Cultura
Chaves Nogales, el sevillano atípico que echó en falta su patinillo
Se cumplen 80 años de la muerte de uno de los mejores periodistas españoles del siglo XX, un reportero que desde joven supo ver las carencias y defectos de su ciudad cuando todo eran glosas y tipisimo
Chaves Nogales con los linotipistas en los talleres de Heraldo de Madrid / HEREDEROS DE CHAVES NOGALES/LIBROS DEL ASTEROIDE
En la calle Dueñas, justo a la espalda del palacio donde creció Antonio Machado, nació en 1897 otro andaluz inmortal: Manuel Chaves Nogales. Un periodista que supo ser crítico con la ciudad en una época en la que abundaban glosas y tipismo. Un sevillano que regresó cuando pudo para hablar de los temas de su tierra. Nunca cayó en la nostalgia, aunque ya enfermo, poco antes de morir en Londres hace justo 80 años, reconoció echar de menos el patinillo de su casa. Como Machado.
Chaves Nogales, hijo y sobrino de periodistas, pasó su infancia con el olor a tinta y papel. Ese apego que desarrolló a las historias hizo que escribiera desde bien joven en varios diarios hispalenses y que publicara su primer libro, La ciudad, en 1921. “En esta obra se despoja de la retórica sobre Sevilla y va más a analizar las realidades. Muestra una mirada mucho más moderna y contemporánea, y no la retrata como una ciudad idealizada”, cuenta David González Romero, actual editor del sello El Paseo y de 11 libros del periodista en su etapa en la editorial Almuzara.
En una época en la que autores como José María Izquierdo cantan que “Sevilla tiene la Giralda, el Guadalquivir y la Gracia”, Manuel pone el foco en los problemas. “Demuestra una observación muy precoz, y se da cuenta de que Sevilla no es solo la ciudad de los paseos, el tipismo y los barrios tradicionales”, apunta María Isabel Cintas, biógrafa del periodista y una de las figuras clave en la recuperación de su obra.
Fue Chaves un sevillano heterodoxo. Porque quizá antes que sevillano era periodista. “Ante ciertas cosas, se rebela, pero no toma una actitud destructiva”, señala González Romero. “Esa es la importancia de este libro juvenil, lleno de entusiasmo, lleno de amor a la ciudad, pero muy crítico”, explica Cintas.
Retrato del autor de 'La agonía de Francia' durante su juventud, hacia 1914 / HEREDEROS DE CHAVES NOGALES/LIBROS DEL ASTEROIDE
“En nuestra ciudad, la muerte es siempre un asesinato”
“Así como hay pueblos que viven únicamente preparándose a morir, al nuestro se le va la vida disponiéndose a vivirla. Nadie aprende a morir, porque nadie ha envejecido. En nuestra ciudad, la muerte es siempre un asesinato”, escribe en esta primera obra. No todo era oscuro y pernicioso. El reportero fue capaz de ver también las virtudes de la capital andaluza sin caer en el tópico.
Así como hay pueblos que viven únicamente preparándose a morir, al nuestro se le va la vida disponiéndose a vivirla
“Con increíble lucidez y aun sabiéndose ‘íntimamente religado con su tierra de origen’ -con la que nunca perderá su vínculo emocional-, demuestra conocer y hace inventario de sus lacras históricas, pero define sus valores esenciales”, ilustra Charo Ramos, periodista cultural y comisaria de la exposición Chaves Nogales. Cuadernos y Lugares.
“Entre estas cualidades, destaca la orgullosa sobriedad, una sabiduría de ciudad vieja, la elegante melancolía velada bajo el ‘manto de una espontánea alegría’ o su naturaleza eterna ‘porque ha hecho de su vida su propia religión’”, subraya Ramos.
“Lo peor de Sevilla es el sevillanismo”
Manuel Chaves Nogales se marchó a Córdoba en 1920 y, dos años más tarde, a Madrid, donde llegó a convertirse en uno de los periodistas más reconocidos del país, a la vanguardia del oficio. Sin embargo, “nunca abandonó la mirada a Sevilla, y siempre que podía, volvía”, según su biógrafa.
Esta peculiar relación que guardaba el autor de A sangre y fuego con el lugar donde nació le llevó a mostrar de nuevo ese espíritu crítico en “Sevilla desde dentro y desde fuera”, un artículo publicado en la revista Mediodía en 1926. “Lo peor de Sevilla es el sevillanismo”, arranca un texto en el que pide disculpas “por haber contribuido en algo a esas mixtificaciones”.
“Nos quedamos mirándonos el ombligo, y cada día nos aislamos y nos empozamos más. Como somos un pueblo viejo y trabajado, este alejamiento de la vida culta de Europa es casi imperceptible”, critica. Y añade: “Conservamos un remedio de espiritualidad, pero lo cierto es que de la vida intelectual no nos queda más que lo que le resta ya al final de las religiones viejas, la liturgia”.
Nos quedamos mirándonos el ombligo, y cada día nos aislamos y nos empozamos más.
La Macarena de luto y Antonio ‘el Cerero’
“Su hija Pilar me contó que Manuel volvía a Sevilla en determinadas fechas, y ella siempre pensaba que venía de vacaciones. El primer día le daba un beso y lo pasaba con la familia, y ya el resto se dedicaba a hacer reportajes”, cuenta González Romero. “Hay que tener en cuenta”, señala este editor, “que era uno de los corresponsales privilegiados que tenía Andalucía en Madrid”.
El reportero andaluz con sus hijos Josefina, Pilar y Pablo en su vivienda de Madrid / HEREDEROS DE CHAVES NOGALES/LIBROS DEL ASTEROIDE
Ya durante la República, Chaves escribió sobre los conflictos del campo andaluz -“no se puede hacer la defensa de esa supervivencia feudal que es el señoritismo”- o sobre las revueltas anarquistas. Aunque fue en 1935 cuando presta una atención aún más especial a su ciudad natal: “En este año publica, además de la biografía de Belmonte, una serie de reportajes sobre la Semana Santa sevillana en los que aporta una visión perdurable a día de hoy”, afirma María Isabel Cintas, catedrática de Lengua y Literatura de la Universidad de Sevilla.
Antonio el Cerero, al que le debían las hermandades miles de pesetas en cera. Los sindicalistas que sacaban el Gran Poder, “que pesa como un saco de café”. La Macarena de luto por Joselito como símbolo de que “las vírgenes son, ante todo y sobre todo, del pueblo”. Todas estas historias definían una tradición algo difícil de entender fuera de Andalucía en aquellos años tan convulsos. “Siempre le mantuvo el pulso a su tierra, y le aplicó una visión que pocos habían aplicado antes”, asegura David González Romero.
Un sevillano sin acento ni nostalgia
Hoy Sevilla recuerda a uno de sus mejores periodistas con un instituto público y una calle. “La ciudad de Sevilla no le ha dado ningún trato especial”, asevera Cintas. “El Ayuntamiento decidió dedicarle una calle sin preguntar, en la Buhaira, fuera de los circuitos sevillanos. Y en el cartel no aparece ni su nombre, Manuel, ni la fecha de nacimiento”.
El 8 de mayo se cumplen 80 años de la muerte del escritor de La agonía de Francia. Ocho décadas desde que falleciera un sevillano atípico, “sin acento”, que nunca mostró nostalgia hacia su tierra “porque su trabajo no se lo permitía”, apunta María Isabel Cintas. “Tenía claro que la labor periodística requería salir fuera”.
Manuel Chaves Nogales junto a su esposa, Ana Pérez Ruiz / HEREDEROS DE CHAVES NOGALES/LIBROS DEL ASTEROIDE
“Cuando está en el exilio en Londres, con la salud quebrada y la familia en El Ronquillo, escribe una carta en la que cuenta que está cansado, que come mal, que se abandona. En ella confiesa también que añora el patinillo de su casa sevillana”, cuenta la autora de su biografía.
Después de una carrera profesional intensísima, de viajar por Europa y sentir cerca el dolor de la guerra, justo cuando la muerte dormía a su lado, Chaves Nogales se acordó de su tierra. Y si Machado mencionaba el patio donde maduraba el limonero, Manuel, aquel periodista de la calle Dueñas, recordó un patinillo de la ciudad en que abrió un diario por primera vez.
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