy en día para toda la comunidad científica.

¿Cuál fue su primera experiencia en alta mar?

En el año 2013, en un buque de investigación oceanográfica del Reino Unido, en una expedición de 6 semanas a la Antártida, donde tienen una base. Volamos desde Londres y zarpamos desde las Islas Malvinas. En aguas antártidas estuve tomando muestras en diversos niveles, recogiendo también partículas que se hunden en el mar por efecto de la gravedad, lo que llamamos 'nieve marina'. Fue una época en la que necesitaba ampliar mucho mi formación, porque en los océanos hay procesos físicos, químicos, biológicos, ecológicos, etc.

¿Cómo se preparó para vivir durante más de un mes en condiciones severas?

Organicé hasta el más mínimo detalle todo lo relacionado con montar un laboratorio dentro de un barco donde se aprovecha el mayor número de horas posible y no se descansa ni un día. Preparé muy bien todos mis protocolos, todo mi material, mis químicos, mis reactivos. Para soportar un clima durísimo, nos daban un 'kit' de supervivencia con todo tipo de ropa térmica y monos especiales. A nivel personal, no fui muy precavida, en el barco descubrí que todos llevaban sus alimentos favoritos y mucho material para distraerse en los pocos momentos de descanso: músicas, películas, series, libros. Ya lo tuve en cuenta en las siguientes expediciones.

¿En tierra firme dónde asentó su especialización?

Hice estancias de investigación en centros de referencia, como el de Southampton en Reino Unido y el de Bremen en Alemania. Quise probar también en Estados Unidos y en 2018 conseguí una beca de la Universidad de Sevilla para ir a investigar de octubre a diciembre de ese año al Woods Hole Oceanographic Institution, en Massachussetts. Desde el inicio, fue sensacional la conexión con Ken Buesseler, su investigador jefe. Me dijo que estaba haciéndolo muy bien y me ofreció que tras defender mi tesis en 2019 volviera y participara en un gran proyecto que estaba planteándose con la NASA. En eso estoy desde junio de 2021. Tengo financiación de la Universidad de Sevilla, y también una beca Marie Curie de la Comisión Europea, y mi base de operaciones está en el Woods Hole hasta 2024. Regreso a Europa de vez en cuando para participar en congresos y para otras actividades.

¿En qué consiste la investigación conjunta entre el Woods Hole y la NASA?

La agencia espacial norteamericana está convencida de que el análisis de las imágenes de la superficie de los océanos tomadas por satélites a lo largo de los años pueden contribuir a conocer y a predecir lo que suceda en el interior de los océanos. Donde el dióxido de carbono captado de la atmósfera y enterrado en el fondo marino (entendido como las profundidades por debajo de 1.000 metros) tardará miles de años en volver a la superficie, al estar 'secuestrado' por la enorme presión. Esa 'bomba biológica de carbono' permite que sea menor el nivel de CO2 en la atmósfera. Engloba el conjunto de procesos por los que el dióxido de carbono es consumido en la superficie marina por el fitoplancton, que lo incorpora a su proceso de fotosíntesis para convertirlo en oxígeno y nutrientes, y lo transporta hacia las profundidades por efecto de la gravedad a medida que esas plantas mueren o son consumidas por organismos más grandes. El proyecto de investigación 'Exports' pretende, durante seis años, cuantificar mejor la exportación de carbono a los océanos, si hay cambios en la eficiencia de ese proceso, y vincular las propiedades ópticas de las imágenes en remoto vía satélite con las mediciones directas dentro de los fondos marinos. Porque todavía no conocemos todo lo que necesitamos saber del interior del océano para poder usar las imágenes de satélite.

¿Cómo está organizado el proceso de investigación?

Se ha integrado a expertos en muchas materias diferentes y se realizan durante dos o tres semanas misiones en alta mar en zonas del Atlántico norte y del Pacífico norte que están muy contrastadas como áreas idóneas para investigación (porque en primavera florece mucho fitoplancton, porque no hay obstáculos en las profundidades, etc.). Yo utilizo un robot autónomo al que llamamos Tzex, son las siglas de Twilight Zone Explorer, que en español podría decirse como explorador de la zona abisal. Lo podemos enviar hasta 2.000 metros de profundidad. Está equipado con tubos y recipientes para recoger la 'nieve marina' que va cayendo, y además tiene una cámara de alta resolución. Es un robot puntero a nivel mundial. Lo programo con todas las órdenes sobre lo que quiero que haga. Por precaución planificamos que al menos una vez al día vuelva a la superficie para que transmita la señal vía GPS de que está operativo.

Explíquelo con más detalle.

Estamos utilizando actualmente la tercera versión de este robot, cada vez más perfeccionado. Hay que calcular bien su flotabilidad para que la presión no se lo lleve abajo. Cada zona del océano tiene dentro del agua una temperatura diferente y una salinidad diferente, es lo que determina si flota más o menos. Es un reto increíble, contamos con la ayuda de ingenieros maravillosos. Nosotros lanzamos las preguntas científicas, trabajamos con los ingenieros para ver cómo podemos trabajar con las tecnologías para resolver el ajuste de parámetros.

Con la sofisticada cámara que lleva el robot, ¿qué ve usted en la inmensa oscuridad del océano profundo?

Es increíble la cantidad de vida que hay. La cadena trófica es interesantísima. No dejan de descubrirse especies nuevas y lo más asombroso es la capacidad celular de algunas para generar bioluminescencia, para emitir luz. También es verdad que las formas y la fisonomía de algunos peces se parecen a algunos seres creados en las películas para los argumentos de terror.

¿Cuentan con más de un barco para esas misiones?

La de 2021 fue la única que se ha hecho hasta ahora con tres buques de investigación juntos. Esto es

muy útil porque si estableces la zona de muestreo como un circulo, tienes un buque oceanográfico tomando muestras en el centro de ese circulo, otro en el perímetro dando vueltas y el tercer buque navegando entre el perímetro y el centro. Lo habitual en estas campañas es tener solo un barco o dos, son actividades que se planifican con muchísima antelación y no es fácil tener tantos medios, pero se está intentando cambiar esa inercia para poder combinar más medios, más tecnologías, más amplitud de miras. En una de las misiones tuve la satisfacción de trabajar desde el buque oceanográfico español 'Sarmiento de Gamboa'.

¿Las investigaciones han de hacerse dentro de los barcos?

Todo lo que sea posible, porque estamos recogiendo partículas que son materia orgánica y con el tiempo se degrada. Las muestras se analizan en el barco, a veces es solo un análisis preliminar y se congelan para investigar ya a fondo en el Woods Hole, donde los medios técnicos son extraordinarios. Todo no se puede hacer en alta mar porque usamos microscopios, y cuando hay mucho oleaje eso no es factible.

¿Qué primeras estimaciones están consolidando sobre un área tan desconocida como los fondos marinos?

Cada vez más se va descubriendo que su papel es mucho más crucial para el clima terrestre de lo que podíamos imaginar. Por desconocimiento, nuestra civilización ha infravalorado su importancia. Estamos en fase de aprendizaje continuo, necesitamos una perspectiva de al menos cinco años para determinar tendencias. Consideramos que hay evidencias sobre los sutiles cambios que se están produciendo en los océanos a consecuencia del cambio climático.

¿La NASA hallará respuesta a su intuición sobre las imágenes de satélite de la superficie marina como indicador del cambio climático?

Dependerá de lo que descubramos sobre el ritmo al que cambia el océano. Si los cambios son graduales, el reto será resuelto. Si son muy rápidos, harán falta al menos diez años para consolidar conocimientos y alcanzar conclusiones.

¿La Universidad de Sevilla se beneficia del impacto de sus investigaciones?

Sí, siempre aparece en todo lo que publico. Como en mi último trabajo publicado, sobre la herramienta Pangaea que compila todos los datos en los últimos 50 años sobre medidas oceánicas del elemento radioactivo torio-234. Incluye más de 56.000 datos de torio-234, así como registros de temperatura y salinidad, de un total de 376 campañas oceanográficas y más de 5.000 localizaciones que abarcan todo el oceáno.

Conforme aumenta la preocupación por los efectos que ya está causando el cambio climático, ¿se incrementa la presión para que investigadores como usted presenten cuanto antes resultados que den lugar a la toma de decisiones?

No siento presión, sino una responsabilidad inmensa. El cambio climático es el gran reto de nuestra época. Disponemos de fondos públicos para investigar, y quiero plantearme grandes preguntas para ayudar a resolver el futuro. Debemos evitar la presión de precipitarnos. El método científico funciona bien, requiere mucha dedicación, mucha paciencia y tiene sus ritmos. Cualquier científico que lo valore no hace la temeridad de dar grandes titulares si no tenemos evidencias y no estamos seguros de ellos. El conocimiento científico está y estará disponible para tomar decisiones que suelen ser difíciles.

¿Qué piensa de todo esto cuando pasea o se baña en una playa?

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Mis playas favoritas están en la provincia de Cádiz, como por ejemplo La Barrosa. Mirando el mar, o nadando, suelo sentir como un agradecimiento muy grande. Es como una conversación muy personal con el océano. Verlo con lo ojos de una persona que intenta entenderlo y estudiarlo con el fin último de protegerlo. Le debemos gratitud y tendríamos que tratarlo como un santuario por todo lo que hace por nosotros.

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