Los últimos de Sevilla

La familia Campos, los únicos artesanos que quedan de la Triana alfarera

Después de unos años en una nave industrial, Antonio Campos regresó junto a sus hijos al local de la calle Alfarería hace unos meses, y así el barrio recuperó el oficio que tanta fama le dio durante siglos

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Jorge Jiménez

Carlos Doncel

En la calle Alfarería todo se anuncia con azulejos, desde un centro de acupuntura a una carnicería. Son de las pocas huellas que aún quedan de una Triana que ya no modela el barro como antaño. Las grandes fábricas cerraron hace décadas, y la tradición del oficio la soporta hoy día una familia, los Campos, en su pequeño taller artesano. Solo allí giran los últimos tornos del barrio.

"Voy a prensar la arcilla, pero tú aún no puedes. ¿Quieres que te traiga un trocito?", le dice Antonio Campos a su nieta. Él fue quien en 1990 vino desde La Rambla, el pueblo cordobés donde nació y aprendió la profesión, para instalarse en Triana. "Cuando empezó a industrializarse la cerámica decidí que no quería formar parte de eso y busqué un sitio donde ejercer mi oficio de artesano", cuenta este alfarero. "Este lugar tiene algo especial que te atrae, así que cuando vi este local en la calle Alfarería, pensé: 'Tengo que estar aquí'".

Hace cinco años el propietario quería venderlo a un precio inasumible para la familia, por lo que tuvieron que marcharse al polígono El Manchón, en Tomares. Pero aquello no era lo mismo. Por eso su hija María habló con el dueño y se reunió con el distrito con un objetivo: regresar. "Quería que su padre estuviera en el mismo sitio de siempre. Y lo consiguió", cuenta Antonio mientras moldea el pico de una jarra. Así Triana, en octubre de 2023, volvió a tener un taller profesional que elaborase la cerámica que tanta fama le dio durante siglos.

Auge y cierre de las grandes factorías del barro

"Desde el siglo XIII hasta los inicios del XXI este barrio ha estado ligado de manera trascendental a la cerámica, un elemento muy importante para su identidad cultural y económica", ilustra Antonio Librero, historiador especializado en esta disciplina artística. "No tenemos bosques ni canteras, así que para la construcción siempre hemos recurrido al barro, que es lo que tenemos a mano", explica Librero.

"El hecho de que se impusiese el regionalismo desde mediados del XIX generó una gran demanda en la ciudad", detalla Antonio Librero. "Los pequeños talleres se convirtieron en fábricas con muchos empleados, pero la producción seguía siendo artesanal. Cuando llegó la industrialización en el Levante español, las compañías sevillanas eran poco competitivas", apunta uno de los impulsores de BarroAzul, una iniciativa que difunde el patrimonio cerámico en la capital andaluza.

El lugar donde Antonio Campos modela sus piezas / Jorge Jiménez

Esto provocó que con el tiempo cerraran muchas empresas alfareras de Triana. "Aquellos negocios solo podían ser rentables con una gran demanda de cerámica hecha a mano, y eso en la actualidad no existe", señala Librero. Montalván, Nuestra Señora de la O, Santa Ana o Mensaque: todas las grandes firmas dejaron de elaborar piezas. "Ya no hay grandes factorías, como sí hubo en otras épocas. Solo quedan algunas tiendas y el taller de Antonio Campos", comenta este historiador del arte.

Ánforas romanas y bases para cachimbas

"Cuando venía de chica veía a mi padre moldear los incensarios. Un día me preguntó si quería aprender a hacerlos, me puse en el torno y aquí sigo", recuerda María Campos, empleada en el negocio familiar junto a su marido y dos de sus hermanos. "Muchas veces pienso que no estoy trabajando, parece que sigo en casa. Es el sitio donde siento que debo estar", reconoce con la mirada fija en una cazoleta para cachimbas.

María Campos moldeando la cazoleta de una cachimba / Jorge Jiménez

No es la única que ha modelado: al lado de María hay toda una mesa llena de bases para shishas. La alfarería, como otros tantos oficios, también evoluciona con la sociedad, y aquellos viejos búcaros parecen ya de otro tiempo. "Nosotros subsistimos porque el abanico de piezas que hacemos es extenso, nos adaptamos a lo que pide el mercado", dice el patriarca. Ahora envían estas cazoletas a países como Alemania, Francia o Estados Unidos.

Aunque el principal negocio de este taller está en la reproducción de piezas. De las ánforas romanas que imitan a las halladas en la plaza de la Encarnación a vasijas de particulares que se han roto. "También vendemos muchas abizcochadas, es decir, sin pintar, para artistas que se dedican a ello", cuenta Antonio Campos. Todo siempre por encargo, aquí no hay catálogo.

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La familia Campos volvió hace solo ocho meses a su local de siempre, pero parece que nunca se fue. Hay rastros de barro por todas partes, desde el suelo hasta la pared. Los estantes están de nuevo llenos de tazas, macetas y jarras, aunque "mucho menos" de lo que le gustaría -y permiten- a Antonio. "Llevo 52 años de alfarero. Si me quitas esto, me quitas mi esencia", cuenta este artesano cordobés. El único que mantiene viva la cerámica de Triana, ese barrio que vivió durante siglos de modelar arcilla de su río.

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