PROVINCIA

Peroamigo, la aldea sin calendario en la que viven doce vecinos

Apenas tres familias conviven en una de las pedanías menos pobladas de la provincia de Sevilla. A 63 kilómetros y 50 minutos de la capital se alza a cielo raso un puñado de casas devoradas por la nostalgia y el olvido

Así viven los vecinos de Peroamigo, una aldea con 12 habitantes

Bernardo Ruiz

Bernardo Ruiz

Bernardo Ruiz

Inclemente tarde de julio en la SE-556, la pintoresca carretera sin arcén y repleta de maleza que conecta Peroamigo con Minas del Castillo de las Guardas. El sol castiga a los animales que pastan en los márgenes del asfalto. Entre encinas y olivos y a resguardo de un termómetro que incordia a los habitantes de una comarca salpicada de casas blancas encaladas y aldeas condenadas a la despoblación en el futuro. 

Desde Arroyo de la Plata, una pedanía de El Castillo de las Guardas de la que emana el sabor de los fogones de Casa Juanito y preñada de carteles de la Reserva de Andalucía, crece la pendiente. El caudal seco del Río Guadiamar señala el inminente inicio del tramo hacia Peroamigo, la aldea sin calendario que visita El Correo de Andalucía para descubrir cómo es el verano en un lugar con 12 habitantes censados de los que sólo residen regularmente diez.

Valeriano Romero, natural de Valdeflores, otra de las 13 pedanías que integran el enjuto censo de El Castillo de las Guardas, y María del Carmen Romero, su mujer, permanecen inmóviles junto a su coche mientras María del Carmen Cabeza, la organizadora de la visita, sonríe junto a su pareja, Julián Durán, y sus dos hijos, Carmen y Cleofe. “Bienvenidos a Peroamigo. Aquí todos los días son iguales”, confiesa en un alarde de sinceridad Julián, otrora jardinero, ahora pensionista y natural de El Garrobo.

Los suministros de alimentos están garantizados gracias a las visitas de la panadera y de un tendero que surte de fruta, pescado y carne a los peroamigueros

Sin tiendas, pero con suministros

En Peroamigo la rutina es sinónimo de paz y sosiego. Sin una tienda en la que comprar alimentos y con la única compañía de la cabaña de ganado de los Romero, una familia en la que matriarca conserva recuerdos nítidos de una época pretérita. “La panadera viene a diario”, dice María del Carmen Romero antes de que Julián añada con naturalidad: “Se llama Rocío y viene de El Castillo menos el domingo”. Los suministros de alimentos están garantizados gracias a las visitas de la panadera y de un tendero que surte de fruta, pescado y carne a los peroamigueros.

“La fruta la traen los domingos, el pescado el martes y la carne el jueves y así nos organizamos”, revela María del Carmen Cabeza con detalle. Peroamigo ha sido pasto del olvido y de la despoblación, un fenómeno que castiga con especial virulencia a aquellos pueblos que se alzan a ras de la N-433 que conecta Sevilla con Portugal. Según los datos de 2023 que obran en poder del Instituto Nacional de Estadística (INE), El Castillo de las Guardas concentra habitantes en 13 pedanías, de las que Las Cortecillas, con 11 vecinos censados, y Peroamigo, con 12, son las de menor población. El Alisar es la única oficialmente despoblada. 

Sin iglesia ni cementerio, su pueblo, como definen los lugareños a su aldea, es sólo un remanso de inquebrantable paz

En Peroamigo, el coche es un irremediable compañero del día a día. Sus vecinos acuden al médico, al banco o a la farmacia a la localidad matriz. “Toda nuestra vida de papeleo y compras la solemos hacer en El Castillo”, resume con nitidez Julián. Sin iglesia ni cementerio, su pueblo, como definen los lugareños a su aldea, es sólo un remanso de inquebrantable paz. Carmen y Cleofe son los hijos de Julián y María del Carmen y los únicos niños del pueblo.

El colegio y los amigos, en El Castillo de las Guardas

“Nuestros amigos están todos en El Castillo. Aquí jugamos con los animales de Valeriano”, expone Carmen, la mayor, bajo la cómplice mirada de Cleofe. La mayoría de los habitantes se reúnen al fresco en verano en la terraza de Valeriano y María del Carmen, los vecinos más veteranos junto a Vicenta, madre de María del Carmen Cabeza. La abuela paterna de María del Carmen Romero regentó el último establecimiento de la pedanía.

“Me decía mi madre que mi abuela tenía una tienda de comestibles y un salón más grandecito en el que se celebraban algunas fiestas”, rememora con los ojos vidriosos. “Pero de aquello hace ya más de 60 años”, matiza. El día a día exige de un sacrificio extra para sus vecinos. Los niños han de acudir al colegio en un microbús que se detiene a diario en Peroamigo. “Aquí nos recoge”, dice Carmen mientras señala el único camino asfaltado de la aldea.

Los niños han de acudir al colegio en un microbús que se detiene a diario en Peroamigo

Un terruño de paz que primitivamente se dividía en tres barrios: Bajo, Las Barrancas, con una única vivienda habitada de forma ocasional, y Alto, a día de hoy convertido en ruinas y salpicado de corrales para los animales de la mujer de Valeriano. “Tenemos borregas, gallinas, cabras de la raza merina y cerdos ibéricos”, revela antes de que María del Carmen Cabeza se una al diálogo: “Antes mi madre tenía más animales, pero ya está mayor sólo tenemos un par de gallinas, un perro y un caballo”. 

“Mi yegua se llama Triana”, dice Carmen, la mujer más joven del pueblo. Hubo un tiempo en el que Peroamigo fue un hervidero de vida. Hasta los años 50, década en la que convivían alrededor de 100 vecinos, se celebraba en mayo la fiesta de la Santa Cruz, que se adornaba y alrededor de la que se celebraba una misa en su honor. "Antiguamente, también se celebraba en el mes de mayo la procesión de la Virgen de Fátima, que iba de aldea en aldea para que le hicieran sus cultos", recuerda María del Carmen. 

¿Cómo es la Navidad y la Semana Santa?

En la calle El Riscal, uno de los puntos neurálgicos de la vida diaria junto a la calle Olivo, anhelan aquellos tiempos en los que la Navidad y la Semana Santa eran fiestas de especial intensidad. “A día de hoy nos juntamos con familiares, aquí o en otras aldeas, y lo celebramos juntos”, manifiesta, Valeriano. “Algunos años es el día con menos gente en el pueblo y otros con más”, apunta mientras todos sonríen.

La Semana Santa en El Castillo de las Guardas alcanza el momento de mayor intensidad espiritual durante la jornada del Viernes Santo, día en el que procesionan el Cristo de la Misericordia y la Virgen de los Dolores. En Peroamigo nunca hubo imágenes pasionistas en las calles, aunque sí un respeto a las tradiciones de la época gracias al consumo en grupo de arroz con leche, torrijas o tortillas de bacalao. “Así pasamos la Semana Santa”, comenta Julián.

Hoy, 40 años después de que el agua potable brotara con vigor del grifo, en Peroamigo aún se refrescan gracias al manantial

La vida en su pueblo mejoró de manera notable tras la instalación de la luz artificial en 1971 y del agua potable en 1984. Hoy, 40 años después de que el agua potable brotara con vigor del grifo, en Peroamigo aún se refrescan gracias al manantial que nace de una fuente colindante a un sendero de tierra que conecta con la provincia de Huelva. “Por ahí se llega a Nerva”, clarifica un componente del grupo sin alcanzar con la vista el horizonte.

Sin cartel y con una carretera infame hacia Las Cortecillas

Peroamigo, sin la sombra del turismo rural aún presente pese a que se venden varias viviendas por un precio cercano a los 30.000 euros, recibe al visitante sin el típico cartel identificativo. El tiempo y el justiciero sol carcomieron un reclamo que hoy ya no concede la bienvenida a nadie. A la exótica capacidad de generar paz y sosiego a sus habitantes se contraponen los problemas en materia de movilidad. La aldea se alza a apenas un puñado de kilómetros de la N-433 que conecta con Aracena, aunque el camino que ha de recorrerse hasta Las Cortecillas, otra de las pedanías de El Castillo de las Guardas que se enclava a 4,2 kilómetros, presenta un estado infame y se ha de retroceder más de 15 kilómetros para acceder a la carretera nacional.

“Por ahí ya no pasa ni un todoterreno. Es imposible”, denuncia Valeriano con resignación. “Está en proyecto que se arregle, pero así llevamos años”, lamenta María del Carmen Cabeza. “Ayúdanos tú en eso porque el rodeo es muy grande y se pierde muchísimo tiempo cuando en 5 minutos podríamos estar en la N-433”, añaden Julián y Valeriano mientras se giran para divisar en un golpe de vista el trazado de la vía. 

Los años 50, el inicio de la decadencia

La historia de la comarca permanece unida a la vida en la mina. El trazado ferroviario que unía Nerva con Minas del Castillo era un nudo de comunicaciones provocado por la explosión obrera que supuso la extracción de manganeso, hierro y cobre en la zona. Fue en los años 50 cuando la actividad minera languideció y condenó a los pueblos alzados junto a las vías del tren a una progresiva despoblación. 

Fue en los años 50 cuando la actividad minera languideció y condenó a los pueblos alzados junto a las vías del tren a una progresiva despoblación

Sin embargo, Peroamigo resistió con cierto vigor hasta los años 60, los últimos en los que sus vecinos alcanzaban el centenar en el censo. “Esta casa fue una escuela hasta 1967. Yo estuve en este colegio”, dice María del Carmen Romero antes de recordar un paraje que supuso una auténtica fiesta en la aldea. “En 1965 vino el gobernador civil de entonces -el malagueño José Utrera Molina- a inaugurar la fuente. Aquello fue una auténtica locura. Pusieron farolillos de colores en la calle Olivo y se hizo hasta una fiesta”, detalla con una memoria prodigiosa y una catarata de recuerdos que brotan a través de la nostalgia y el cariño de un tiempo ya perdido.

Caminar por el Barrio Bajo de la pedanía es una invitación a la reflexión y la calma. Sin excesiva cobertura y con elementos arquitectónicos de un pasado floreciente

Caminar por el Barrio Bajo de la pedanía es una invitación a la reflexión y la calma. Sin excesiva cobertura y con elementos arquitectónicos de un pasado floreciente. Un horno casero de pan, un pintoresco corralón para gallinas y una sucesión de casas blancas impolutamente encaladas y perfectamente alineadas reciben a quien se atreve a aterrizar en una tierra presa de la nostalgia. Como pasear por el Barrio Alto, convertido en ruinas y testigo silencioso de un tiempo pasado en el que la aldea era un lugar repleto de una chiquillería inquieta y juguetona. Hoy, de aquella época, sólo permanecen vivos el recuerdo y dos columpios, el lugar de recreo de Carmen y Cleofe, el único futuro de Peroamigo.