Sangre femenina para un oficio milenario

La suiza Nataly Pastellides es una de las escasas pastoras de la Sierra Norte de Sevilla. Cría en Constantina y junto a su pareja un rebaño de cabras y ovejas y una piara de cerdos ibéricos 

El pequeño Carlos, junto al ganado / El Correo

Bernardo Ruiz

Contenido ofrecido por la Diputación de Sevilla

El pastoreo es uno de los oficios más antiguos del planeta. Sus orígenes datan del año 7.000 a.C. y Sevilla fue desde tiempos primitivos uno de los territorios en los que se pastoreó con frecuencia y técnicas propias. La Sierra Morena de Sevilla, bautizada antiguamente como la Sierra Norte por su enclave geográfico, fue uno de los epicentros de un sector que actualmente se ha convertido en una peculiar y arriesgada forma de vida a causa de los limitados márgenes de beneficios.

En los confines de la provincia, y a cientos de kilómetros de la capital, se alzan a cielo raso vastas extensiones de terreno convertidas en explotaciones agrarias y ganaderas que forjan el producto de una forma distinta. En semilibertad y con el ADN de la manufactura. En Constantina, una de las localidades con mayor actividad comercial de la comarca y junto a Cazalla de la Sierra, capital del aguardiente durante siglos, reside una pastora de origen suizo que responde al nombre de Nataly Pastellides.

Nataly amamanta con un biberón a una oveja. / El Correo

Pastellides, que nació en la ciudad de Rüti -perteneciente al cantón de Zúrich- y que se crio en la isla griega de Rodas, vive junto a su pareja, Nicolás, y su hijo, Carlos, en una finca, La Mimbrera, en la que el absoluto respeto por el medioambiente es una especie de axioma familiar grabado a fuego en la rutina diaria. “Así vivimos”, revela en el inicio de la conversación. Hija de una suiza y un italiano de ascendencia genealógica griega, Pastellides se trasladó a Constantina con 28 años. En la madurez de su vida y por amor. Como si fuese la protagonista de una perfecta y romántica película de cine andaluz.

Un oficio por amor

Nataly, junto a Nicolás, su pareja. / El Correo

Allí, en una de las reservas starlight más sobresalientes del Sur de Europa, conoció a su pareja, Carlos, un australiano de padre constantinense y madre alemana. “Me vine y me quedé por amor”, recuerda Pastellides, que anteriormente residió en su Suiza natal, en Grecia y en la cosmopolita Madrid desde los 9 años. “Vivimos en una finca en la que hay cochinos, ovejas, cabras, gallinas y hasta olivos”, dice con una sonrisa. “Cambié mi vida en Madrid por la calma de Constantina”, zanja en un recorrido visual por su infancia, su adolescencia y su madurez. Del estrés diario al placer y el sosiego a cielo abierto.

De profesión veterinaria, Nataly, ahora en la etapa final del embarazo de su segundo hijo, protege su ganado con un amor infinito. “Me encanta y hago de todo. Soy veterinaria de profesión y todo lo relacionado con la salud de los animales me toca revisarlo a mí”, confiesa antes de admitir su carácter de pastora polifacética. “Ahora no por el embarazo porque es peligroso, pero también ordeño a las cabras, hago los quesos naturales o anillo a los cochinos”, relata. “Estoy para todo”, advierte de forma jocosa.

Protección de razas autóctonas

Imagen de los cerdos ibéricos en la finca familiar. / El Correo

El negocio familiar compatibiliza la cría y venta de cochinos en vida y la cría y venta de ovejas y cabras para carne y vida. “Pero también tenemos olivos”, dice Nataly mientras un sol tímido se oculta bajo el infinito y asalmonado horizonte de la Sierra Norte. La conversación discurre cuando la noche se presenta pronto por el Este. Los cochinos de La Mimbrera son ibéricos de bellota que se crían y alimentan en semilibertad, una de las claves de la excelente calidad de las carnes. “Aquí se venden en vida, pero algunos van a matadero”, confiesa antes de garantizar las bondades de sus ejemplares: “Con nosotros tienen una buena vida en libertad”.

Aquí se crían libres y en espacios de terreno muy amplios

Nataly y su pareja han enfocado su abnegado trabajo diario a criar cochinos ibéricos de bellota, uno de los iconos de las cabañas ganaderas de las dehesas de Andalucía. “Aquí se crían libres y en espacios de terreno muy amplios”, presume. Sus ovejas, de la raza simbrah, especialmente tolerante a las altas temperaturas y que produce una leche de alta calidad, y sus cabras, que son una mezcla de las variedades malagueña y florida, pastan a cielo raso en una finca en la que el respeto por la naturaleza se hereda de padres a hijos. “Así lo entendemos y así se lo hemos inculcado a nuestro hijo”, comenta.

Una finca familiar

Carlos, el hijo de Nicolás y Nataly, junto a un rebaño de cabras. / El Correo

Nuestro pequeño está todo el día por el campo”, asegura con una sincera combinación de orgullo y felicidad. “En nuestra cabaña tenemos 300 cochinos, 180 ovejas y unas 90 cabras, la mitad de ellas adultas”, enumera a modo de recordatorio. En La Mimbrera, otro de los productos estrella era el queso fresco que elaboraba Nataly en la etapa previa a su inminente parto.

Vendíamos unos 60 o 70 euros diarios de queso fresco que elaboramos de forma artesana en nuestra finca”, comenta con cierta nostalgia. “La venta era directa a gente del pueblo que venía porque es un queso de muchísima calidad. Que los animales pasten en libertad ayuda mucho a que el queso esté rico”, revela. Ahora, con una evidente vida en ciernes, regresa pronto a la residencia familiar para descansar.

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En Constantina. En uno de los pulmones de la antigua Sierra Norte, el lugar en el que una suiza y un australiano imaginaron una vida distinta. Como pastores, un oficio con más de 9.000 años de antigüedad y que era santo y seña de la vida en plena naturaleza en Andalucía. Su tierra adoptiva, aquella en la que cochinos, ovejas, cabras y gallinas pastan libres bajo la sombra de olivos de raíces milenarias. Como en una idílica postal de un terruño de paz y libertad.

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