Los últimos de Sevilla (IV)
Dani Trillo, el joven que mantiene la llamada del afilador ambulante
Este artesano de 30 años heredó el oficio de su padre y abuelo, una profesión que ejerce encima de su moto por los pueblos de la provincia y los barrios de la capital
Dani Trillo afilando unas tijeras en su moto / CARLOS DONCEL
Dani Trillo arranca con una cuerda deshilachada el motor que gira la piedra. Lleva esta herramienta fijada en un tablón de madera a su vieja Aprilia Classic, cargada de utensilios para aguzar cuchillos, tijeras y radiales. Es afilador ambulante, de los que tocan escalas con el silbato, esa melodía que hace bajar del bloque a los vecinos como ratones de Hamelin. Un oficio de siempre que ha sabido incluso renovar a sus 30 años.
"Presto el mismo servicio a particulares y profesionales que una cuchillería, la diferencia es que yo lo llevo todo conmigo", explica Trillo. Encima de su moto del 97 recorre varios pueblos de la provincia y muchos barrios de la capital: "Tengo una ruta fijada que pasa por comercios y casas de Utrera, Los Palacios, Dos Hermanas o Alcalá de Guadaría. Y en Sevilla, voy por la Macarena, Triana, el centro o Los Remedios, por ejemplo", detalla este artesano nazareno.
No le pesan los kilómetros ni las cicatrices que le han dejado cuchillos traicioneros. "Esto es más que un trabajo: es mi vida, mi identidad", dice emocionado Dani. "De pequeño cogía la bicicleta, le daba la vuelta y me ponía como si estuviera afilando", recuerda. No había otro camino para un crío que creció con el chasquido del metal en la lima.
Abuelo, padre, hijo
"La primera vez que me acerqué a una piedra de afilado tenía ocho años. Mi padre me explicaba cómo hacerlo con mucha prudencia, pero cuando vi que aquello temblaba, sentí mucho miedo", reconoce Trillo. "Con el tiempo aprendí a perder el miedo y a ganarle respeto".
Poco después, ya con 12, pasó a formar parte de una saga que comenzó su abuelo. Durante la Feria de Abril, ayudaba siempre en la faena: su padre afilaba y él pulía. Así siguió hasta la mayoría de edad, cuando la familia llamó a un herrero amigo que le instaló un motor a la bicicleta. "Me animaron a salir a la calle. Sabían de sobra que no concebía otra profesión que no fuera esta", afirma este joven, que representa la tercera generación en este oficio.
La moto de Dani con la piedra de afilar y la pulimentadora / CARLOS DONCEL
Sin embargo, espera que no haya una cuarta: "Enseñaré a mis tres hijos porque el saber no ocupa lugar. Pero ni creo ni quiero que sigan", apunta Dani. "Llevo cuatro puñaladas graves, y no quiero que ellos pasen por ahí", añade. Quién sabe si aquella vocación que encontró por casa morirá en una jubilación aún muy lejana.
De cuchillas a cortadoras
Este afilador habla de vaciados, cortes y minerales con tanta pasión como detalle. "He intentado formarme e investigar esta profesión para dar más y mejores servicios a los clientes. De hecho, soy de los pocos que arreglan cuchillas de batidoras", ejemplifica Dani Trillo. "Compré 200 un día y fui probando una a una hasta que aprendí. Para ser bueno en este trabajo hay que tirar mil cuchillos para que el 1.001 salga bien".
De un bote de embutido ibérico saca dos barras independientes. "Mira, este es un artilugio que inventé para mejorar el rendimiento de la cortadora de fiambre. Hice un croquis con papel y lápiz y se lo entregué a un tornero para que me lo fabricara", explica. "¿Y ves la piedra que utilizo? Es esmeril con polvo de diamante que pido que prensen a una marca especializada".
Dani Trillo comprobando el filo de una tijera / CARLOS DONCEL
Los dos minutos que dedica de media a dejar lista cada herramienta no afectan solo a la hoja. Un buen trabajo alivia dolores de muñeca, brazo y espalda y agiliza la tarea a pescaderos, cocineras o carniceros, según este artesano. Aun así, no se libra de la condescendencia de algunos: "Siento que hay quienes me miran por encima del hombro por hacer lo que hago sin tener local propio".
Pero no se imagina entre estanterías y escaparates. "Me gusta mucho el mundo ambulante. No lo puedo remediar, soy muy callejero", ríe Dani. Después de repasar el corte de una tijera recién pulida, se quita el mandil que lo protege y para la piedra. "Ahora en verano baja un poco la demanda, y salgo a la calle a tocar el pito", cuenta. Y en pleno verano, sandía y gazpacho en las mesas, vuelve a entrar por la ventana la llamada del afilador. "Ese sonido y este oficio hacen conectar a muchos con sus raíces".
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