La verdadera historia de Algámitas antes, durante y después de la guerra

El joven de Dos Hermanas Juan Antonio Pavón Carreño reconstruye en un amplio estudio publicado por la editorial Aconcagua aquellos terroríficos años del pueblo de sus antepasados, el último de Sevilla en caer en manos de la represión franquista

La verdadera historia de Algámitas antes, durante y después de la guerra

La verdadera historia de Algámitas antes, durante y después de la guerra / Álvaro Romero

Álvaro Romero

En Algámitas, uno de los últimos pueblos de la Sierra Sur de Sevilla -hacia la provincia de Málaga-, quedan hoy poco más de mil habitantes, bastante menos de los que había en los difíciles años 30 del pasado siglo, pero también podría quedar menos memoria de la que hubo alguna vez si no llega a ser por el riguroso y paciente trabajo de un joven de Dos Hermanas, Juan Antonio Pavón Carreño, mientras estudiaba Derecho en la Universidad Pablo de Olavide, aquellos años anteriores a la pandemia en los que él frisaba la veintena y ya consideraba Algámitas “uno de mis tres pueblos”. El libro, publicado por la editorial Aconcagua, tan volcada en la memoria histórica, apareció hace solo unos meses, y ya ha despertado la admiración de muchas organizaciones andaluzas dedicadas a la dignificación de las víctimas de la guerra civil.

El autor tiene ahora 25 años y aunque este es su primer libro -¡de 500 páginas!-, está claro que no va a ser el último. El título parece largo, pero encierra la concisión de la investigación rigurosa: Segunda República, Guerra Civil y represión en Algámitas. Repensar la historia. “Es cierto que la historia la escriben los vencedores, pero el tiempo termina dando voz a los vencidos”, asegura Pavón Carreño, y añade: “Por eso es necesario repensar la historia, para cuestionarnos si fue cierto todo aquello que la dictadura difundió como verdad oficial y, sobre todo, para saber qué fue lo que verdaderamente ocurrió”. Aunque hoy se sabe con suficiencia que la propaganda franquista pintó otra realidad hasta el punto de obnubilar a tantos españoles, la minuciosa tarea de Pavón Carreño rastreando datos es impresionante porque reconstruye y cuenta, a veces con el interés que pudiera despertar una novela, la época más oscura del último pueblo de Sevilla que consiguieron ocupar los fascistas. Solamente él sabe cuántas horas empleó estos últimos años en el Archivo del Tribunal Militar Territorial Segundo de Sevilla, en el Archivo Municipal de Algámitas, en el Archivo Histórico Provincial de Sevilla, en el de la Diputación de Sevilla o el Archivo Administración General del Estado, entre otros, y cuántos documentos como actas capitulares, procedimientos sumarísimos y correspondencias privadas ha tenido que revisar para conformar un relato al alcance de todos los públicos. Pero el libro es una rotunda realidad y va a tener recorrido.

Jornaleros esperanzados

El libro tiene tanta vocación de amplio estudio -como demuestra por otro lado su amplia bibliografía, sus tablas de datos y su banco de fotografías-, que incardina cuanto cuenta de Algámitas en el contexto sevillano, andaluz e incluso nacional desde que cae la dictadura de Primo de Rivera, cuando surgen las primeras organizaciones obreras en la sierra sur sevillana y, por supuesto, en Algámitas, donde la UGT y la CNT contaban ya con biblioteca propia y determinados anarquistas les leían el periódico a sus paisanos analfabetos, todos ellos campesinos y que gracias a la llegada de la II República no solo iban a convertirse en electores por primera vez en su historia, sino incluso en gobernantes de su Ayuntamiento.

Ya en la primavera de 1931 aparece el nombre de un alcalde que, tal vez a su pesar, va a funcionar de hilo conductor del libro y de la propia historia de Algámitas, el socialista Pedro Menacho Ruiz, que no solo iba a repetir experiencia al final de aquel período, sino que incluso va a protagonizar la breve reconquista de Algámitas por parte de los republicanos cuando prácticamente toda la provincia de Sevilla había caído en manos de los golpistas a finales de agosto de 1936. La historia de aquel alcalde, olvidado hasta ahora en Algámitas -donde se le conocía como “Periquito el de la Música”- es de una gran valía y de un sorprendente trazado porque será de los pocos rojos que vuelva a su pueblo tras la guerra, de los pocos que salven la vida gracias a la influencia de un hermano fascista y un personaje que acabaría fijando su residencia en el sevillano barrio de Ciudad Jardín, donde se ganaba la vida vendiendo chucherías con un canasto por la calle, hasta que murió con 70 años por una enfermedad pulmonar en 1959. Desde luego, había tenido que contener la respiración demasiadas veces, desde sus numerosos viajes a la capital para obtener ayuda del gobernador civil ante las difíciles situaciones de sequía y paro en los primeros años de su inestable gobierno republicano hasta los duros capítulos de la represión franquista que no le correspondieron precisamente con su misma mesura y actitud pacifista...

Los jornaleros de aquellos primeros años del Gobierno provisional tenían puestas sus esperanzas en las obras públicas y en la educación para la mejora del nivel de vida, pero no contaban con las ansias desestabilizadoras del viejo poder de los ricos de toda la vida, ni con la fractura de la propia izquierda, tan impaciente y resignada al mal endémico tantas veces, como bien relata Pavón Carreño que alterna los datos históricos de la España de aquel momento con la miseria de un presupuesto municipal que tuvo que exprimirse al máximo para colocar dos banderas republicanas en el Ayuntamiento y el cuartel de la Guardia Civil antes de los sucesos de Casas Viejas y de que estallara la “Sanjurjada”, de cuyos despojos ideológicos iban a sobrevivir algunos agentes cuando tocara la represión varios años después, como Matías Moro Fuentes y Rogelio Rueda Gómez...

Huelga y ‘gente de orden’

El libro aborda con profusión de datos el bienio conservador en el que también el Ayuntamiento de Algámitas volvió a manos de la oligarquía local -que repetidamente se califica en el libro, a la luz de documentos de la época, como “gente de orden”-, las huelgas que se produjeron en el campo contra las máquinas segadoras y el nacimiento del Círculo La Unión como el germen del Partido Agrario paralelamente al surgimiento de la coalición de partidos de derecha (la CEDA), así como aquel asesinato movido por la miseria que dio en conocerse como el “caso Galán”, protagonizado por el vecino José Moreno Olmedo, más conocido como El Charpilla... Hasta que el golpe militar que se hace notar en España el 18 de julio de 1936 se hace esperar en Algámitas más de un mes, entre la tensión de un comité armado con escopetas de caza y la esperanza de tantos vecinos con el triunfo de los sublevados en un pueblo aislado y en medio de otras localidades vecinas ya tomadas por los rebeldes.

A mediados de agosto de 1936 tuvo lugar el asalta al cuartel de la Guardia Civil por parte de la llamada columna de Ronda, y en el libro se narra con detalle las relaciones de los agentes de la Benemérita con el alcalde socialista, en un tira y afloja que llevaba aparejado el respeto por la vida de este y la necesidad de víveres por parte de los guardias civiles, hasta el tiroteo final que da con los civiles huyendo a Morón pero que no produce víctimas y la quema de imágenes religiosas en la plaza del pueblo; el caos que ya se daba en el resto del país..., hasta que finalmente, el 11 de septiembre, caen los últimos pueblos de la sierra que se habían resistido más por el milagro de su remota orografía que por la fortaleza de cuatro hombres con escopetas de cazar conejos.

Crueldad

La columna golpista encargada de la ocupación definitiva de Algámitas y Villanueva de San Juan estuvo liderada por Luis Redondo y asesorada por un terrateniente de Osuna, Antonio de la Puerta. En esta parte del libro, su autor ofrece datos de los represaliados en Algámitas a fecha de 30 de septiembre de 1938, y es tan evidente la diferencia entre los fusilados y los desaparecidos a manos del bando nacional (148) y los “asesinados por los rojos” (2), que sorprende aún más que estos datos, “oficiales”, fueran aportados por los mismos golpistas, según recoge el historiador José María García Márquez, cuya bibliografía se antoja tan capital en la obra de Pavón Carreño. Precisamente de esas 148 víctimas sin historia ni dignificación se encarga él en un generoso capítulo titulado “Biografías”, una a una.

Los testimonios orales han sido fundamentales en el trabajo de Pavón Carreño, que recuerda que “como el comandante militar Manuel Torres Aguilar no conocía ni las características del pueblo ni la filiación política de sus vecinos, necesitó en todo momento del auxilio de la Guardia Civil o de la colaboración de personas de orden”. Chivatos. Se elaboraban listas de personas desafectas al golpe y se procedía a su fusilamiento, sin miramientos. Muchos de ellos revelan una crueldad sin límites, como el de Victoria Soria Ramos, la esposa del secretario socialista Fidel de los Santos Dobarganes Suárez, huido entonces por las serranía de Málaga. Aquella madre de 11 hijos se encontraba embarazada cuando una cuadrilla de falangistas irrumpió en su casa en septiembre del 36. “Si yo supiera dónde está mi marido, ¿crees que te lo iba a decir a ti?”, le espetó al que le preguntó. Fue sacada de su domicilio a golpes, pero ella se volvió como una fiera henchida de dignidad: “Como tengáis cojones de matarme delante de mis hijos, vengo después de muerta y os saco los ojos”, les dijo. Una de sus hijas consiguió acompañarla, pero a ambas las raparon, las obligaron a beber aceite de ricino como purgante y fueron finalmente fusiladas en Villanueva de San Juan. A otras de las hijas de Victoria, Eulalia, la violaron entre varios falangistas, como a tantas otras, siguiendo las cobardes consignas radiofónicas de Queipo de Llano...

Particularmente cruel resulta el final de Antonia Notario Gutiérrez, encerrada con su niño en su casa frente al terror de todo el pueblo. Una vecina le aporreaba la puerta casi todos los días. “Niña, a ver cuándo te pones buena para que te hagamos el paseíllo”, le gritaba. Hasta que otra vecina que la socorría con mendrugos le aconsejó que fuera a misa para congraciarse con la “gente de orden” y aquello fue su perdición... A Antonia la recibieron a empujones y escupitajos, la llevaron luego al Ayuntamiento, donde fue brutalmente violada entre comentarios peyorativos dirigidos a su marido y, ya de noche, la condujeron a patadas por la calle hasta el cementerio, donde la fusilaron...

El libro se completa con capítulos igualmente cruentos sobre el destino de tantas víctimas de la guerra civil, tantos protagonistas de la “desbandá” y el sangriento febrero del 37 tras la caída de Málaga, los primeros consejos de guerra y el silbar de las bombas de tantos algamiteños obligados a participar en una guerra que, por supuesto, también ofreció su botín para unos frente a tantos años de miseria para otros. Un libro así debería escribirse en cada pueblo, pero actualmente no todos tienen la suerte de Algámitas.

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