Utrera tiene más de 5.000 metros de suelo vaticano

La fundación del Hospital de la Santa Resurrección, que puede visitarse, no solo encierra desde hace cinco siglos una joya patrimonial tan desconocida, sino la curiosa historia de una mujer empoderada que recurrió al Papa para salirse con la suya

Utrera tiene más de 5.000 metros de suelo vaticano / Álvaro Romero

Álvaro Romero

Más allá de las numerosas hermandades y cofradías de Utrera, hay una, muy atípica, que ha ido -desde su fundación- a contracorriente del culto público: la de la Santa Resurrección de Jesucristo, vinculada al hospitalito, como se conoce popularmente en la localidad al hospital que fundó Catalina de Perea antes de morir en 1522. Esta Hermandad, que apenas cuenta con 50 hermanos -y bajo una advocación que no es precisamente la más habitual de la época, aunque sí la fundamental-, está presidida hoy por Sergio Sierra y conserva inmáculo el objetivo de caridad con el que fue instituida hace más de 500 años. Por lo demás, la Hermandad no es sino la punta del iceberg más simbólica de una fundación que también tiene cinco siglos y cuyo patrimonio e historia se están descubriendo ahora, desde que precisamente el año pasado –con motivo del quinto centenario de la muerte de Catalina de Perea- se abrieran al público, como museo, unas dependencias muy desconocidas incluso para los utreranos de hoy gracias a la última inversión de sus patronos y a la última vuelta de tuerca histórica para seguir practicando la caridad con los más necesitados bien entrado el siglo XXI.

Este pasado año, la fundación ha auxiliado a 1.700 personas con ayudas directas a la atención infantil temprana, con la financiación de tratamientos médicos para niños, la cesión de viviendas a vecinos sin recursos y donativos a todas las asociaciones benéficas de Utrera, desde Cáritas hasta la Asociación de Mujeres de Santiago, pasando por las Hermanas de la Cruz o las Carmelitas. “La tendencia es que este número de personas siga en aumento en los próximos años”, explica Jesús Mena, uno de los guías de la fundación que insiste en que, desde que el año pasado se abriera la institución como museo, la voluntad de sus patronos –siempre sin subvención de ningún tipo- es seguir restaurando partes de los edificios y obras de arte, como el impresionante Cristo de la Disciplina que preside la antigua enfermería.

La institución ocupa actualmente una manzana de más de 5.000 metros cuadrados en pleno centro de Utrera, justo al lado de la parroquia de Santiago el Mayor. El edificio cuenta con una capilla y varios patios andaluces de singular belleza. El conjunto es la suma de diferentes procesos constructivos a partir del siglo XVI, y más allá de la sala de enfermos y la sala de juntas, están la residencia de la tercera edad y los distintos espacios de servicio de la casa, incluida la zona noble, toda ella reconvertida en museo desde el año pasado. Todas las visitas son guiadas, que es como el visitante se empapa de la rica historia de esta casa. Para los utreranos, la entrada cuesta 4 euros. Para quienes vienen de fuera, 10 euros.

Una mujer empoderada

La historia del Hospital de la Santa Resurrección no sería posible sin la intervención de una mujer empoderada a comienzos del siglo XVI. Se llamaba Catalina de Perea y Barrios y era la esposa del noble don Lope Ponce de León, que murió en 1483 en la batalla de la Axarquía, en Málaga, durante los primeros años de la guerra por la conquista de Granada... Doña Catalina se quedó viuda y con un único hijo, don Juan Ponce de León, que fue el muchacho que albergó durante su corta vida la aspiración de fundar un hospital en su ciudad natal, Utrera, para atender gratis a los desamparados de toda la comarca. Don Juan había quedado huérfano de padre con solo tres años y él mismo habría de morir con solo 25 años, pero ya le dio tiempo a comenzar la construcción del hospital en su propia vivienda... Doña Catalina, su madre, no iba a permitir que nadie torciese la última voluntad de su único hijo, y a ello se entregó el resto de su vida. Para ello tuvo que lidiar con su propia familia política, que se empeñó desde que doña Catalina se vio viuda y sin hijo en recuperar el control de las propiedades utreranas...

Ninguno contó, sin embargo, con la astucia de esta señora que no estaba dispuesta a que, como le había ocurrido a Beatriz de Pacheco, en Marchena, por ejemplo, la caridad fuera simplemente otra manera de ostentar el poder. Así que recurrió a letrados para que la asesorasen, dentro y fuera de la Iglesia castellana de entonces. Al fin y al cabo, su propósito era blindar aquel hospital recién construido con el objetivo de practicar el único mandamiento de Cristo... Pero Doña Catalina no encontró amparo en ninguna institución eclesiástica o civil de la época, así que no tuvo otra ocurrencia que escribirle al mismísimo Papa, León X, que le contestó casi de inmediato. Tan bien hilvanada estaría la argumentación de aquella misiva, que el obispo de Roma se vio en la obligación de no desamparar la voluntad de aquella viuda. Y promulgó una bula por la que protegía al hospital, a su fundación y a su hermandad. Corría el año del Señor de 1514... El Papa hubo de promulgar más bulas aún para seguir protegiendo y potenciando la labor del hospital utrerano. Se tiene conocimiento de hasta una decena, incluso años después de haber fallecido doña Catalina.

Bajo la protección directa del Vaticano, el hospital, su capilla y el resto de posesiones de la fundación en aquella manzana se convirtieron en terreno intocable. Hasta el punto de que la Historia de estos últimos cinco siglos está jalonada de episodios que así lo certifican. En pleno siglo XVII, el Arzobispo de Sevilla pasó por delante del hospital utrerano y quiso entrar en él al creer que era dominio de su Archidiócesis. Pero el portero le dijo, sin temblarle la voz, que monseñor no podía pasar. El arzobispo montó en cólera, amenazó al portero con excomulgarlo y hasta movilizó a su guardia a caballo. Pero no entró. Días después, el arzobispo recibió una carta del juez conservador del Papado advirtiéndole de que con otra acción como aquella el que terminaría excomulgado sería él. La bula papal de 1514 fue tan poderosa que aquel suelo utrerano se había convertido, de facto, en terreno protegido directamente por la Santa Sede, por lo que ha escapado siempre no solo de los impuestos, sino de los intereses que han podido mostrar números gobernantes locales o provinciales. Hasta los soldados de Napoleón que fueron atendidos en este hospital durante la Guerra de la Independencia, enviaron luego, desde Francia, cartas de agradecimiento por el trato recibido, y eso que en primera instancia quisieron expoliarlo antes de saber que aquel edificio no dependía de España, sino del Vaticano. La realidad actual no es que el Hospitalito y sus dependencias sean propiedad directa de la Santa Sede, pero sí propiedad protegida por la Santa Sede. Ese fue el matiz que consiguió imprimirle doña Catalina de Perea a su testamento, que hoy se estudia como modelo de documento bien atado en mucha facultades de Derecho de nuestro país, incluida la de Sevilla. El testamento está expuesto en el museo que puede visitarse desde hace un año y por el que, hoy por hoy, pasan casi 4.000 personas cada mes. Gracias a ello, y no solo a las haciendas de olivares que mantienen sus patronos actuales –Luis López de Carrizosa Caballero, Pedro de Castilla Bonilla y José María Dávila López-, la fundación puede seguir ejerciendo su labor caritativa con absoluta independencia.

Hospital y paritorio

Durante medio milenio, esta institución ha dado refugio y auxilio clínico y espiritual a todo tipo de enfermos y desvalidos de la comarca. Aquí se les proporcionó cama, fuego, alimento y amor. El detallado testamento de doña Catalina había fijado sin atisbos de dudas los fines benéficos de la institución, a la que provee de bienes y propiedades para su sostenimiento. Al no contar con descendencia directa, y acechada por la familia de su difunto marido, designó a varios sobrinos suyos como las cabezas de tres líneas que debían continuar de forma perpetua, hasta hoy: Juan de Perea, hijo de su hermano don Pedro de Perea, e Íñigo y Juan López de Carrizosa, naturales de Jerez de la Frontera, hijos de su hermana doña María de Perea.

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Durante más de cuatro siglos, el servicio hospitalario fue la única función que tuvieron los edificios de la fundación: refugio de menesterosos, ambulatorio de heridos de guerras, faenas camperas y trabajos duros, sanatorio en épicas de epidemias... Pero durante el siglo XX acrecentó sus actividades al convertirse también, en 1944, en maternidad. Aquí han nacido, hasta el año 1977, algo más de 13.200 utreranos. Además, en 1954 albergó el colegio La Milagrosa, donde se escolarizaron 7.500 niños; y hasta hace unos años, también ha servido como residencia de ancianos... hasta que solo quedaba media docena. Los tiempos han cambiado y los modos de ejercer la caridad también. Pero ahí sigue la fundación del Hospital de la Santa Resurrección de Jesucristo. Como fundación inscrita en el registro de Andalucía, desde 1996. Pero la estructura y el espíritu son los que estableció su fundadora en 1522, hace hoy nada menos que 501 años. El amor es lo único capaz de atravesar el tiempo.

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