Provincia de éxito

Maestra con mayúsculas y por vocación

Araceli Roque es la directora del CEIP El Madroño, un colegio unitario con 15 alumnos matriculados de entre 3 y 11 años que comparten aula. Apuesta por integrar la naturaleza en la educación

El trabajo aquí exige que redoblemos esfuerzos para que los niños tengan la mejor educación posible / El Correo

Bernardo Ruiz

Contenido ofrecido por Diputación de Sevilla

Ruta de la Plata. Aduana entre la corona norte de La Vega y la Sierra Morena, antigua Sierra Norte de Sevilla. El Madroño, pintoresco pueblo de 300 habitantes, se alza majestuoso en pleno bosque de madroños y al cobijo de la Encina de los Perros, un árbol declarado Monumento Natural y que proyecta una sombra de 600 metros cuadrados. Bañada por el Río Tinto, frontera entre Huelva y su cuenca minera y la Sevilla más desértica en el plano demográfico y camino de abastecimiento para ciervos o jabalís a diario, la localidad preserva la huella de la agricultura más auténtica y primitiva.

El Madroño, castigado tras el desplome de la minería, reúne a apenas 300 vecinos repartidos en la capital y en las pedanías de El Álamo, Juan Antón, Juan Gallego y Villargordo. En las calles de su casco urbano bulle a diario el trasiego de agricultores que buscan sus huertas más fértiles y los ganaderos que crían a cabras, ovejas o cerdos, la trilogía de la base productiva de la villa.

Además, y con permiso de la Iglesia de San Blas, patrón de la localidad, y la piscina, auténtico faro de peregrinación veraniega, uno de los lugares más visitados a diario es su peculiar colegio, el CEIP El Madroño. Es uno de los escasos colegios unitarios que aún sobreviven en la provincia. El heredero de las primitivas escuelas rurales que fueron testigo de la proliferación de decenas de aldeas o pueblos de colonización agrícola que salpicaron de color el complejo mapa de la provincia.

15 niños en el colegio

El CEIP El Madroño reúne actualmente a 15 niños de entre 3 y 11 años que comparten recursos y aula. Los pequeños proceden del casco urbano de El Madroño y de las aldeas de Villargordo, donde residen dos, y Juan Antón. La directora del centro es Araceli Roque, una maestra por vocación y con mayúsculas. Hace una década ejerció en el centro durante cuatro años consecutivos y, tras un intenso período por diferentes escuelas del Aljarafe, cumple su segunda etapa en El Madroño. 

En la misma clase están todos juntos. Hay cuatro niños de 3º y uno de 6º y eso nos permite que la educación sea muy individualizada

“Yo soy interina y ejercer en El Madroño hace que el trabajo sea todavía más vocacional si cabe”, dice Roque con sinceridad. “La cercanía con el alumnado, la posibilidad de realizar actividades en el exterior y aprovechar el entorno natural son las ventajas más importantes que tiene estar en un colegio como el nuestro”, asegura mientras suena el bullicio de los alumnos camino de la clase en un día cualquiera.

De infantil a 6º de Primaria

En el CEIP El Madroño conviven los 15 niños que cursan en infantil hasta los de 6º de Primaria, el último curso que completan en su localidad antes de emigrar a centros de educación secundaria. “En la misma clase están todos juntos. Hay cuatro niños de 3º y uno de 6º y eso nos permite que la educación sea muy individualizada”, comenta. A juicio de Roque, convivir en un aula y compartir el entorno genera que el nivel colectivo e individual se enriquezcan: “Hace que ellos mejoren por compartir sus conocimientos”.

Detalles de la tarea de aprendizaje de aliño de la aceituna. / El Correo

La directora del centro nació en Cala, un municipio de la Sierra de Aracena y los Picos de Aroche, y reside desde hace años en Olivares, enclavada en la comarca del Aljarafe. “Soy profesora desde hace 13 años”, relata antes de enumerar las bondades de anexionar el contexto de la naturaleza en el aprendizaje diario de los niños. “Las actividades en el exterior son fundamentales en el trabajo diario”, ejemplifica.

Este año, por ejemplo, han aprendido a aliñar aceitunas

Un entorno que combina un denso bosque, una ribera camaleónica de colores según la época del año y un mar de huertas y fincas salpicadas de animales criados en semilibertad. “Organizamos muchísimas actividades en el exterior”, comenta. “Este año, por ejemplo, han aprendido a aliñar aceitunas”, presume. El plan englobó comprender el proceso completo desde la recogida de la aceituna hasta su consumo final en la mesa.

“Fuimos al campo a recogerlas, les enseñamos a machacarlas, las aliñamos según las recetas de la zona y nos las comimos”, comenta con una sonrisa. “Para nosotros el entorno es fundamental en la educación diaria”, confiesa. Los agricultores y ganaderos son en cierta forma actores que contribuyen al aprendizaje por contacto en plena naturaleza.

Enseñanza por contacto y observación directa

Desde que Roque dirige el centro, en el que convive junto a otros dos profesores que alternan la dirección de las clases con las tutorías y la planificación de temario y actividades, ha crecido el número de visitas al entorno natural de El Madroño. “Una de las excursiones consistió en ordeñar cabritas de un ganadero para que después aprendieran a elaborar el queso. Y, lógicamente, después se comieron el queso que habían hecho”, enumera.

También iremos muy pronto a visitar a un apicultor para que aprendan cómo funciona el proceso de extracción de la miel

“Otra de las salidas que organizamos consiste en aprender cómo es la matanza del cerdo, algo muy importante en la comarca”, añade. “También iremos muy pronto a visitar a un apicultor para que aprendan cómo funciona el proceso de extracción de la miel”, profundiza antes de huir en cierto modo del modelo idílico que supone combinar naturaleza y educación en pleno siglo XXI.

Necesidades de especialistas en materias

“Pero no todo es idílico. El trabajo aquí exige que redoblemos esfuerzos para que los niños tengan la mejor educación posible”, lamenta. “Al ser tan pocos niños no hay un especialista de música o educación física”, dice con desazón mientras el recreo interrumpe momentáneamente el diálogo. “La atención especial de una parte del alumnado tampoco está bien cubierta con un PT -profesor de pedagogía terapéutica específico para Educación Especial- que ya está pedido”, insiste a modo de reflexión antes de regresar al aula.

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Un aula que se alza en un colegio rural, una especie de libro abierto en plena naturaleza virgen de la Ruta de la Plata. Una comarca en la que el entorno colabora de forma decisiva en el modelo de aprendizaje de un grupo de niños que jamás olvidarán a sus profesores y sus métodos. Y a su directora, Araceli Roque, una maestra con mayúsculas y por vocación. De Cala pero de corazón madroñero.

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